El 17 de diciembre de 1996 pasó a la historia del Perú. Esa noche, en el distrito de San Isidro, catorce terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) tomaron la residencia del embajador de Japón Morihisa Aoki. Con más de 600 rehenes entre políticos y miembros de la sociedad civil (luego se reducirían a 72), pedían la libertad de sus colegas presos, dinero y otros cambios a ejecutar por parte del Estado. Ninguna de sus peticiones fue acatada; de hecho, el Perú no había dado indicios de que cedería a cualquier pedido de este u otro grupo subversivo.
¿Cómo se explica el surgimiento un movimiento de este tipo? En su libro “Con las masas y las armas: Auge y caída del MRTA” (2023, IEP), el historiador peruano Miguel La Serna, profesor de la University of California at Chappell Hill (Estados Unidos), cuenta el surgimiento de este grupo terrorista, su desarrollo y lo que en la práctica fue su final, en el operativo Chavín de Huántar del 22 de abril de 1997, que terminó con todos los subversivos muertos, así como un rehén y dos comandos. Con énfasis en fuentes directas, es un trabajo de años donde el investigador entrevistó a las víctimas, a exsubversivos e integrantes de las fuerzas del orden para trazar una historia de este movimiento, sus motivos y el daño causado.
“Era más o menos común que un país de América Latina, en el contexto de la Guerra Fría, tuviera dos o hasta más grupos armados en los años 80″, contó La Serna a El Dominical, para explicar el por qué surgieron, en el mismo periodo, tanto Sendero Luminoso como el MRTA, donde este último no solo quería tomar el poder, también apoderarse para beneficio propio de símbolos patrios; desde el nombre en sí, por lo de Túpac Amaru. “Querían entrar en esa guerra de símbolos con el Estado, apropiarse de diferentes cosas que pertenecían a la patria, pero no les bastaba con hacer eso. También destruían, hicieron bombas, ataques armados, era una mezcla de una guerra simbólica con una guerra violenta”.
―Tú has conversado de primera mano con exintegrantes del MRTA. Ellos se abren contigo, te cuentan varias cosas. Puedo suponer que supuso un reto conseguir este nivel de acceso.
Fue un tema un poco complicado, pero también valía la pena porque realmente muchos de ellos no habían hablado sobre esas cosas, narrar sus propias experiencias. Era un gran lujo obtener esa perspectiva e incluirla también en el libro, junto a otras perspectivas; del Estado, del Ejército, de la Policía. Quería incluirlas para reconstruir esa historia, pero sí, fue un poco complicado porque algunos estaban aún encarcelados, entonces tenía que conversar en los penales. Al inicio muchos no querían hablar de esas cosas porque tenían miedo; después de haber sido liberados corrían un riesgo, que fueran buscados o arrestados.
― ¿Al conversar con estas fuentes, tanto los que pertenecieron al MRTA como a las fuerzas del orden, notaste algo en común? Tal vez una forma de expresarse, sus miradas.
Yo diría que sí. Casi todititos decían “nosotros estábamos haciendo una guerra para para liberar a la patria o para defenderla”. Tenían eso en común, un nacionalismo muy notable para los del Ejército, la Policía, pero también para los del MRTA. Tenían un amor por la patria que era bien profundo, eso se notaba al hablar con ellos.
― Por momentos el libro se lee como una novela; hay tensión, como en el capítulo de la fuga del penal de Castro Castro.
Sí, yo también pensé a veces que era una historia casi difícil de creer [risas], porque los eventos propios de la guerra a veces parecen de una novela, pero eran de la vida real, lo cual lo hace más interesante e impactante. Para mí era muy interesante poder conversar con gente que estuvo en esos eventos de la historia contemporánea del Perú. Por ejemplo, la fuga de penal de los emerretistas en 1990 es un evento del que había libros, pero también tuve la oportunidad de conversar con algunos que habían estado allí, con líderes y otros miembros que se habían fugado. Eso me daba no solamente los hechos, sino también los pensamientos, las diferentes ansiedades de los propios actores históricos. Creo que eso le da la impresión más novelística al libro también.
―El MRTA fue constantemente diezmado, sea por rendición de sus miembros u operativos de búsqueda y captura. ¿Por qué no se rendían en su conjunto cuando no tenían posibilidad de ganar?
En mi opinión, fue uno de los graves errores del MRTA en perspectiva política. Tuvo varias oportunidades para rendirse o para entrar en un diálogo con el Estado. Y vas a ver, leyendo el libro, que en estos momentos claves por los cuales había oportunidades para para rendirse, para entrar un diálogo, para entrar a la política legal; las voces que eran más militaristas, más duras, son siempre las que las que ganan.
