El hincha de la selección AG (antes de Gareca) conoce la frase de memoria de tanto haberla escuchado a los periodistas deportivos de la época: “Más abajo ya no podemos caer”. La recuerda con claridad porque al siguiente partido, nuestra querida blanquirroja confirmaba su inmunidad ante los mandatos de los manuales de autoayuda y volvía a desbarrancarse, hundiéndose en un hoyo de profundidad desconocida.
En las últimas semanas, esa frase maldita ha vuelto a esgrimirse erróneamente porque, como en los años de la selección AG, en nuestro país siempre se puede estar peor. A la tragedia de la pandemia, que ayer se llevó casi 200 vidas, y el desesperante descalabro económico que pulveriza ingresos y destruye miles de empleos, se sumó el escándalo de las vacunas VIP. El vergonzoso sistema de inmunización del que fueron parte el ex presidente Vizcarra, dos ministras, médicos, diplomáticos, hijos, suegras y entenados, se fagocitó también el prestigio de universidades veneradas como Cayetano Heredia y San Marcos. Un golpe más a la maltrecha autoestima nacional.
A esta oprobiosa lista acaba de sumarse el terremoto de grado 9 que ha puesto el Caso Cuellos Blancos del Puerto en la cuerda floja.
La separación de las fiscales Rocío Sánchez y Sandra Castro, tras revelarse su reunión en secreto con el señor Vizcarra cuando este ocupaba la presidencia, es una reacción necesaria que, sin embargo, no resuelve el problema. Uno de los principales casos de corrupción de nuestra historia, por sus insospechadas ramificaciones en el sistema judicial, pende de un hilo contaminado por una torpeza mayúscula e injustificable. Reencauzar la investigación, recuperar la confianza de los aspirantes a colaboradores, ajustar las inconsistencias de las pesquisas, demandará un tiempo valioso que favorecerá, sin ninguna duda, a los ‘hermanitos’ involucrados.
Todo esto a pocas semanas de las elecciones y con el principal involucrado en estos casos, el señor Vizcarra, victimizándose, denunciando una inexistente persecución, proclamando que persistirá en su deseo de llegar al Congreso para luchar contra la corrupción.
Cinismo. No tiene otro nombre.