La historia del Perú — y, valgan verdades, del mundo — ha sido escrita y contada por hombres. Por ello, no sorprende su androcentrismo. Así, crecemos escuchando y leyendo hazañas de hombres, hechos que los colocan como los dueños del mundo ante la figura de una mujer que, salvo excepciones, permanece expectante y acompaña mas no lidera situación importante alguna.
Y aunque investigaciones posteriores se están encargando de reconstruir la historia, estas nuevas versiones no son aún tan famosas como sus antecesoras. Por ejemplo, pocos conocen a santa Hildegard von Bingen (Alemania, 1098-1179), pintora, poeta, compositora, científica, doctora, monja, filósofa, mística, naturalista, profeta y la primera sexóloga de la historia. O a Lise Meitner (Alemania, 1878-1968), la segunda mujer en graduarse en la Universidad de Viena y quien descubrió, al lado de Otto Hahn, la fisión nuclear. Sin embargo, en 1944, la Academia sueca decidió enterrar el nombre de Meitner y darle el Nobel de Química solo a su compañero.
Injusticias de ese calibre podemos encontrar por montones. La historia del Perú no es ajena a ella. La historiadora Maritza Villavicencio señala al respecto: “La memoria de la rebeldía y la contestación femenina no fue registrada por la historiografía oficial positivista ni por la de corte marxista ni por las nuevas corrientes marxistas, porque éramos tributarias de una visión unilateral de poder, de aquel instalado en el Estado ordenado por los derechos civiles y políticos”.
En el libro Mujeres peruanas. El otro lado de la historia, de la investigadora Sara Beatriz Guardia, la estudiosa francesa Michelle Perrot, señala en el prólogo: “El silencio que las recubre [a las mujeres en la historia] tiene razones generales y particulares ligadas a su propia situación. En primer lugar, la invisibilidad que la dominación masculina ha impuesto a las mujeres, confinándolas a un espacio privado, dedicadas a la reproducción material y doméstica, algo poco valorizado y no merecedor del discurso. De allí la debilidad de las huellas dejadas por las mujeres. El limitado interés que han suscitado permitió que no se registraran ni sus hechos, ni sus gestos, ni sus nombres”.
* * *En el siglo XX, sin embargo, la búsqueda de la igualdad trajo consigo acciones y consecuencias que la esfera pública no pudo ignorar. Por ejemplo, Esther Festini fue la primera mujer que ingresó a estudiar a San Marcos. Siguió la carrera de Educación y se recibió de doctora en Educación en 1904. Lo que la motivó a luchar por ingresar, estudiar y terminar la carrera fue el conseguir la acreditación para el Liceo Grau, institución educativa fundada por ella. Sin embargo, la primera mujer en graduarse en San Marcos, en la Facultad de Medicina San Fernando, fue Laura Esther Rodríguez Dulanto, quien obtuvo su licenciatura en Medicina en setiembre de 1900 y fue la primera mujer en tomar el juramento hipocrático. Pero no fue sino hasta mediados del siglo XX que las mujeres empezaron a asistir en un número considerable a las aulas universitarias.
En otro espacio, las monjas también encontraron su propios mecanismos para alejarse del control masculino. Las mujeres hicieron de los claustros un mundo aparte de vida festiva y llena de lujos. Encerrándose, pudieron controlar su propio patrimonio; la mayoría eran mujeres con fortuna. Según la historiadora, los conventos “eran impresionantes. Hacían fiestas faustosas con asistentes que vestían moda francesa. Hacían teatro donde participaban mulatas”. Las diferencias de clase se mantuvieron dentro del convento a través de la vestimenta, como las monjas de velo negro y velo blanco. Las de velo negro eran las más adineradas y las de velo blanco, junto a las indias y negras, servían a las de velo negro. El poder económico les permitió incluso hacer oídos sordos a las autoridades eclesiásticas que renegaban de su teatro y se escandalizaban con su manera de vivir. “Se dice que prestaban dinero al virrey y al mismo rey. Entonces se comprende que tenían una serie de atribuciones”, manifiesta.
Para Villavicencencio, “las verdaderas gobernantes regionales eran las mujeres y en la Colonia hubo hasta una virreina: la condesa de Lemos. Cuando el conde de Lemos viajó al sur para acabar con un motín, dejó a su esposa al mando. Hemos tenido una virreina con todas las de la ley y también una presidenta en el siglo XIX, Francisca Zubiaga de Gamarra, la Mariscala. Las mujeres supieron revertir, como en los conventos, estas formas donde se les aislaba con determinados propósitos”.
