“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Las primeras líneas de una de las obras inmortales de la literatura universal grafican no solo la búsqueda de su protagonista, Juan Preciado, sino también uno de los males que atraviesa la también universal historia de muchos seres humanos: la ausencia del padre o, mejor dicho, de la figura paterna.
Valga la aclaración porque, con el paso del tiempo, la humanidad aprendió que las familias “convencionales” no son el único tipo de familia posible. Hay familias monoparentales, también las hay de dos mamás, de dos papás, o de tíos o abuelos que se ocupan de la crianza, y que configuran, así, figuras maternas y paternas que no necesariamente son las involucradas en la concepción.
El arquetipo
Carl Jung, el famoso médico, psicólogo y psiquiatra suizo, instauró la figura de los doce arquetipos de personalidad. Basándose en símbolos, mitos y expresiones culturales de diferente índole, estableció que cada arquetipo representaba patrones de conducta. Uno de ellos es el arquetipo del padre.
El psiquiatra José María Manzano escribe, en su columna en Eldiario.es, que, para Jung, el arquetipo del padre supone un principio de autoridad, una guía que, con su ejemplo, marca el camino a otros. “Las características propias de este arquetipo son la disciplina, la responsabilidad, la fuerza de voluntad, la estabilidad, la autoridad y el sentido pragmático de la vida”, señala. Este arquetipo, llevado al extremo o materializado con agresividad, crea otro tipo de conflictos y de rechazo. Si no, que lo diga Franz Kafka.
Volviendo a nuestro tema, Mariana Salazar, psicóloga clínica y fundadora de Psicólogamente Perú, explica que la ausencia no se refiere solo a que no exista un padre o a que este haya abandonado a su familia. También se manifiesta cuando el niño o niña es rechazado, cuando el padre muestra un comportamiento violento, o cuando se desvincula de la crianza y la formación de lazos por motivos laborales o de otros intereses personales. Las relaciones tempranas nos definen. La relación con el padre y la madre es el primer espacio de educación y aceptación de uno. “En los primeros años de vida, las personas aprendemos la autovaloración sobre la base de los mensajes que nos dan nuestras figuras maternas y paternas. Los niños deben saber que pueden contar con ellos, aunque no vivan bajo el mismo techo”, añade Salazar.
Socialmente, la tarea asignada a la figura del padre es acompañar a la madre para juntos complementar las figuras parentales de cuidado, de salud, de protección, de hacer viable el bebé. Lupe Jara, docente de la Facultad de Psicología de la PUCP, señala que, desde el punto de vista de los roles asignados, es el padre quien establece límites, orden, estructura, que permite que el niño avance y no se quede solo en el espacio de cuidado y protección que le otorga la madre, sino que arriesgue un poco más.
“Nosotros, en psicología, no hablamos del padre o la madre, sino de la figura paterna o materna, que la pueden asumir diversos tipos de personas. El rol materno es contener. El paterno dice: ‘Acéptalo y avanza’. Hago énfasis en esto de que se trata de roles asignados porque los roles van cambiando de acuerdo al contexto, la historia y la época. Ahora mismo, al padre se le pide que sea mucho más afectivo y no solo que ponga límites, sino que participe mucho más en los roles tradicionales enfocados en la madre”, explica.
Buscando respuestas
La historia del escritor uruguayo Horacio Quiroga es, de alguna manera, una muestra de la necesidad de tratar el tema del padre ausente. Quiroga fue testigo involuntario de la muerte de su padre y su padrastro. El primero falleció tras un accidente con la escopeta y el segundo se suicidó. Para evitar polarizaciones, sentimientos de culpa, represiones, o búsquedas infinitas como las de Juan Preciado u Horacio Quiroga, Mariana Salazar recomienda que, ante la ausencia del padre —por muerte, abandono o cualquier otro motivo—, las personas que se hayan quedado a cargo del cuidado de los niños deben explicarles por qué no están los padres para que ellos no llenen el vacío con fantasías, dañinas o no. “Siempre hay que explicarles a los niños por qué el padre no está, tomando en cuenta la etapa en la que se encuentran, con un lenguaje claro, para que ellos puedan crecer sin culpa y sin problemas”, dice.
Las especialistas coinciden en que también es importante —y vale recalcarlo— que, ante la ausencia, se encuentre la forma de llenar el vacío con una figura que cumpla el rol que se le asigna normalmente al padre, es decir, el establecimiento de límites y reglas. Esta puede ser la misma madre, un abuelo, un tío, un maestro, etc. Es bueno aclarar que crecer en una familia tradicionalmente constituida no significa la ausencia de problemas, así como crecer en una familia monoparental no es equivalente a una personalidad problemática. “Si la ausencia del padre ha generado un problema en la personalidad que no ha sido resuelto a tiempo, este no va a manifestarse de forma gratuita. Normalmente se necesita un factor desencadenante, una situación detonante”, explica Salazar.
Los nuevos roles
Antes del nacimiento, el rol del padre ya se pone en juego. Mariana Salazar lo define de la siguiente manera: “Primero debe darle confianza, equilibrio emocional a la madre. Sostenerla durante el embarazo. Luego, le da al niño un criterio de realidad, que descentre el Edipo, haciéndole entender que la madre no es solo suya. Claro que, en su ausencia, hay otras formas de descentrar a la criatura, como hacerle saber que la madre tiene que dedicarle tiempo también al trabajo, por ejemplo”.
Lupe Jara, por su lado, añade que los roles tradicionales son demasiado rígidos y que, en una familia en la que la madre también trabaja y en la que ambos están muchas horas fuera de casa, se hace necesaria la complementación mayor en las funciones de ambos padres.
“En la pandemia, hemos regresado a casa, y muchas mujeres que ya trabajaban y que han tenido que volver a cumplir roles más tradicionales, han triplicado sus funciones. La modernidad aparente se ha visto muy poco moderna. Las familias que tenían deconstruidos sus roles más tradicionales desde temprano han transitado mejor la época de crisis de la pandemia. ¿Cuál es el mensaje que les dan a los niños? Que hay una sociedad en chiquito que puede ser igualitaria”, añade.
Hoy mismo estamos en una época —dice Lupe Jara— en la que los padres se han visto en la necesidad de tener más contacto con los hijos: los roles están modernizándose y, en algunos casos, hasta incluso podrían perderse estos límites y hay padres que pueden transitar a ser amigos de los hijos y convertirse en el otro hijo de la mamá.
Ante la pregunta de si la sociedad peruana mira al Estado como un hijo mira al padre ausente, esta es la respuesta de Lupe Jara: “La figura del padre está asociada con la autoridad, las metas y los límites. Cuando este se ausenta, queda un hueco que se puede pretender llenar con figuras autoritarias, como gobernantes, pues muestra que los ciudadanos se sienten como niños, que necesitan más orientación, que están necesitando que sea otro quien tome decisiones por uno. En una sociedad adulta, las personas se sienten con la autonomía y la potencia de ser más activas. No necesitan un padre autoritario”. Pero ese es otro asunto.