Nadie puede negar que la reforma universitaria emprendida hace unos años es muy positiva para asegurar la calidad educativa de los profesionales del país. Pero aún está incompleta pues se ha enfocado en garantizar una Población Económicamente Activa (PEA), competitiva, que genere Producto Bruto Interno (PBI) destinado al consumo. Ello responde a una lógica de desarrollo económico, pero ¿y dónde queda el arte y la cultura?
El contexto actual ha demostrado rotundamente que sin ciencia no hay futuro. Pero dentro de la palabra “ciencia” también se encuentran las humanidades y las artes. Limitarnos a ser solo una fuerza de trabajo que genere PBI sin considerar nuestra sensibilidad y pensamiento crítico nos haría negar lo que sin duda nos hace humanos. Sin ello, dejamos de ejercer nuestros derechos y deberes, es decir, dejamos de ser ciudadanos. Y ya hemos visto en las movilizaciones de hace unas semanas la importancia de contar con una ciudadanía crítica que manifieste su inconformidad de manera pacífica pero altamente elocuente y simbólica.
Bien ha dicho Alberto Vergara que la generación del bicentenario es una generación alegre, de mucha vitalidad, con una “festiva indignación” que termina siendo “una transfusión de sangre para nuestra república”. Efectivamente, es una generación que protesta con humor, con música, con arte. ¿Qué sería de las movilizaciones sin los colectivos de teatro que satirizaban a los personajes golpistas, sin los sikuris y batucadas, sin las activaciones visuales y performativas de los artistas? ¿Qué sería de aquel discurso presidencial sin la emotividad de los versos de Vallejo? ¿Qué sería de la prensa sin las caricaturas y la sátira al poder que realizan diariamente en sus páginas?
La cantera del arte en el Perú es Bellas Artes. No solo ha formado a generaciones de artistas y maestros, sino que de sus aulas han emergido diversos movimientos y pensamiento artístico. Prueba de ello es el indigenismo y las vanguardias peruanas de artistas como José Sabogal, Julia Codesido, Víctor Humareda, Tilsa Tsuchiya o Victor Delfín. Igualmente, desde las obras de maestros como Daniel Hernández, Ismael Pozo, German Suarez Vértiz, Etna Velarde, entre otros, se ha construido el imaginario visual de nuestra república, así como los nuevos relatos y el activismo artístico de bellasartinos que han ido forjando múltiples identidades visuales críticas y contemporáneas.
A pesar de todo ello, su caso es extrañamente atípico. Se encuentra en un limbo de legitimidad. Al igual que San Marcos, realiza procesos de elección interna que determinan su autonomía de gobierno y, por tanto, decide su propuesta académica de la mano de estudiantes y docentes, otorgando grados de bachiller y licenciatura que se registran en SUNEDU. Pero, increíblemente, no termina de ser considerada como Universidad. Actualmente sus egresados y docentes tienen la necesidad académica y la capacidad de realizar posgrados como otros profesionales, pero el marco legal no se lo permite.
En muchos países del mundo existen universidades de arte, pues sus gobiernos entienden que las artes no pueden reducirse a facultades, ya que necesitan su propio desarrollo. En Perú ya existen universidades regionales de arte, a través de leyes que reivindicaron demandas de sus regiones, pero se ha dejado de lado a Bellas Artes a pesar de ser la más antigua y la que mayor demanda posee.
A ello se suma la pretensión que impulsa el Minedu para introducir a Bellas Artes en una Ley que afectará de manera desfavorable y nefasta su desarrollo académico. Este mismo error se cometió en 1975 cuando el gobierno militar decretó que sea absorbido por el Instituto Nacional de Cultura (INC), lo que ocasionó una crisis tan profunda y extensa en la institución, que costó décadas reconstruirla. La pretensión de entonces fue tocar su autonomía y por tanto sus programas de estudio. ¿Acaso es correcto que se vuelva a cometer el mismo error?
Los bellasartinos no están pidiendo algo arbitrario o infundado. Bellas Artes sí está de acuerdo con la regulación, pero dentro de los estándares de una universidad, cuyos principios son la democracia interna y el desarrollo del conocimiento al más alto nivel. Su única demanda es que se le permita pasar por el proceso de licenciamiento como cualquier otra Universidad y no como Escuela Superior. Antes de brindar a nuestras generaciones del bicentenario la oportunidad de una oferta universitaria de arte del más alto nivel, se está negando lo logrado en más de cien años de historia.
Hay voces que quieren incluir a Bellas Artes en el mismo saco de aquellos intentos viles de constituir universidades empresa para beneficios particulares, perjudicando así la valiosa reforma universitaria. Eso no se puede permitir. Pero no por ello se puede dejar de expresar la justa y legítima reivindicación del arte en la educación superior universitaria. La generación de artistas del bicentenario debe lograr aquello por lo que se luchó en el centenario de nuestra independencia, que las artes tengan el lugar que les corresponde por legítimo derecho: la Universidad Nacional Autónoma de Bellas Artes del Perú.