El Fondo Editorial de la Universidad Científica del Sur ha editado Trilogía de la pandemia, de Ernesto Barraza Eléspuru, decano de la carrera de Artes Escénicas de esa casa de estudios. Esta compilación contiene las obras dramáticas “Kheper”, “Ausente” y “Paraíso”, concebidas durante el periodo de pandemia para su representación a través de medios tecnológicos.
Es comprensible que una situación tan terrible como la pandemia sea el marco de diversas reflexiones y lecturas artísticas, en ese sentido, ¿cómo surgen estas obras?
Cada una surge en un momento diferente de la pandemia. “Kheper” fue la primera obra que escribí sobre y durante la cuarentena estricta de los primeros días. Fue por una invitación del Teatro Británico que, en plena crisis, creó el proyecto #SinFiltro. Fui invitado a escribir y dirigir una obra breve que sería grabada por Zoom con los actores trabajando desde su casa. En mi caso, trabajé con Vania Accinelli y Jorge Black. El proceso fue muy particular porque me enfrentaba a una situación muy distinta a la que estaba acostumbrado y creo que la obra refleja esa incertidumbre. Vivimos en una sociedad que nos hace creer que el futuro está en nuestras manos y nos obliga a producir sin parar, para supuestamente construir una vida perfecta. De repente, estamos en pausa, imposibilitados de producir y el futuro no solo es incierto, sino que, por momentos, parece que no hay futuro. Ese es el estado en el que están los personajes de la obra que, además, se enfrentan a la posibilidad de tener un hijo en medio de este desconcierto. “Ausente” la escribí unos meses después, y la presentamos de manera virtual con mi compañía BreakTeatro, que creé hace diez años junto a Diego Lombardi. La obra fue interpretada por Katerina D’Onofrio. Es un monólogo que escribí sin tener claro qué iba a pasar con él. Pienso que “Ausente” explora otro nivel de la pandemia. El texto ya no se detiene en esas primeras incertidumbres. Hay dos ideas centrales: la soledad, pero sobre todo la muerte. La posibilidad de perder a las personas que queremos y no tener, ni siquiera, la oportunidad de despedirnos de ellas. En “Paraíso” —una obra inédita que no sé si algún día llegue a montar—, el universo es apocalíptico y, a la vez, onírico. Los personajes transitan entre un pasado y un futuro confusos y etéreos. Han perdido la posibilidad de comunicarse, son incapaces de percibirse el uno al otro. Representan una posibilidad muy desesperanzadora frente a la pandemia que, en algún momento, creo que todos hemos imaginado.
Con tus obras propones un montaje con soporte tecnológico ¿Cómo concibes estas puestas de escena?
Yo pienso que esto que llamamos teatro virtual o teatro tecnomediado es algo circunstancial. A pesar de haber escrito y dirigido tres obras en este contexto (también presenté la creación colectiva “2021: Violeta y los reptilianos” en el FAE 2021, junto a Julia Thays y Diego Otero Oyague), no estoy tan seguro de llamarlo teatro. En todo caso es una manera de contar historias y de seguir conectando con el público. Es una forma de “hacer” que nos ha permitido seguir creando. Pero el teatro tiene otras características. Eso sí, ha sido una oportunidad de explorar y descubrir un formato que, como todo, tiene sus pros y sus contras. En el caso de “Kheper”, saber que la obra no se montaría en un teatro era algo realmente confuso. Los actores estarían en su casa y yo en la mía, y la verdad es que durante el proceso de escritura no tenía muy claro cómo lo haríamos.
¿Y en el caso de “Ausente”?
La idea de presentar “Ausente” surgió de una conversación con Katerina. Le conté lo que había escrito y nos animamos a leerla juntos —por Zoom—, y dijimos ¿por qué no la montamos de manera virtual? Así empezamos un proceso de exploración que llevó a que la obra encuentre su propio lenguaje, primero probamos con la cámara de la computadora, luego con la del celular. Poco a poco, la obra fue tomando forma y ese nivel íntimo, confesional al que invita el texto. Creo que en ambos casos el proceso se concentró en la búsqueda de un punto medio en el que se pudiera generar el encuentro entre el actor y el espectador que, para mi, es la esencia del teatro. Por eso creo en la necesidad de que el teatro “virtual” se de en vivo. Más allá de la parafernalia tecnológica, lo que importa es eso. Generar un encuentro, aunque sea a la distancia. En todo caso da esperanza ver que, poco a poco, estamos volviendo a los teatros. Me imagino que en el futuro algo de estas experiencias se verán reflejadas en las puestas en escena. Pero no creo que haya una revolución tecnológica del teatro a causa de la pandemia. No olvidemos que hace mucho tiempo que las artes escénicas vienen explorando nuevas rutas, muchas de ellas involucrando elementos tecnológicos o, incluso, tecnomediados.
Eres también responsable de una carrera universitaria en artes escénicas. ¿Cómo vinculas la enseñanza del teatro con los valores cívicos y humanísticos tan necesarios en el país?
Una de los aspectos que más nos importa en la universidad es que nuestros alumnos sean consientes de su responsabilidad como creadores. Lo que implica un verdadero contacto con los acontecimientos sociales y el entorno. El teatro es ese lugar al que las personas nos acercamos a reflexionar, debatir, a tratar de entender y también a reconciliarnos. Y los creadores escénicos somos los que generamos esos espacios de discusión. Es una gran responsabilidad. Eso es lo que queremos desarrollar en nuestros estudiantes. Por lo tanto, una formación escénica que no incorpore una mirada humanista, no conversaría con nuestra propuesta. Queremos formar artistas que sean capaces de observar, investigar y transformar, a través de su propia mirada, las diferentes problemáticas del país.
¿Cómo percibes la dramaturgia peruana actual?
Creo que ser dramaturgo en el Perú ha sido y será siempre una batalla contra todo. No solo en el contexto de la pandemia. Hacer teatro significa emprender una lucha constante en todo sentido. Actualmente hay un interés cada vez mayor por escribir; pero también por investigar. Por mirar hacia fuera y ver qué se hace en otros lados. En ese sentido, el intercambio que se ha dado en los últimos años a través de Festivales como el FAE, Temporada Alta o Sala de Parto ha sido importante. Felizmente, se han hecho esfuerzos para que, a pesar de todo, haya cierta continuidad en este aspecto durante la pandemia. Creo que estamos entendiendo que la dramaturgia no es algo aislado, y en ese sentido se tiende cada vez más a un teatro de autor, en el que uno es más un creador escénico que un escritor dramático, alguien que busca acercarse a la realidad desde varias perspectivas.
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