Cuando era pequeña, solía ir andando con mi abuela a comprar a la farmacia Maggiolo. Era un expendio de barrio, en una esquina irregular de la Av. Petit Thouars, de amplio salón y techos altos. Aún recuerdo el olor y alguno que otro pomo de vidrio que guardaban sus anaqueles. Hace algunos años, la farmacia se transformó en La Botica, una taberna y restaurante enfocado en guisos de olla caseros. Se aprovechó el espacio de manera adecuada y montó un agradable refugio para los vecinos y todo aquel curioso que buscase un platillo con sabor de hogar, un sencillo y buen sánguche o simplemente beber una cerveza o chilcano para estirar esas deliciosas conversaciones de tardes de verano. Su oferta era corta. Un menú con algunos especiales del día. Cocina sabrosa, sobre todo aquellas mollejas de mi suegra, tiernas y que manifestaban un conocimiento profundo del insumo: se expresaban deliciosas en la mesa y listas para ser acompañadas de pan para el remojo.
Así llego nuevamente, entusiasmada por probar una vez más este plato y, felizmente, se encuentra en su punto preciso. No hay pierde. La receta se mantiene y tiene la habilidad de reconfortar corazones y paladares. Se suman unas alitas de pollo al limón, de justo aderezo y suave mordida, y un tamal de buena consistencia, pero que nada en un poco de agua: o la cebolla de la criolla lloró mucho o se coló líquido al abrirlo. Veo pejerreyes en la carta, esos enrollados frescos que solía comer con mi abuelo los domingos en una bodega de Lince. Pruebo y pregunto por ellos. No hay. “Están en veda”, anota diligente el joven que atiende la mesa. Saboreo el recuerdo en mi mente y me alegro con la respuesta. Últimamente hubo confusiones por un inexplicable período de pesca exploratoria autorizado justo en tiempo de veda, pero esta finalizó ayer, como indica la página oficial de Produce.
La papa rellena es contundente. La masa es gruesa para contener un abundante relleno, mas no exagerada como para sentirla como única protagonista. Eso sí, el relleno podría mejorar: hay que tener más cuidado al elegir la carne. Y acá se manifiesta de manera más clara el problema que afecta actualmente a La Botica, pues lo mismo sucede con otros guisos: hay descuido. El relleno del rocoto está pasado de cocción, se plantea dulce, se le siente un tono lechoso muy agudo y no hay papa que acompañe para equilibrar; el cau cau se ha cocinado demasiado y la papa se deshace cuando se le hinca el tenedor; los tallarines verdes con apanado tienen los fideos muy cocidos y el pesto no sabe a albahaca; y al lomo saltado le falta ahumado, las papas pintan como procesadas y se ensopan rápidamente debajo de la carne. No tienen sabor.
Esta vez a La Botica le faltó cariño de hogar. A no ser que quiera ser frecuentado solo por uno o dos platos, este espacio tendría que poner un poco más de empeño en rectificar los errores del resto de su menú. Algunos claros desaciertos y, salvo el rocoto relleno, todo enmendable. La Botica es un lugar de todos los días, de esos que suelen activar la memoria culinaria del comensal. Debería ser fácil de comer, prolijo y consistente, como la cocina de mamá.
AL DETALLE:Puntuación: 12/20 Tipo de restaurante: taberna criolla. Dirección: Av. Petit Thouars 3910, San Isidro. Reservas: 421-8033. Horario: de lunes a jueves, de 11 a.m. a 11 p.m., viernes de 11 a 1 a.m., sábados de 11 a 12 a.m. Estacionamiento: calle. Carta de bebidas: escueta en vinos, en coctelería enfocada en los clásicos; café, refrescos y cerveza. Precio promedio por persona (sin bebidas): S/60.