En la segunda década del siglo XIX, recién se comenzó a incluir a la mujer en el sistema educativo. Tuvieron mayor presencia en el círculo intelectual de tal manera que sorprendieron a la escritora Flora Tristán, quien resaltó la participación de la mujer peruana en los debates políticos, pero también en el círculo intelectual y artístico, impresiones que recopiló en Peregrinaciones de una paria. Las mujeres intelectuales como Clorinda Matto, Mercedes Cabello o Juana Manuela Gorriti crearon sus propios espacios para expandir sus ideales: revistas, semanarios, colaboraciones escritas en diarios, discursos, y espacios de intercambio de ideas como fueron las veladas literarias. Sin embargo, nunca fueron consideradas como iguales; al contrario, se les cuestionó la osadía de trastocar el rol femenino.
Sara Beatriz Guardia señala en su libro otro hito: la primera organización feminista, reconocida como tal en el Perú, data de 1914. Ese año María Jesús Alvarado fundó Evolución Femenina, institución que orientó sus acciones a lograr la incorporación de la mujer al trabajo, y conseguir la igualdad jurídica. Integrada principalmente por mujeres de clase media, Evolución Femenina abrió con tenaz persistencia el debate en torno a la emancipación de la mujer, el derecho al sufragio, la educación y el acceso a cargos públicos.
Nuevas y sólidas organizaciones femeninas no se crearon en nuestro país hasta 1978, cuando se funda Manuela Ramos, y 1979, año en el que se funda Flora Tristán, ambas asociaciones civiles sin fines de lucro.
Pero podemos encontrar un nuevo modelo de organización femenina en los comedores populares, unidades de organización vecinal fundamentales en los ochenta y noventa para sostener a las comunidades, sobre todo a las más pobres y a las atacadas por la violencia.
Estos espacios cerraron filas y no permitieron la injerencia de partidos políticos, y mucho menos de terroristas, acto valiente que le costó la vida a más de una de sus dirigentes. El caso más conocido es el de María Elena Moyano.
* * *El reconocimiento y la igualdad de oportunidades políticas se oficializaron en 1955, cuando el presidente Manuel Odría promulgó la ley que legalizaba el voto femenino. La primera votación se realizó en 1956. Pero la lucha por obtener este derecho fue larga. Fue María Jesús Alvarado la primera en levantar su voz y hablar de la necesidad de la participación política de la mujer. Sin embargo, el poder político se encargó de silenciar este pedido entonces.
Décadas después, cuando la lucha la asumió Zoila Aurora Cáceres, se enfrentó a las mismas barreras y corrió la misma suerte: en la década de los treinta, el parlamento se opuso al voto femenino y al de los analfabetos.
Ese mismo año, 1956, se eligió a las primeras senadoras y diputadas de nuestra historia. Como senadora fue elegida Irene Silva Linares de Santolalla, y como diputadas fueron elegidas Manuela C. Billinghurst López, Alicia Blanco Montesinos, Lola Blanco Montesinos de la Rosa Sánchez, María Mercedes Colina Lozano de Gotuzzo, Matilde Pérez Palacio Carranza, Carlota Ramos de Santolaya, María Eleonora Silva Silva y Juana Ubilluz de Palacios. Pero esto no significó que la participación política de la mujer haya crecido exponencialmente desde entonces. A fines del siglo XX no se podía hablar de representaciones paritarias en política.
Sin embargo, durante el conflicto armado interno, las mujeres fueron el reflejo de la resistencia. Son incontables las afectadas en dicho periodo, por violencia física, psicológica y sexual; sin embargo, es conocido el rol protagónico que jugaron, sobre todo fuera de la capital, en las distintas regiones, como parte de los comités de autodefensa.
Es injusto, pues, escribir una historia del Perú sin otorgarle a la mujer el reconocimiento que su trabajo merece.
Para leer: Poder femenino. 5000 años de historia en el PerúEditado por Apus Graph Ediciones y escrito por la historiadora Maritza Villavicencio, el libro cuenta la historia de mujeres poderosas que definieron nuestra historia a través del tiempo.
Para ver:Conoce la historia del feminismo en nuestro país de la mano de Norma Martínez en su programa Sucedió en el Perú.
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