Ya son más de 10 años que Roberto Huarcaya (Lima, 1959) es en esencia un fotógrafo sin cámara. Su método de trabajo se sustenta en monumentales fotogramas: papeles fotosensibles de gran formato, que extiende usualmente a la intemperie, en situación de luz controlada –de noche o con carpas, utilizando flashes manuales o la iluminación de la Luna o de las tormentas– para plasmar las sombras sugerentes del espacio en donde se instala a trabajar.
LEE TAMBIÉN: Salvador Velarde, el artista que pinta al cobijo de la naturaleza, expone en Fórum
Un proyecto que Huarcaya comenzó con sus bien conocidos “Amazogramas”, que inmortalizan –si acaso es ello posible– la belleza salvaje y abrumadora de la selva, y que luego ha continuado explorando tanto en los Andes peruanos como en el litoral. Un recorrido que ha abarcado el esquema costa-sierra-selva (si bien es cierto que científicamente superado, todavía muy vigente en el imaginario popular: desde los libros escolares donde se pintan de amarillo, marrón y verde, hasta en un himno ubicuo como el “Contigo Perú”).
“De alguna forma, estos tres tipos de imágenes aluden a tres tipos de vínculo que establece la cultura con la naturaleza –explica el fotógrafo sobre este trabajo–. El primero, el de la Amazonía, corresponde a una reserva natural [Bahuaja Sonene], y representa el respeto absoluto hacia la naturaleza; el segundo, en los Andes, son unos árboles de eucalipto en el Cusco, sembrados por las comunidades, y hablan de la naturaleza puesta al servicio del hombre; y el tercero, que corresponde a un conjunto de desechos plásticos que recogí del mar, de la playa, simbolizan la destrucción de la naturaleza. Son tres formas de vincularse con la naturaleza”.
Los tres proyectos “geográficos” se habían expuesto, hasta ahora, de manera independiente. Y por primera vez se entrelazan para la exposición que Huarcaya presentará en uno de los festivales de fotografía más antiguos y prestigiosos del mundo: Les Rencontres d’Arles (Encuentros de Arlés), que se inaugura el próximo 3 de julio.
Allá, en el sur de Francia, el fotógrafo peruano desplegará sus fotogramas en una sala de 7 metros de ancho por 23 de largo. “Va a ser un espacio importantísimo para visibilizar la propuesta. Y está quedando particularmente bien, pues el lugar conversa con el cuerpo de obra, se convierte en una especie de recinto de reflexión para los espectadores, con una luz muy tenue, con zonas de claroscuros, para que lo expuesto detone en el público, digamos. Primero desde la emoción, para después utilizar la razón y que se pueda entender lo que cuelga allí”, cuenta Huarcaya desde Arlés, en pleno trabajo de montaje.
NUEVOS CAMINOS
La pieza central de “Rastros” –ese es el nombre que lleva la instalación– es justamente la conjunción de los fotogramas que van de la selva a la costa con una noción degradante. “Es una especie de ritmo orgánico, desplegado en un trayecto ondulante, como si fuera una culebra o el lecho de un río, con estas curvas que van hacia el fondo”, apunta Huarcaya.
La pieza serpenteante se complementa con otras dos ubicadas en cada uno de los extremos: una es el fotograma de 10 m por 2.20 m de un grupo de danzantes de tijeras que dejaron sus huellas sobre el papel, el cual, además, pasó por un segundo proceso de marrón de Van Dyke para obtener su tono particular. “Después de pintarlas, se volvieron a exponer al sol, dejando la huella del textil, la trama de la tela, pero también reforzando con el brochazo la intensidad y el ritmo de la danza. Es una pieza a medio camino entre lo pictórico y lo fotográfico”, describe su autor.
La otra, la restante, es el fotograma de una banda de músicos de Coyllurqui, en los andes de Apurímac. “Aquí se ve un grupo con tambores, flautas, con todo su andamiaje sonoro. De alguna manera, lo que representa es la contención de una cultura primigenia con un vínculo más sano y festivo con la naturaleza”, señala Huarcaya.
El fotógrafo destaca, además, la peculiaridad material de sus fotogramas, que han podido trasladarse hasta Francia como rollos de papel metidos en maletines. Por suerte, como detalla Huarcaya, “el papel no pesa mucho y tienen la curiosa característica orgánica de reducirse a espacios muy pequeños para luego extenderse y ocupar grandes áreas”.
“Otra cosa interesantísima en este proceso es que no solo queda la huella de luz, sino que como estas piezas viajan de una lado a otro, se apoyan una encima de la otra, también están llenas de cicatrices de sus propios procesos. Son piezas artesanales, muy difíciles de producir, o en todo caso con una diferencia muy marcada entre el original y la copia”, agrega el artista.
¿Se cierra un ciclo con esta reunión de los fotogramas elaborados a lo largo de los últimos años? ¿O hay margen todavía para la exploración? “Yo he encontrado en el fotograma una forma de representación –responde Huarcaya–, que finalmente son las sombras de lo que decido investigar, los aspectos más frágiles de cualquier objeto o sujeto al cual uno le presta atención. Y creo que hay todavía espacio para seguir investigando y utilizándolo por un buen tiempo”.
“Rastros” podrá verse en los Encuentros de Arlés desde el 3 de julio hasta el 24 de setiembre.
Contenido Sugerido
Contenido GEC