El Museo Universitario de Arte Moderno (MUAC), institución que forma parte de la Universidad Autónoma de México (UNAM), prepara la exposición “Cien del MUAC”, la cual explora su acervo artístico para compartir con su público obras consideradas referentes del imaginario del país. Con la participación de 96 artistas y colectivos, sus curadores seleccionaron obras que consideran clave en la historia del arte contemporáneo mexicano, con una variedad de géneros y formatos en un periodo de un poco más de medio siglo. A este catálogo incluyeron también piezas internacionales de reciente adquisición, que fortalecen el patrimonio artístico y cultural de la UNAM, entre las cuales figura el trabajo del fotógrafo peruano Roberto Huarcaya.
Precisamente, el artista viajó la semana pasada a Ciudad de México para supervisar el montaje de su obra en la muestra, luego de coordinarlo casi todo por “zoom”, como obliga la pandemia. Huarcaya llegó al prestigioso museo solo para ajustar la iluminación, elemento clave para una obra que domina el espacio de forma impresionante. La institución espera que el gobierno mexicano dé el visto bueno para el reinicio de las actividades culturales en el país para y que todos los trabajadores del museo reciban sus correspondientes vacunas para proceder a la inauguración que, se espera, la próxima semana.
“Se trata de una selección en la que yo me siento honradísimo”, señala el fotógrafo y fundador del Centro de La Imagen. Además de sus celebrados “Amazogramas”, que han sido expuestos en diferentes salas internacionales, el museo ha adquirido otras series de su trabajo basado en esta misma técnica. El origen de los “Amazogramas” se dio en 2014, cuando la Wildlife Conservation Society invitó a varios artistas locales a desarrollar una obra a partir de visitar el Parque Nacional Buahuaja Sonene, en Tambopata. Huarcaya, interesado en la experimentación con los procesos fotográficos, introdujo en la selva nocturna un rollo de papel fotosensible de 1 metro de altura por 30 metros de largo, y con la ayuda de un pequeño flash, captó ese ambiente. Como señala el texto de la exposición, “la lluvia, la humedad, la luz de la luna y la exuberante vegetación colaboraron para crear una especie de mapa hecho de luces u siluetas, que asume el error y el azar como expresión de la fuerza de la naturaleza”.
Han pasado ya siete años, y esa nueva estética y gramática asumida por el fotógrafo ha derivado en nuevos proyectos y dos líneas de trabajo. La primera, nos explica Huarcaya, tiene que ver con profundizar en ese registro frágil de la naturaleza, de sombras inasibles, producidas por fuente lumínicas naturales o artificiales. Como hizo en la selva de Tambopata, recientemente el artista viene trabajando en el mar. Así, en vez de registrar las sombras en medio de la densa flora amazónica, se trata de hacer suyas las formas del océano frente a la costa peruana.
Con un grupo de amigos sumergidos en el agua sosteniendo un rollo de papel fotográfico de seis metros de largo, Huarcaya captura de noche la ola que revienta contra el soporte, disparando un pequeño flash. Por cierto, el papel se suele romper, y es posible que haya que irlo a recuperar flotando en el agua oscura, para revelarlo posteriormente. “Estoy en medio de ese proceso de experimentación donde, curiosamente, a diferencia de la selva que exige largos periodos de exposición, la vitalidad y la fuerza del mar exige tiempos muchos más breves. He comenzado a generar imágenes ligadas a los segundos previos a la reventazón de la ola, luego el momento del impacto, y la posterior calma. Estos tres momentos generan una estética y una sensación completamente distinta. Con segundos de diferencia, se generan formas totalmente distintas”, explica.
El proceso para lograr cada una de estas imágenes resulta una aventura fascinante y un intenso proceso de investigación y reflexión no solo de la imagen, sino del papel que servirá de soporte. “En la selva, para generar esas imágenes monumentales, suelo usar papeles de plástico con base de resina, pues la lluvia y la humedad deshacen el papel tradicional de fibra. Sin embargo, experimentando con ese mismo papel en el mar, si bien contenía mejor el impacto de la ola, se generaban huellas y arrugas que me parecían un error”, explica. En efecto, para el artista las huellas que deja la naturaleza es parte de la sorpresa que genera perder el control sobre el resultado, son como arrugas de una historia, nuevas capas de sentido que arrojan pistas sobre el mismo proceso artístico. Sin embargo, en el océano, ese efecto no le entusiasmaba.
Fue entonces que experimentó con varios papeles, y tras varios chapuzones, Huarcaya descubrió que el papel fotográfico de fibra, justamente el más delicado, era el que respondía mejor a la experiencia. Las roturas resultantes al contacto con la ola, los golpes, los arañazos, se integraban de forma natural sobre el soporte y aportaban sentido. “No los ves como papeles arrugados, sino como huellas en la piel”, afirma el artista.