― ¿Estaba el MRTA desconectado de la realidad? En los 90, muy pocos grupos subversivos de la región apostaban a la lucha armada.
Esa era una cosa también interesante del tema. Para los 90 ya se había acabado la Guerra Fría prácticamente y muchos de los movimientos armados de América Latina ya habían dejado las armas y empezaban a entrar a un diálogo con el Estado. Eso se ve, por ejemplo, en Guatemala, en El Salvador. Pero el MRTA sigue, no deja las armas, piensan que solo luchando van a salir de ese aprieto en que se encontraban.
―Me llama la atención que el MRTA pretendía ser lo “mejor” de la sociedad, pero repetía sus taras. El libro deja claro que tanto el machismo como el racismo y clasismo estaban arraigados en ellos.
Sí. Era un grupo que también era muy liberal, digamos, en el sentido cultural y social, de querer forjar un nuevo mundo más igualitario, pero también a la vez era producto de su propio tiempo. Y en ese tiempo, en los 80 sobre todo y a comienzos de los 90, todavía eran parte del mundo tanto de la izquierda como de la derecha, que tenían ideas más culturalmente conservadoras. Y esas ideas se ven también en las diferentes luchas internas del grupo. Ahí sale el racismo contra los indígenas, el abuso de la mujer y también la homofobia. Una de las manchas más oscuras [de este grupo] es el tema de los crímenes de odio. Había gente [entre los terroristas] que también se aprovechaba de la guerra, de la lucha armada interna, de la rebelión, para entrar a ese juego de odio. Aprovechaban que los líderes estaban capturados para poder hacer otras cosas que iban más allá de la plataforma del MRTA. Entonces no era la práctica oficial del MRTA, sino que era una práctica que se veía en un nivel más localizado.
"Para mí era muy interesante poder conversar con gente que estuvo en esos eventos de la historia contemporánea del Perú. Por ejemplo, la fuga de penal de los emerretistas en 1990 es un evento del que había libros, pero también tuve la oportunidad de conversar con algunos que habían estado allí".
―¿Tuviste problemas para mantener la templanza al escribir el libro? Entre los testimonios que pones hay pasajes desgarradores. ¿Cómo no desfallecer ante tanta violencia?
Sí, para mí fue un tema un poco complicado escribir el libro. Yo quería escribir una narrativa de la de la guerra, pero también dejar que el lector viera y entendiera también las perspectivas, las experiencias de los propios actores históricos. Había siempre esa tensión entre ser el autor tratando de describir la historia y también dejar que las voces, que eran voces poco exploradas en cuanto a la historia de la época, también salieran a la luz del día.
―¿Podría interpretarse la toma de la residencia del Embajador de Japón como una forma muy compleja de cometer suicidio? Porque antes el Estado no había dado pistas de que cedería.
Sí, yo creo que los que entraban a la residencia del embajador de Japón en 1996 sabían que probablemente no saldrían de ahí, que morirían y eso es justamente lo que pasó. Pero para ellos, y sobre todo para Néstor Cerpa [el líder de la toma], era la única opción que tenían; no es la opinión mía, pero según ellos era la única opción porque la idea de rendirse no era algo que consideraban. Querían liberar a sus compañeros que estaban encarcelados y seguir la lucha. Entonces, sabían que sería muy poco probable que saldrían vivos, pero para ellos valía la pena.
―Próximamente se estrenará una película que adaptará la toma de la residencia del embajador de Japón, la hace Tondero. ¿Qué esperas a esta ficción?
Espero que sea honesta, que realmente trate de contar la historia en toda su complejidad; eso incluye también a la perspectiva de los rehenes, que vivieron esa pesadilla, pero también espero que la perspectiva del MRTA sea compleja, porque tenían una experiencia históricamente significativa. Entonces yo creo que es necesario tratar de ser fiel a la historia. Porque fue un episodio muy dramático, pero también fue un episodio que sucedió en la vida real. Espero que sea históricamente honesta.
Autor: Miguel la Serna
Editorial: Instituto de Estudios Peruanos
Año: 2023
Páginas: 400
TE PUEDE INTERESAR
- Víctor Polay y el MRTA: Cuatro acusados por matanza de Las Gardenias salieron del país y están en Europa
- Hay al menos 25 casos vinculados a terrorismo en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)
- El rastro de muerte, dolor y violencia de Víctor Polay y el MRTA
- Loreto: escolar detenido por incendiar colegio y escribir mensajes terroristas
- Keiko Fujimori cuestiona a la CIDH por caso Víctor Polay: “Es hora de hacer respetar las decisiones de nuestro país”
Contenido Sugerido
Contenido GEC