Nuestro recordado amigo Ismael Pinto Vargas dejó como valiosa herencia cultural una serie de libros magníficos, fruto de su talento y laboriosidad. Dos de ellos están dedicados a su paisana Mercedes Cabello Llosa de Carbonera, nacida en Moquegua el 7 de febrero de 1845. Destaca Sin perdón y sin olvido (2003). Allí Ismael nos recuerda la “transparente pureza moral” de Mercedes, su auténtica y firme vocación literaria, por entonces menester mayoritario de varones. Relata su viaje a Lima con solo 20 años de edad; su desdichado matrimonio con el médico Urbano Carbonera, mucho mayor que ella y su verdugo, pues le contagió la sífilis; sus éxitos en los salones literarios limeños, sobre todo en el de Juana Manuela Gorriti, y también los que iría obteniendo con sus novelas e innumerables artículos surgidos de su infatigable pluma para publicaciones diversas del país y del extranjero.
Más allá del valor literario que los críticos dieron a su producción, Mercedes Cabello interesa como una inteligente testigo y severa censora de las costumbres de su tiempo. Obviamente su independencia de criterio, sus juicios pugnaces y hasta arbitrarios sobre instituciones y personas le granjearon serias resistencias y enconados ataques. Las tensiones, las polémicas aumentaron conforme la infección iba afectando su sistema nervioso, quedando a su lado muy pocos amigos, gente con la suficiente comprensión y generosidad que no abandonó a la escritora en ese trance hasta que finalmente fue internada en el Manicomio del Cercado.
Mercedes Cabello fue asidua colaboradora de El Comercio y en sus columnas se guardan sus últimas producciones. Allí se reprodujeron, en 1897, la carta que ella escribió en homenaje a Vargas Vila cuando se difundió la falsa noticia de la muerte del controvertido escritor colombiano, y la elogiosísima respuesta que le envió éste. Poco después, al iniciarse 1898, a propósito de los exámenes públicos rendidos por las alumnas del colegio que dirigía Elvira García y García, doña Mercedes publicó una carta con duros ataques contra la educación religiosa, contra el Delegado Apostólico, monseñor Macchi, y contra la Iglesia en general.
Como era de esperarse, dicha carta despertó una serie de protestas, aclaraciones y desmentidos que se acrecentaron todavía más cuando la novelista escribió que el gobierno de Nicolás de Piérola, católico ferviente, “le había dado una comisión relativa a la enseñanza y se proponía destruir la educación impartida por frailes y monjas”. Ya no se pudo ocultar su problema mental y sus familiares ofrecieron excusas a los agraviados.
Doña Mercedes siguió con sus ataques contra diversas personas, principalmente contra Ricardo Palma y su hijo Clemente. No se libró de la diatriba El Comercio, que comentando sus palabras dijo que había publicado todas sus colaboraciones, sin ningún problema, “cuando aún no se sabía que esa vigorosa inteligencia estaba sufriendo un eclipse que abrigamos la esperanza de que no se prolongue”. Lamentablemente no fue así.
En 1892, Mercedes Cabello, viuda desde 1885, emprendió un comentadísimo viaje a Buenos Aires, con breve estadía en Chile. En Valparaíso, doña Mercedes envió una carta a su amiga la escritora chilena Edelmira Cortés, que reprodujo El Comercio, donde le decía: “Yo vengo a Chile con la mente llena de ideales, de proyectos, de sueños sublimes; yo vengo a ofrecerle a Chile mi nacionalización, a trueque de que acepte mi proyecto de paz perpetua y universal, que pondré a sus pies”. En otros párrafos decía que renunciaba a su patria “porque era ingrata e indigna de ella”. Todos estos episodios incomprensibles se explicaron plenamente a la luz de la Historia Clínica de la escritora, que ubicó el distinguido periodista y político Patricio Ricketts Rey de Castro. Doña Mercedes iba siendo presa de largos periodos de intensa agitación, insomnio tenaz y de antigua data que el cloral no pudo aliviar, así como de episodios de incontenible agresividad.
A fines de 1898 doña Mercedes publicó en El Comercio sus “Impresiones de viaje”, que se refieren exclusivamente a Buenos Aires. La capital argentina la decepcionó. Decía que era “una ciudad esencialmente comercial, agrícola, industrial, donde la lucha por la vida tiene todas las ferocidades de una ciudad cosmopolita, donde hánse concentrado todas las fuerzas viriles de muchos pueblos”. Luego añade: “La belleza es asaz escasa en la mujer de Buenos Aires. Carecen en absoluto de la gracia, la vivacidad y el ‘chic’ de la mujer limeña”. Por otra parte, este viaje le permitió a doña Mercedes comparar el estado financiero del Perú con el de Chile y Argentina, para concluir que muchas personas le habían pronosticado “que el Perú volvería a su antigua riqueza, si es que logra conservar la paz y un gobierno honrado como el de Piérola”.
Conforme pasaba el tiempo el problema mental de la escritora se iba agravando y sus familiares tuvieron que internarla en el ya mencionado Manicomio del Cercado, donde falleció el 12 de octubre de 1909. La noticia pasó casi inadvertida. Una de sus amigas más leales, a la cual doña Mercedes admiró mucho, Teresa González de Fanning, escribió su obituario en El Comercio: “Mercedes Cabello de Carbonera, tan talentosa como desgraciada -dijo- después de dar lustre a las letras peruanas con un cerebro luminoso y profundo, ha muerto tristemente en el manicomio, sin darse cuenta de ese grave problema del tránsito de la vida al no ser; sin tener una mano amiga, una mirada cariñosa que la acompañara en el terrible trance”.