Nació en ese Barrios Altos del primer tercio del siglo XX, en una época marcada por las composiciones de Felipe Pinglo, por el auge de las peñas criollas, de los centros musicales y de una efervescencia irrepetible en quintas, callejones, plazas y calles, cuando esta parte de la ciudad se había convertido en el epicentro de la música costeña, una amplia comunión de ritmos que iban del valse a la polca, del tondero a la marinera norteña y limeña, de los pregones a los panalivios y zamacuecas. El barrio fue la escuela de José “Pepe” Villalobos Cavero, quien a los diez años aprendió a tocar de oídas el cajón, mientras miraba deslumbrado ensayar a los músicos del mítico conjunto Ricardo Palma, liderado por Víctor Arciniega Samamé, El Gancho, quien era su vecino y se convirtió pronto en su mentor y maestro.
A los 15 años, Villalobos ya tocaba en los espectáculos en vivo de las radios, acompañando a figuras como Jesús Vásquez, Eloísa Angulo, las hermanas Chela y Noemí Polo, entre otras. Y, con el tiempo, se convirtió en un gran intérprete, maestro y compositor. Esta historia es contada por él mismo en Pepe Villalobos, el rey del festejo, un libro escrito por el sociólogo Vicente Otta y la escritora Tilsa Otta —padre e hija—, quienes buscan reconstruir la historia de la música criolla y su aporte afroperuano desde la voz y memoria de este músico barrioaltino.
Como se sabe, Villalobos, quien ya pasa los 90 años, no solo ha sido —y es— un gran cajonero y guitarrista, sino sobre todo ha sido compositor de populares festejos, valses y zamacuecas que son producto de su investigación en estos géneros. A él le debemos composiciones como “La comadre Cocoliche”, “Mueve tu cucú”, “La carimba”, “Copas mías”, “A mi Barrios Altos”, entre otras.
Diálogo con guitarra y cajón
En libro está planteado en dos secciones. En la primera —la más amplia– se presenta una larga conversación entre los autores y Pepe Villalobos, en la que el músico reconstruye su vida y habla de sus principales aportes. Se incide, especialmente, en sus años de aprendizaje entre las décadas de 1940 y 1960, cuando descubre el cajón, la guitarra, la quijada, el piano y cuanto instrumento se le ponía delante, así como su relación con otros exponentes de la música afroperuana: Porfirio Vásquez, Carlos Hayre, su primo Arturo “Zambo” Cavero, los hermanos Santa Cruz, etc. El diálogo está poblado de anécdotas y vivencias. Una frase que Villalobos repite con gracia y sabiduría es el dicho “que se mueran los viejos para que no se sepa la verdad”, en alusión a que su testimonio cuenta de primera mano cómo nacieron agrupaciones, de qué manera fueron creadas ciertas composiciones o un instrumento como el cajón, y cómo todo esto muchas veces es ignorado por las nuevas generaciones de artistas.
La segunda parte es una monografía de Tilsa Otta sobre el conjunto “Tradición limeña”, que el propio Villalobos formó en 1960 inspirado por el grupo “Ricardo Palma” que él escuchaba ensayar al otro lado de su casa. Una noche —cuenta— fueron invitados a tocar a la famosa peña Karamanduka, de la cuadra 18 de la avenida Arenales. Era solo una presentación de paso, pero se quedaron ocho años, entre 1960 y 1968. Su objetivo fue claro: mantener la tradición mestiza de la música criolla en todas sus variantes y géneros. El grupo hizo historia y se convirtió también en un semillero de nuevos valores.
Cada canción creada por Villalobos tiene una historia detrás. “Todas tienen un afán de demostrar como era la vida del negro en el pasado —dice el maestro—, en la época de la esclavitud. Por ejemplo, cuando hablo de la carimba, muchos no saben qué cosa es […]. La carimba es un hierro más o menos de este largo, que acá en las manos tiene un asa para llevarlo, tiene las iniciales del dueño, por ejemplo, yo soy José Villalobos Cavero, JVC, entonces calentaban el hierro a fuego, tumbaban a la vaca le ponían en el anca y quedaba la marca. Sé que en la época de la esclavitud hubo hacendados despiadados que con la misma carimba que marcaban al buey, marcaban al esclavo, por eso mi canción [”La carimba”] dice así: ‘Un negrito entristecido acariciaba un viejo buey, comparando la misma marca, le decía hermano buey…”’
El aporte de Villalobos, más allá de la música, es también un reconstrucción de la memoria afroperuana.
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