El protagonista de “Las niñas del naranjel” se llama Antonio, pero un cuarto de siglo antes fue una niña vasca llamada Catalina. A los 4 años vivió como novicia a cargo de su tía, la priora. A los 15 se fugó del convento y se consigue un traje de hombre. Fue arriero y tendero. Como grumete se hizo a la mar. En Chile, participó en la guerra de Arauco contra los mapuches, ganándose fama de guerrero. Fue arrestado en varias ocasiones, una de ellas, en 1623, en el Perú, sobre lo que dos siglos y medio después escribirá don Ricardo Palma. Para evitar su castigo, reveló al obispo que era una mujer virgen. Después del exámen respectivo, se la envió nuevamente a España. El rey Felipe IV lo recibió y le mantuvo el rango militar. El papa Urbano VIII autorizó sus trajes masculinos. Se convirtió en una celebridad. Luego regresará a América, pero los años siguientes son un misterio.
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En “Las niñas del naranjel”, la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara se propone reconstruir el final de la vida de Antonio/Catalina dándole una última aventura: devolver a dos niñas guaraníes sanas y salvas a sus padres, lo que la lleva a recorrer la selva misionera con los buitres sobrevolándola. Ubicada en el siglo XVII, el lenguaje nos devuelve al siglo de oro español, en una construcción literaria que nos remite a las crónicas de indias.
Una novela de espíritu barroco que, justamente, fue reconocida con el premio Sor Juana Inés de la Cruz, galardón que confiere la Feria del Libro de Guadalajara a las escritoras del mundo hispano. Más allá del aplauso que supone un premio internacional, para la autora porteña el nombre del premio resulta muy potente: “Es el nombre de la mujer que se decidió a escribir cuando todo se lo impedía. ¡Y cómo escribía! Es una cosa hermosa. Estoy contentísima”, afirma Cabezón Cámara, quien tras sus presentaciones en la Feria del Libro Ricardo Palma de Miraflores, parte a Guadalajara a recibir el premio.
—Hablando de escribir cuando todo te lo impide: nos llegan noticias de que escritoras argentinas como tú o Dolores Reyes enfrentan la censura de grupos conservadores. ¿Qué está pasando?
Tenemos un gobierno sumamente reaccionario, que solo cree en la libertad para los mercados, no así para las personas ni para el arte. Han emprendido algo que llaman “batalla cultural” y la llevan a cabo a través de distintos medios, especialmente desde el desfinanciamiento de proyectos de promoción del cine o la literatura, como la subvención para traducciones de libros argentinos. Esto fue una política de Estado, de gobiernos de centroizquierda y de centroderecha. Pero con este gobierno de ultraderecha esto prácticamente no existe. Además está la cuestión de la censura “por abajo”, a la manera de la ultraderecha de Estados Unidos: asociaciones de padres y redes de pequeñas ONG comienzan a prohibir libros en las bibliotecas escolares.
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—En redes sociales encuentro a influencers que atacan libros como el tuyo, alertando sobre el ‘daño’ que pueden producirle a los adolescentes...
Son ultraconservadores que no tienen idea de lo que es la literatura. ¡Muy poca literatura podría quedar en las bibliotecas si se empieza a filtrar lecturas con esos criterios! Quieren imponer una agenda misógina, que los niños no tengan ninguna clase de educación sexual. Es horrible.
—¿Cómo toca responder?
La batalla es muy compleja, porque también usan estos temas para tapar otros más tremendos, como el saqueo del país. Hicieron una ley que sacrifica el territorio nacional para beneficio de las corporaciones mineras extranjeras, al costo de sacrificar la salud de la gente que vive ahí y que se ve arrojada directamente a la miseria. Asimismo, están desfinanciando la educación pública, que en Argentina ha sido tan importante. Son cosas muy violentas que nos tienen reaccionando ante todo. Ellos son un montón, tienen mucho dinero y ejércitos de trols que atacan de una manera espeluznante. No sé qué es lo que hay que hacer. Pero te juro que fundaría un partido político y me postularía.
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—Vayamos a temas más amables. “Las niñas del naranjel” es un viaje profundo a la selva de Misiones, en el nordeste argentino. ¿Crees que hoy la literatura está tomando distancia del registro urbano para vincularse a la naturaleza?
