El autor que hoy nos convoca para celebrar su cumpleaños número 150, murió a los 51 años. La vida de Marcel Proust ( París, 10 de julio de 1871 - 18 de noviembre de 1922 ) se apagó a causa de la neumonía y, con ella, su genialidad, aquella que destila en obras como Los placeres y los días ( 1896 ) y que se cristaliza con mayor evidencia en la entrega que lo volvió inmortal, En busca del tiempo perdido, una serie de siete obras cuyo primer libro, Por el camino de Swann, sería publicado por él mismo en 1913, mientras los tres últimos se publicarían de forma póstuma en 1927.
El escritor y traductor español Santiago R. Santerbás cuenta en la introducción de Marcel Proust. Poesía completa ( Cátedra, 2012 ) que, siendo Proust un infante, ya podía asegurar que sus ocupaciones favoritas eran la lectura, el ensueño, los versos, la historia, el teatro. Sus primeros textos fueron poéticos. Dice Santerbás: “La andadura poética de Proust se inicia con explicable euforia juvenil ; busca darse a conocer recitando o haciendo recitar sus versos en salones literarios o reuniones familiares. [...] Proust abandonará la publicación de versos un cuarto de siglo antes de morir. Proust se reconoce, esencialmente, prosista. Comprende que la poesía está sometida a leyes misteriosas y que el poeta está lleno de manifestaciones de esas leyes que pugnan por salir al exterior, mientras que el prosista busca su inspiración en la realidad”.
Hijo de una familia acomodada, Proust no necesitó ejercer otro oficio que el de escribir. Fue un universitario brillante, por supuesto, y esto se refleja en el amplísimo conocimiento que revela en sus obras. A insistencia de su padre, consiguió trabajo como bibliotecario por breve tiempo, pero dejó de lado esta labor porque el polvo de los libros agudizaba sus problemas de salud.
La vida del escritor francés se vería marcada por su complexión enfermiza, sus amores prohibidos por inclinarse hacia personas de su mismo sexo y, sobre todo, por la muerte de su madre, en 1905, que lo sumió en una depresión profunda. Desde entonces, dicen sus biógrafos, pasaría la mayor parte del tiempo en la cama: ahí dormía, comía y escribía.
Mundos interiores
Desde su lecho, Marcel Proust cambió el mundo de la narrativa. Benito Varela Jácome, en Renovación de la novela en el siglo XX, explica que la literatura evoluciona, en la primera veintena de siglo, por el surgimiento de la introspección y el autoanálisis, y, en ese viraje, la obra de Marcel Proust es clave.
Este autoanálisis al que se refiere Varela no puede verse de forma aislada, pues la de Proust fue una época en la que las nuevas teorías y exploraciones psicoanalíticas empezaron a florecer a partir de los hallazgos de Freud. Así lo anota el libro Marcel Proust y el yo dividido, del investigador francés Edward Bizub, quien destaca que el desarrollo del concepto del inconsciente, la práctica de la hipnosis, y los estudios sobre la disociación y la histeria despertaron el interés de Proust.
Varela Jácome refiere que un movimiento como el impresionismo también dejó huella en Proust: “Emplea una técnica impresionista en sus sensaciones, en su transfiguración luminosa de la realidad; se aproxima a Claude Monet en la descripción de la catedral de Amiens. Pero, sobre todo, Proust se acerca al impresionismo en la utilización de un elemento vital, la interpretación del tiempo. El tiempo deja de ser disolución para convertirse en contemplación, en consciencia del pasado”.
En la película Little Miss Sunshine ( 2006 ), Steve Carell encarna a un suicida estudioso de Marcel Proust. En un monólogo memorable, dice Carrell: “¿Sabes quién es Marcel Proust? Un auténtico fracasado. Nunca tuvo un trabajo, sus amores fueron un desastre. Fue gay y se tomó casi 20 años en escribir un libro que hoy casi nadie lee. Probablemente sea el mejor escritor del mundo desde William Shakespeare”. Probablemente.