Hay un momento terrible en la vida que es ese en el que algo que te gustaba mucho de pronto te parece espantoso. Duda: ¿es culpa de uno o de ese algo? Es duro y difícil asimilarlo y no valen excusas (postulado nunca del todo certificado, dicen) como esa de que nuestro organismo cambia sus células cada siete o diez años y vamos siendo personas completamente diferentes; porque las del cerebro permanecen. Y en el cerebro residen los misterios de lo que nos gusta o no, y más información al respecto en “Intensa mente” de Pixar. Yo recuerdo el instante exacto en el que Coldplay empezó a gustarme mucho. Fue una reacción química en dos movimientos: primero, en uno de esos canales de televisión que antes se dedicaban a tiempo completo a pasar videos musicales y no cada vez más raros reality shows, vi un clip magnífico y muy barato (siempre fui y seré fan de los videos baratos y con una buena idea) de una canción magnífica. En él, había un joven muy joven (sí, yo ya estaba en la edad en que los músicos de rock empezaban a ser y a estar tanto más frescos que uno) caminando por una playa. Y era el momento exacto del amanecer y de fondo sonaba una canción estupenda cuyo nombre no llegué a leer en ese cartelito a los pies de la pantalla de mi TV. Tampoco supe si se trataba de una banda o de un cantautor, pero en la letra de la canción —tan emocionante y sentida— se repetía una y otra vez la palabra “yellow” y presumí que ese podía ser su título. Y busqué y encontré a Coldplay. Y conseguí el single “Yellow” (y otros tantos EP que la banda ya había grabado de manera casi independiente) y al poco tiempo salió a la venta “Parachutes”. Era el 2000 y un nuevo milenio y “Parachutes” estaba muy bien y me gustó mucho y fue un gran debut. No a la altura de estrenos trascendentes como “Elvis Presley”; o “The Velvet Underground & Nico”; o “Horses”, de Patti Smith; o “The Modern Lovers”; o “The Piper at the Gates of Dawn”, de Pink Floyd; o “Talking Heads: 77”; o “#1 Record”, de Big Star; o “Marquee Moon”, de Television; o “The Songs of Leonard Cohen”; o “Music from Big Pink”, de The Band; o “Please Please Me”, de The Beatles; o “Murmur”, de R.E.M.; o “Rickie Lee Jones”; o “The Kick Inside”, de Kate Bush; o “Rattlesnakes”, de Lloyd Cole and The Commotions; pero sí a la altura de “Alive on Arriva”l, de Steve Forbert; o “Dire Straits”; o “She’s So Unusual”, de Cyndi Lauper; o “Violent Femmes”; o “Psychocandy”, de The Jesus and Mary Chain; o “Pretenders”; o “Five Leaves Left”, de Nick Drake; o “My Aim is True”, de Elvis Costello. Había algo ahí. Ahí mucho. Muy bonitas y melancólicas canciones y Parachutes fue el único CD que me llevé en un viaje en auto Barcelona/París/Barcelona con escalas en Avignon y el proustiano Illiers/Combray. “We live in a beautiful world”, cantaba Chris Martin. Y era verdad o, al menos, sonaba así. Después los disfruté en directo en salas pequeñas y salas grandes, me gustaron “A Rush of Blood to the Head” (2002) y “X&Y” (2005) y el efecto se mantenía con canciones como “In My Place” y “The Scientist” y “‘Til Kingdom Come” y, muy especialmente, en la muy hermosa “Fix You” que, en perspectiva, significó el comienzo de los problemas. Porque este himno convirtió a Coldplay en los maestros del rock-reparador, en la contracara de la depresión compulsiva de Eels, de la reescritura en abismo de “Hey Jude” y “All You Need is Love”. Y así Coldplay ascendió a la posición envenenada de ser los nuevos U2 con todo lo que eso significa para bien y para mal. Para el 2008 y “Viva la Vida or Death and All His Friends” / “Prospekt’s March” ni todo el talento de Brian Eno en la producción podía disimular que el combo había abrazado fuerte para ya no soltar el “oh-oh-oh-auuuú” como esperanto para ser coreado por sus fans en los estadios del mundo. También, Martin se casó con esa especie de mantis-femme que es Gwyneth Paltrow y sintió que el mundo entero debía ser enterado de su felicidad con su Yoko. Así, Coldplay mutó a una especie de versión arty de Palito Ortega/Raffaella Carrà/Ricky Martin y el efecto se intensificó con el incomprensible concepto graffiti/sci-fi tras “Mylo Xyloto” (2011) y su insoportable himno-brazuca “Every Teardrop is a Waterfall” y Rihanna como cuerpo invitado. Y, digámoslo, Martin no es un gran letrista y, con los años, lo suyo se ha vuelto cada vez más como textos para una hipotética división New Age para las postales Hallmark. Las cosas prometieron mejorar con la noticia de que Chris & Gwyneth habían puesto fin a lo suyo vía “conscious uncoupling” o lo que eso sea. Y no: “Ghost Stories” (2014) no era —a la hora del álbum divorcista— el “Blood on the Tracks”, de Bob Dylan; o el “Rumours”, de Fleetwood Mac; o el “Tunnel of Love”, de Bruce Springsteen; o el “Heartbreaker”, de Ryan Adams; aunque quisiese parecerse tanto al “For Emma, Forever Ago” (otro de esos grandes estrenos), de Bon Iver. “Ghost Stories” era, simplemente, uno de esos momentos en que la fiesta se pone aburrida pero, ey (está claro que a Chris M. no le va para nada eso del despecho epifánico de Adele), para la altura de “A Sky Full of Stars” ya estaban todos dando saltitos de nuevo y moviendo las patitas. Ahora, de pronto, veloz, aparece “A Head Full of Dreams” y, ah, es el primer disco de Coldplay que yo ni siquiera me había enterado que iba a salir. Así que pasé por mi tienda de discos amiga y ahí estaba: esa portada bollywoodense que remite directamente al colorinche de “Mylo Xyloto”. Y —por pura culpa, para no sentirme tan fuera de todo— me lo compré. Y antes de escucharlo me informé un poco: declaraciones de la banda insinuando una vez más que este, el sétimo álbum, bien puede ser el último porque “Harry Potter fue siete años al colegio”; explicaciones en cuanto a que si “Ghost Stories” era “nocturno”, “A Head Full of Dreams” es soleado y festivo con tracks titulados “Fun”, “Amazing Day”, “Everglow”, “Hymn for the Weekend”; un clip carísimo y digitalizado donde los simios bailarines de “Adventure of a Lifetime” han suplantado a los elefantitos de “Paradise”. También, se informaba que en el disco (mezclados por un pequeño ejército de productores) aparecían Beyoncé, Noel Gallagher, Tove Lo, Barack Obama y, claro, Gwyneth Paltrow, porque ella y Chris se siguen llevando tan pero tan bien aunque también haga coros por ahí la también actriz Annabelle Wallis, actual amorcito de Martin luego de Jennifer Lawrence. Y todo esto sonará en el intermedio del próximo Super Bowl y Coldplay se despide aconsejándonos que “Nunca nos demos por vencidos”. Decido hacerles caso y me sirvo un shot de bourbon y le doy play a A Head Full of Dreams resuelto a recuperar el tiempo perdido, a volver a verlo todo de color amarillo, a ser quien fui y me gustaría seguir siendo, a no darme por vencido. Y el pesadillesco y jaquecoso y tan feliz de ser feliz “A Head Full of Dream”s es un soberano adefesio.
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