Hay una frase que repetirán con frecuencia durante esta entrevista: “Si una cae, todas caemos y luego, ¿quién los va atender?” Un grupo de enfermeras del Hospital Nacional Edgardo Rebagliati, donde fueron atendidos dos de los cinco fallecidos hasta ahora por coronavirus (COVID-19), aceptó conversar con este Diario sobre las desatendidas condiciones de trabajo que tienen y cómo ello las convierte en un personal vulnerable en ser contagiados por este virus. La única condición fue mantener su anonimato.
A las que están en sus puestos se les llama, aquí y en otros países, la primera línea de defensa contra esta pandemia. Son las que tienen el contacto más cercano con el infectado: las que le dan la medicina, le colocan la sonda, monitorean sus funciones vitales y, de ser necesario, emplean el ventilador mecánico para que el paciente pueda respirar. Lo hacen ahora con el COVID-19 y también con otro tipo de enfermedades.
Gorro y mascarilla
Estamos en una sala. Hay un frasco de alcohol en gel para las manos encima de la mesa. Y cada enfermera que llega se lo echa antes de sentarse. Una cuenta que de tanto lavarse para prevenir el contagio se ha quedado sin huellas digitales. Se ríen pero al final todas asienten con la cabeza. Están relajadas pero en sus rostros se ve que tienen miedo: su temor, explican, no es hacia la enfermedad (antes han combatido epidemias como el cólera y la tuberculosis) sino al grado de desprotección que han sentido estos días.
Una de ellas saca un celular y muestra una fotografía. Es ella en su turno en la sala de emergencias del Rebagliati. Con su dedo señala su indumentaria: solo un gorro de paño y una mascarilla simple la protege del coronavirus. Luego cambia de foto y nos muestra lo que realmente debería ser: un completo traje de protección personal descartable que solo utilizan los enfermeros que tienen a un paciente confirmado con COVID-19 en su hospital. “¿Y qué ocurre con los infectados que llegan primero a emergencia?”, nos dice.
Cuando se dio la entrevista aún no se había confirmado la muerte de un paciente por coronavirus en el Rebagliati. Sin embargo, días previos había ocurrido un hecho que desnudaba la falta de protocolos en este nosocomio para atender estos casos. Para proteger las identidades, se cambiarán algunos detalles de la siguiente historia.
Paciente infiltrado
La semana pasada, llegó a emergencias un paciente oncológico con problemas respiratorios. Mientras esperaba que lo atendieran, compartía espacio con otros que tenían alguna complicación médica: bronquitis, diabéticos, problemas renales o, al igual que él, oncológicos. Después de pasar por triaje, se le dio prioridad 2 de atención.
Luego de esperar varios minutos, pasó por laboratorio y por exámenes complementarios. Una enfermera se le acercó y le colocó una sonda. Parecía un procedimiento de rutina. Sin embargo, la situación se agravó cuando el paciente presentó serias dificultades para respirar. De inmediato se dispuso que sea trasladado al área de trauma shock. Otra enfermera lo atendió y colocó en una habitación donde también habían unos cinco pacientes que necesitaban atención urgente.
Es ahí cuando empezaron las dudas: ¿qué ocurrió con esta persona? Los médicos empezaron a preguntar y la familia, conmovida por lo ocurrido, respondió que tal vez su pariente tenía coronavirus porque en la clínica donde se atendió había estado cerca de alguien con ese diagnóstico. Se activaron las alarmas pero, de acuerdo al testimonio de las enfermeras, nadie sabia qué hacer con exactitud. Decidieron aislar trauma shock.
Sistema frágil
El supuesto infectado coronavirus estaba en la habitación junto a otros pacientes y personal médico de turno. Por la cabeza de la enfermera pasó la idea de a cuántas personas pudo haber contagiado desde que ingresó a la sala de emergencias y si ella estaba en esa lista. Pensó en su familia. Fueron horas de tensión.
Recién al día siguiente, pasadas las 11 de la noche, llegaron los resultados: negativo por COVID-19. Lo mismo para la primera enfermera que había atendido al paciente (solo a uno de todo el personal médico de esa jornada se le hizo la prueba).
A ese tipo de pacientes las enfermeras los llaman los infiltrados. Son aquellos que no dicen que tienen determinada enfermedad a pesar de los síntomas. De esa manera burlan el sistema y quedan expuestos no solo los enfermos en emergencia, que en su mayoría son personas vulnerables al coronavirus, sino todo el personal médico.
Personal contagiado
De acuerdo al Colegio Médico del Perú, son diez miembros del personal de salud que ha sido contagiado por este virus desde que se conoció el primer caso el pasado 6 de marzo. Y además 80 se encontrarían en aislamiento. En su última entrevista con este Diario, la entonces ministra de Salud, Elizabeth Hinostroza, confirmó que hay médicos infectados.
“Nosotras somos enfermeras de vocación que queremos enfrentar esta pandemia pero con las armas necesarias para poder combatirla”, nos dice una de ellas y añade: “¿Si esto sucede en el Rebagliati cómo será en otros hospitales?”
Además de la indumentaria, también señalan que hay otros problemas como el de la infraestructura. “Está fallando el recambio de aire en las salas de emergencia, eso es gravísimo, porque si alguien tose puede contaminar el ambiente”, nos dice otra enfermera. “¿Quién cuida al cuidador?”, reflexiona otra de ellas.
Es tarde. Varias de las enfermeras tienen que volver a casa para aprovechar su día libre con sus familias. Al día siguiente tendrán que volver al trabajo sin un traje especial que las proteja. Solo una mascarilla y un gorro para enfrentar esta pandemia.