Mira, me parece que estamos viviendo un colapso planetario, la sexta extinción está en marcha. El cambio climático está sucediendo, y es cada vez más evidente y brutal. Y es obvio que somos parte de la naturaleza. Si ella colapsa, nosotros con ella. Hay un 1% de la humanidad que tiene una idea de futuro ligada a colonizar el espacio e inventar tecnologías que eviten la muerte. Están trabajado para eso. Pero es un futuro solo para ellos.
—Un futuro no inclusivo para el otro 99%...
Si quieres decirlo en esos términos... Yo diría que es una idea de futuro genocida. Es lo que va a pasar si no los paramos. Y no parece que tengamos chance de pararlos. Por eso, ya era hora de que los escritores reparemos en que somos parte de la naturaleza, que somos carne de la carne de la tierra. Además, en Latinoamérica, un territorio de sacrificio, lo raro es que hayamos dejado de escribir y de pensar en esto.
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—Llegamos a pensar incluso que la novela urbana realista como discurso único...
El nivel de alienación que alcanzamos es altísimo. Pero ahí estamos, tratando de salir de ahí. Lo que hacemos los escritores es permitir que nos atraviese el imaginario colectivo. Ahí es donde aparecen cosas. La humanidad está siendo atravesada por este colapso, y entonces aparecen ficciones que son, de alguna manera, un sueño colectivo, pequeñas cristalizaciones de ese sueño que está en el imaginario común. Y el tema va a aparecer cada vez más. Allí tienes las literaturas de los pueblos originarios que son cada vez más poderosas. Aparecen cada vez más voces que hablan de otra forma de vivir en el mundo. No son novelas de neuróticos como las nuestras. Son sueños con el colectivo, que se comunican con los otros seres del planeta. Sueños mucho más grandes que los nuestros, los alienados de la cultura occidental.
—Novelas tuyas se proponen cambiar la perspectiva de los textos clásicos. En tu novela “Las aventuras de la China Iron”, citas al “Martín Fierro” desde una perspectiva femenina. “Las niñas del naranjel”, está vinculada con “Sama”, de Antonio Di Benedetto. ¿Qué hay tras la intención de estos ‘spin-offs’ de los clásicos de la literatura argentina?
Hay un procedimiento muy propio de la literatura: escribir con los que escribieron antes. Reescribir los mitos. Pienso en Sófocles, en Eurípides, en Esquilo. Ellos escribían los mismos mitos, pero de otro modo. La política opera así, también: releyendo, intentando imponernos determinada formas y lecturas de los mitos colectivos. Parece que es una constante antropológica. A mí me interesa trabajar esa constante. Me encanta repensar esos arcanos que sirven para explicar todo. En Argentina, cualquiera se sabe algún verso del “Martín Fierro” sin tener la más remota idea de quién era José Hernández. Es un mito. Y hay que retrabajarlo, repensarlo, releerlo. Repensar cómo el “Martín Fierro” tiene que ver con la consolidación del Estado argentino y la forma que tomó: latifundista y genocida. Es pensar la ficción carnicera sobre la que se construyó y se sostiene la nación. Eso me parece interesante.
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—Cuando hablamos de “Las niñas del naranjel”, traes un personaje muy conocido en el Perú: Catalina de Erauso, la Monja Alférez, sobre la que escribió Ricardo Palma. ¿Cómo te interesaste en el personaje?
Fue un descubrimiento casual. Una vez vi una acuarela en la que una persona vestida de armadura asesinaba con una lanza a un mapuche. Debajo decía: “La Monja Alférez”. A mí lo de monja no me cerraba, porque no veía ninguna. Me puse a averiguar y supe que la Monja Alférez era Antonio Erauso, exnovicia. Busqué información y encontré su autobiografía que, apócrifa o no, es bestial: un lenguaje de pura acción, sin reflexión, puras oraciones cortas. ¡Era un psicópata, un asesino serial! Me pareció tan loco que se me quedó en la cabeza. Veinte años después, pensando en que quería escribir sobre la selva y la conquista en términos contemporáneos, me acordé de Erauso. Y así se empezó a estructurar esta novela.
—No abordas al personaje desde el rigor histórico. Aprovechas los años en que no hay registro de su vida...
Me interesaba imaginarlo más que recrearlo.
—Es interesante también la exploración en la lengua, la ilusión del español del s. XVII.
Es un juego. Me parece muy importante el trabajo con la lengua, con la materia. Hay que hacerse cargo de su densidad y espesor. ¡Y me parece importantísimo que juguemos! Es lo que me da vida a la hora de escribir. Es lo que más me interesa.
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