Se ha dicho tanto sobre William Shakespeare que es casi imposible aspirar a decir algo nuevo. Sin embargo, el teatro es capaz de hacerlo. Con él y a través de él. Al ser un arte que siempre, inevitablemente, habla de su tiempo, de su comunidad, tiene la potencia de actualizar una historia o un conjunto de peripecias. Así hayan sido pensadas y escritas en otro continente hace varios siglos, pueden resonar aquí y ahora, sobre todo si se trata de obras de la densidad semiológica y de la calidad como las que creó el genio inglés.
Aunque hubo una versión precedente cuya autoría aún se discute, este 2021 se cumplen 420 años desde que su autor diera forma final a la composición de Hamlet, el indiscutible texto cumbre del teatro inglés y uno de los más montados en los escenarios del mundo. Su influencia es tan extensa que Harold Bloom señaló que “después de Jesús, Hamlet es la figura más citada en la conciencia occidental”.
Clásicos vivos
La vasta dramaturgia del autor —treinta y siete obras teatrales, por lo menos— exhibe múltiples virtudes, un material riquísimo en forma y fondo, porque su lenguaje poético condensa varias capas de significación en una misma frase.
Esto se debe a que Shakespeare tuvo la brillantez de expresar mucho en variados niveles con palabras y giros del habla popular de su tiempo, y sus fábulas —casi siempre de ejemplar acción dramática—, y personajes vitales y fascinantes hacen de sus obras experiencias aleccionadoras en la medida en que atestiguándolas, comprendiéndolas siquiera en parte, nos permiten entender un poco más el mundo y reconocernos, muchas veces con pavor, en él.
Peter Brook ha señalado que, cuando ponemos en escena un clásico, sabemos que su realidad más recóndita jamás hablará por sí misma. El trabajo de los artistas es hacer que hable a través de nosotros.
Esta es una advertencia útil para quienes tratan las obras como piezas de museo o se aferran, ilusamente, a una única voz primitiva que les fuera conferida por el autor en el siglo, año y día de su creación. Porque las obras no son eso; más bien, son dispositivos que cobran vida solo por contagio vital.
Requieren de una entidad volitiva, de una actriz, un actor, de una persona que asuma dirigirlas, y en esto quiero subrayar que dirigir es llevar hacia una dirección, orientar hacia un destino deseado, planeado (al margen de los accidentes que pueda haber en la ruta y que compliquen el arribo al destino).
Es decir, solo las obras cobran vida con la voluntad de personas con vida, que las conectan a la suya: los artistas y el público.
Macbeth, Ricardo III
En lo que va del siglo, no hay registro de la cantidad de obras de Shakespeare que deben de haberse representado en nuestro medio, en los sistemas del teatro escolar, universitario e independiente. Pero algunos espectáculos que pude presenciar fueron experiencias inolvidables.
El 2001, durante la crisis y los intentos de reconstrucción política del país, Roberto Ángeles montó Macbeth con la intención expresa de aludir a la coyuntura. La pulcritud de su puesta, sin parafernalia escenográfica sino apenas con los más indispensables elementos y efectos, permitió lucir a quienes dieron vida (Miguel Iza hizo de Macbeth y Mónica Sánchez, de Lady Macbeth) a esos personajes, intrigas, crímenes, conspiraciones que la célebre tragedia propone. Fue inevitable que resonaran los terribles sucesos de nuestra política que, por entonces, se descubrían y nos horrorizaban.
Algo parecido ocurre en 2013, con la puesta de Ricardo III. Chela de Ferrari y su elenco apostaron por un drama histórico que eligió enfatizar la responsabilidad extendida de los ciudadanos comunes en el ascenso y sostenimiento de las dictaduras.
En su misma expresión de intenciones, cita a Einstein diciendo: “El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad” y, entonces, los espectadores de cada función son invitados a aliarse con los planes del aspirante al poder que, según acertó Shakespeare, no se detendrá ante nadie ni ante nada para conseguirlo y mantenerlo.
Un giro similar hace la misma directora en su espectáculo Mucho ruido por nada ( 2016 ), interpelando al público sobre la cuestión del amor y los derechos para así evidenciar que somos nosotros quienes debemos pensar de forma empática, de cara a la realidad y evitando los dogmas, sobre ese tema que muchos quisieran encarpetar expeditivamente sin más.
Hamlet
De las múltiples puestas en escena de Hamlet que esta ciudad ha visto sobre sus escenarios, hay cuatro que mencionaré porque, además de su mérito estético, usando el texto y el aliento originales, lograron contemporizar —y no modernizar banalmente—, activar significados en el tiempo de su expectación.
El Hamlet que Coco Chiarella dirigió para inaugurar el teatro Ricardo Blume de Jesús María ( 2013 ), centrado en las intrigas oscuras de la corrupción. El Hamlet que dirigió Mario Delgado con Cuatrotablas, inspirado en las masivas marchas de jóvenes que hicieron caer la llamada “ley pulpín” a fines de 2015, en que propuso que la locura de Ofelia era la injusta atribución que muchos dan a una mujer que es capaz de no estar de acuerdo con la autoridad normalizada. El Hamlet que dirigió Alberto Ísola en 2001, en que cada escena parecía escrita por Shakespeare para describir el drama político peruano del momento. Y, finalmente, el Hamlet de La Plaza, de 2019: una audaz versión libre del texto original, hecha por artistas neurodiversos, que nos dio una lección indeleble, señalando que, cuando violentamos los derechos de otros, cuando priorizamos una agenda sectaria que invisibiliza a las minorías por afán de poder, cada persona neurotípica del público constituye un terrible Claudio.
Estos ejemplos locales ilustran esa potencia que los textos teatrales nos ofrecen, especialmente las obras de gran espesura simbólica como las de Shakespeare. Eso las hace inmortales y universales. Porque nos dan la posibilidad —acaso el mandato— de advertir, con sus mismas acciones y palabras, acerca de la perversión de nuestras comunidades (país, ciudad, empresa, universidad, familia) y recordarnos que solo será posible si nosotros lo permitimos. Tengámoslo presente.
* Algunas de las ideas del artículo fueron expuestas por su autor como parte de su conferencia en el marco del X Festival Internacional Shakespeare que organizó la Fundación Romeo este abril de 2021. Aquí la conferencia: (web del festival: https://festivalshakespeare.com.ar/)
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