“Para Hedy Lamarr, por inspirar la Era Moderna en la seguridad de los sistemas de comunicación militares con su espectro ensanchado por salto de frecuencia. Su visión de ingeniería preparó el camino para el exitoso desarrollo de los sistemas militares”, decía el reconocimiento que recibió en 1997 —poco tiempo antes de su muerte, por un invento decisivo para las comunicaciones del presente— la actriz que fue conocida como “la mujer más bella del cine” en las décadas del cuarenta y cincuenta. Solo por tener ese apelativo uno podría fantasear con que su vida misma fuera inspiración cinematográfica. Y lo era. Por lo misterioso de su nombre, por el silencio que quedaba antes y después de pronunciarlo. Por ella misma.
Muchos años antes de aquel reconocimiento, en 1933, Lamarr permitiría que el sol y el mundo la vieran agitar la hermosa magnitud de sus pechos transparentes, protagonizando el primer desnudo del cine comercial en Éxtasis, filme checo en el que su rostro mostraría también el primer orgasmo. Tras la polémica —alaridos del papa Pío XI incluidos— Lamarr hizo de su existencia una gran película.
Éxtasis y yo, una polémica “autobiografía” escrita a mediados de los sesenta por Leo Guild y Cy Rice tras 50 horas de entrevistas con la actriz, fue motivo de un juicio por parte suya, indignada hasta por los secretos contados, sin piedad, en un libro que acaba de editarse en español y que demuestra que Lamarr era un cuerpo, sí, también unos ojos, una figura, una fama, pero, sobre todo, un cerebro magnífico, como quedaría claro gracias al invento que le mereció las palabras iniciales de esta nota. “Ficticio, falso, vulgar, escandaloso, difamatorio y obsceno”, dijo Lamarr sobre el texto. Aunque ella publicaría otra autobiografía escrita —esta vez sí— por ella, el libro de Guild y Rice definiría la imagen de una actriz con peculiares aficiones sexuales y no mucha suerte en el amor.
Éxtasis, todo el mundo vive en éxtasis
Nacida en Viena en 1914, de padre banquero y madre pianista, Hedwig Eva Maria Kiesler vivió un escándalo total tras su desnudo, aunque era una mujer de carácter, interesada tanto en el arte como en la ingeniería. Poco tiempo después, Friedrich Mandl, un conocido fabricante de armas alemán, convenció a sus padres, billetes en mano, de que él era lo más conveniente para Hedwig. Se casó con ella, la rodeó de sirvientes y comodidades, pero no precisamente de amor. Mandl comerciaba armas en la Europa de los treinta, con Hitler y Mussolini como sus más ávidos compradores. Hedwig iba con él a todas las reuniones: era su trofeo, un maniquí que en casa vivía casi como una esclava. En Éxtasis y yo cuenta que solo podía desnudarse y bañarse si Mandl estaba presente. Su obsesivo celo lo llevó a comprar todas las copias posibles de Éxtasis y a mantenerla encerrada en su mansión… hasta el siguiente cóctel con fascistas. Pero ella se hartó. Tras casi cuatro años de suplicio, ideó un plan de escape: sedujo a una empleada —a la que contrató porque tenía un cierto parecido con ella—, la sedó, cambió su ropa y huyó de la mansión Mandl como si saliera en su día de franco. Aunque los agentes de seguridad de su marido casi la alcanzan, logró llegar a París y, luego, embarcar rumbo a Estados Unidos. En ese viaje conocería al hombre que cambiaría su destino: Louis B. Mayer, mandamás de la MGM. “De ahora en adelante, por mi decisión y decreto, te llamarás Hedy Lamarr”, le dijo. Barbara Lamarr, una actriz del cine mudo de la que también decían que era la más hermosa de su tiempo, fue la inspiradora del nuevo apellido. Desde entonces, la biografía de Hedy experimentaría sudores y abandonos, estertores, temblores, calores, inercia, fuego, voluptuosidad. El glamour y el erotismo en el cine comercial proferían su primer gemido a través de sus ojos.
Aunque para muchos Hedy Lamarr se había hecho famosa con un filme “pornográfico”, logró insertarse rápidamente en el Hollywood de entonces gracias a una belleza cercana a la de Vivien Leigh. Tras sobrevivir a fascistas y nazis en aburridas cenas de negocios, pasó a filmar junto con estrellas como Clarke Gable, Spencer Tracy, James Stewart, Robert Taylor o Bob Hope. Argel (1938), The Strange Woman (1946) o Sansón y Dalila (1949) son estupendos ejemplos.
Pero Lamarr estuvo bastante lejos de ser solo una estrella de cine. Tanto sus estudios de ingeniería como el contacto y la conversación con los intimidantes clientes de su primer marido le dieron elementos para investigar y crear. A inicios de los cuarenta, unida a su amigo, el pianista y compositor vanguardista George Antheil, desarrolló y patentó el ya mencionado “salto de frecuencia”, que estaba inicialmente pensado para teledirigir torpedos y vencer a los nazis, pero que, muchas décadas después, terminó convirtiéndose en un descubrimiento que sería fundamental para el presente y futuro de las comunicaciones en el mundo, GPS, Bluetooth, wifi y transmisiones militares incluidas.
“Cualquier chica puede ser glamorosa. Lo único que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer estúpida”, dijo alguna vez la mujer que sintetizó la seducción entera al caminar. Una que nació un 9 de noviembre, fecha que hoy se celebra como el Día Internacional del Inventor, en su honor.
Autobiografía
Autor: Hedy LamarrEditorial: NotoriousPáginas: 336