Dijo Aristóteles que la risa siempre es buena y suscriben este dicho todos los médicos del mundo desde los tiempos del gran Galeno. Sin embargo, el mismo Aristóteles nos pone en verdad al señalar que “la tragedia imita hombres mejores que los reales; la comedia, peores”. ¿Es esto cierto? Sí y no. No fue Francisco de Quevedo uno de los peores hombres por dedicarle a Luis de Góngora el poema “Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa”; pero podríamos debatir qué tan ‘bueno’ fue que, en el exitoso programa cómico de los años 90, Las mil y una de Carlos Álvarez, se agarrara a golpes a la actriz Zelma Gálvez mientras se le gritaba “¡Fea! ¡Fea!”.
Por supuesto, no faltará quien diga que “era solo una broma”. Pero, ¿era ‘solo’ una broma?
El sentido del humor
“Por definición el humor es algo que sorprende, pues es el cruce de dos ideas que irrumpen de manera inesperada en nuestra mente. Freud sostenía que era una válvula de escape de contenidos reprimidos y por lo tanto muchas veces prohibidos de expresar y que se liberaban de manera ‘inocente’ por medio del chiste”, explica el antropólogo y docente PUCP Alexander Huerta Mercado, quien también es autor del libro El chongo peruano.
Juan Carlos Siurana, investigador de la Universidad de Valencia, en su trabajo “Los rasgos de la ética del humor”, añade otros elementos para definirlo. Siurana destaca la idea de “sentido del humor”. “La percepción de lo cómico es un fenómeno puntual, que afecta a un hecho concreto, en un momento concreto, y que, por sus características, es capaz de hacernos sonreír o reír. El sentido del humor, en cambio es una capacidad para percibir tanto ese fenómeno, como otros muchos, como cómicos. Y la posesión de esa capacidad nos permitirá también hacer o decir cosas graciosas, en la medida que cultivemos nuestras destrezas para hacerlo”, escribe. Para Siurana, el sentido del humor está relacionado con vivir con alegría la vida a partir de lo que sucede en ella.
Reír en peruano
La tradición humorística peruana es diversa y compleja. Por ejemplo, las caricaturas. Según cuenta Carlos Infante, docente e investigador de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en el artículo “El humor gráfico en el Perú”, la aparición de la caricatura en el Perú se remonta al inicio del siglo XIX. “Durante la instalación del régimen republicano se publicaron en los periódicos algunas caricaturas de corte político. Se recuerda, por ejemplo, aquella estampa de 1820, en donde José de San Martín fue presentado en medio de una muchedumbre, ebrio y montado en un asno. El animal tenía el rostro del general chileno Bernardo O’Higgins”.
Podemos hablar también de las geniales y divertidas Tradiciones, del no menos genial y divertido Ricardo Palma, pero por cuestiones de espacio y coyuntura, miraremos el humor más contemporáneo. Es cierto que esto abarca desde los inefables cómicos ambulantes, hasta la tradición televisiva que creó y crió a programas como Risas y salsa, Las mil y una de Carlos Álvarez, Risas en América, JB, el imitador, o el icónico Pataclaun. Y, de forma más cercana a nuestros días, los hoy populares espectáculos de clown, stand up comedy, o los creadores de internet que apuestan por el humor de diversa índole.
Pero algo ha cambiado en el Perú, pues en las últimas tres décadas pasamos del humor que avalaba el exhibir a las mujeres en tangas, ofreciendo su cuerpo a los hombres, a criticar y rechazar —con justicia— a personajes como “el negro mama” o “la paisana Jacinta”. “Estamos en un proceso de auto descubrimiento y de observación critica de nuestra historia. Paulatinamente descubrimos que el humor ha naturalizado elementos de racismo, machismo y homofobia, como era clarísimo en la televisión peruana de señal abierta. En realidad, por un lado, el humor servía para ‘afirmar’ un orden de las cosas, pero también para denotar un ‘miedo al otro’ migrante, diferente, transgresor e impedir que se afiance en la ciudad”, dice Alexander Huerta Mercado. Y añade que, bromas y risas aparte, el humor en el Perú ha sido un medio para mantener una sociedad con sus estamentos conservadores con todos en su lugar. Y quien saliese de “su sitio” era “huachafo”, “grotesco”, “ridículo”, “digno de burla”.
Una ética para el humor
El filósofo y docente de la UARM, Víctor Casallo, explica que una manera constructiva de entender una “ética del humor” sería la discusión sobre en qué medida una actividad humorista —la actividad de un cómico— cumple o no con la expectativa de sorprendernos y hacernos percibir una situación desde un ángulo inesperado.
“No ayuda considerar a la ética como un tribunal o normas que, desde la pura teoría, dicen qué (no) se debe o (no) se puede hacer. En el caso del humor, tenemos derecho a esperar de la ética algo más que una ‘carta libre’ (por la libertad de expresión) o la ‘censura’ (porque hay temas que no se deben tocar). La ética exige reflexión y ofrece juicios concretos, pero pasa por el debate donde esperamos que nos den razones y, con ello, nos comprometemos a darlas. Mi pasión por la libertad o por la defensa de quien es abusado es el impulso imprescindible para entrar a ese debate, pero exige mucho más: justificar lo que opino, respondiendo a las posiciones contrarias. Para responder así hay que comprender esa otra posición; o sea, atreverme a salir de la mía”.
Lamentablemente —como bien señala Casallo—, muchos de nuestros “debates” no son discusiones así, sino monólogos de quienes no quieren —o no pueden— salir de lo que ya tienen “claro”.
Una risa distinta
Fabiola Coloma, actriz, clown y comediante, es parte de la nueva generación de peruanas —destacando el femenino— que ha encontrado una forma distinta de hacer reír al, felizmente, hoy un poquito más exigente público peruano. Aventurarse a ingresar en un mundo donde la presencia masculina es dominante, y la femenina solía ser decorativa, fue una decisión que requirió valor.
Para ella, hacer humor es una empresa que hay que empujar con seriedad, pues tiene un fuerte impacto social. “Por mucho tiempo hemos normalizamos las cosas que vemos en nuestra sociedad, y olvidamos que hay realidades que deberíamos criticar. No reírnos de ellas, pero sí usar la sátira, un humor inteligente, para denunciar”, dice.
Montó su primer unipersonal diez años después de empezar a hacer clown, y en el camino estudió stand up e impro. “Cuando me decido a planear mi show, decidí hablar, desde mi experiencia, por qué muchas mujeres nos escondemos, por qué estamos hartas de que nos acosen, por qué queremos que nos acepten los padres, por qué debemos ser mamás exitosas. No podría hablar de cosas que no he vivido, pero sí puedo criticar problemas sociales que entiendo”, añade.
Por supuesto, otro humor es posible.