A la serie de trabajos vinculados con la naturaleza se suma otra nueva exploración, que tiene que ver más bien con experiencias y vínculos con la cultura andina. De la misma forma en que capta las sombras de la selva y el impacto del oleaje, Huarcaya registra sombras y movimientos de danzantes de tijeras o, como en una de las series también adquiridas por el MUAC, el registro de una experiencia en la comunidad de Patacancha (Cusco), donde el artista colocó a 18 niños de la comunidad echados sobre el papel, como bailando. “Este proceso de trabajo ha ido convirtiéndose en una especie de anti proceso”, confiesa el fotógrafo. “Muchas veces debo tomar decisiones contrarias a la práctica profesional común, precisamente para asumir la pérdida de control como una estrategia. En esta pieza de Patacancha, por ejemplo, utilicé un papel vencido, que encontré luego de tenerlo 10 años tirado en una azotea. Intuía que, por la cantidad de tiempo y maltrato, la solución de plata del papel fotográfico estaría quebrada. Y efectivamente, mi intuición se confirmó: La obra muestra las huellas de este desfase químico además de las propias huellas de los sujetos. Y esa suma le da una característica muy particular a la obra”, explica.
Otra pieza original adquirida por el museo mexicano tiene que ver con los fotogramas de pirkas incas en la comunidad de Quero (Paucartambo), una experiencia en la que Huarcaya registra dos antiguas paredes incaicas, casi derruidas, aprovechando la transparencia que permitía la cantidad de piedras ausentes, caídas por el tiempo. “Me pareció interesante generar el registro de estas paredes, que se sostienen a duras penas por cientos de años. Para mí tienen un símil con la cultura andina”, añade.
Fotografía sin cámara
El lector quizás se pregunte cómo puede hacerse fotografía sin una cámara convencional. En efecto, desde la aparición de los surrealistas en las primeras décadas del siglo XX, especialmente en las obras del fundamental Man Ray, la historia del arte asumió esas fotografías creadas sin necesidad de utilizar una cámara como herramienta. Huarcaya confiesa que abandonó el binomio cámara y papel producto de un hartazgo personal, producido por la inflación de imágenes análogas y digitales. Un mundo para él repetitivo, en que puntos de vista y situaciones parecen calcadas de autores previos. “Esa forma de acercarnos a la representación me llevó al hartazgo. Frente a la fuerte experiencia en la selva, usando ese tipo de tecnología óptica, sentía que las imágenes logradas con una cámara solo podían registrar una epidermis. Esas fotografías siempre me remitían a otro autor, a algo ya hecho”, explica. Fue entonces que el artista decidió imaginar formas distintas de aprehender esa misma realidad. Y fue allí donde la posibilidad del fotograma aparece. “Pero no para realizar el fotograma tradicional, sino para asumir el vínculo con la naturaleza, intentar contener la experiencia misma”, dice. Así, ir a la selva, exponer un soporte y esperar tres horas a que la naturaleza se vaya manifestando antes de ser capturada, es para el artista visual una “plataforma de contención” de distintas energías: la luz, las plantas, los animales que asoman.
Una mirada que nos interpela
Una de los aspectos más fascinantes de las diferentes series de fotogramas del fotógrafo peruano es su posibilidad de encontrar múltiples lecturas. Hoy día, en un contexto político post electoral, en su trabajo aflora una lectura directa: obligarnos a ver el país que por tanto tiempo hemos evitado mirar. Huarcaya está de acuerdo: “Trabajos anteriores como la serie “Campos de batalla”, piezas como “playa pública/ playa privada”, y “Pamplona/Casuarinas”, inducen al espectador a cuestionar la idea de que somos una nación, y más bien apuntan a nuestra fragmentación. Somos distintas culturas, distintas identidades conviviendo amargamente en un solo territorio. Creo que este trabajo sigue esa línea, pero de forma completamente distinta. Aquí los márgenes son también nuestro territorio, y lo que intentamos es acercarnos a una cultura compleja y fragmentada”, explica.
Para el fotógrafo, quizás la imagen de las pirkas incas en Quero, ofrezca una idea más cabal de esta intención: “La pared es algo que separa, pero que a su vez parece tan fragmentada que es incapaz de sostener ese distanciamiento. Y al reventar, nos obliga a enfrentar y asumir lo que está pasando, sin saber aún cual será el devenir. Pero finalmente, es seguro que apuntará a un nuevo equilibrio”, añade.
El dato:
El catálogo está disponible libremente en la web del museo: https://muac.unam.mx/publicacion/cien-del-muac
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