Hace diez años, el fotógrafo Roberto Huarcaya terminó una estadía artística en la reserva de Bahuaja Sonene, en Madre de Dios, con la frustración de no haber podido tomar casi ninguna imagen. La selva lo había deslumbrado tanto que le fue imposible fotografiar algo. Por año y medio, regresó ocho veces al sitio, probó con diversas cámaras y formatos, pero nada lo convencía, hasta que, finalmente, terminó redescubriendo el arte del fotograma. “Todos los intentos me remitían a un cuerpo de obra que ya conocía, esto porque la cámara, en general, registra lo que uno tiene al frente, y en este caso eso era la superficie del follaje, pero no captaba nada de la densidad impresionante que tiene la selva”, cuenta Huarcaya. “Es ahí cuando entiendo que necesitaba acercarme a ella de forma distinta, y llego a la conclusión de que el fotograma no genera esa representación distanciada de los objetos, sino que a través de esta técnica podía entrar en contacto con el sujeto selva directamente”, precisa el fotógrafo.
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En palabras sencillas, un fotograma es una fotografía hecha sin cámara. Es solo papel fotográfico expuesto a la luz. En las noches y madrugadas, Huarcaya comenzó a extender extensas cadenas de papel fotográfico de 30 metros de largo bajo la espesura del bosque como si fueran serpientes o riachuelos que buscaban abrir su propio camino. Luego, iluminó estos papeles con un pequeño flash de mano reiteradas veces y el resultado de texturas, siluetas y sombras era tan sobrecogedor como impredecible. Durante la realización de su primer fotograma de una palmera caída en el lecho de un río, se desató una tormenta y cuatro rayos iluminaron el papel dejando en ridículo el flash previsto como fuente de energía. Y hace una semana, en un lodge cerca de Puerto Maldonado, exponía uno de sus papeles con el flash cuando las nubes se disiparon y apareció una luna tan brillante que parecían los fluorescentes del Estadio Nacional. “Era como si la naturaleza estuviera fotografiándose a sí misma”, dice Huarcaya.
Estas experiencias lo llevaron a reproducir esta técnica en distintos escenarios como los Andes o el mar, donde deja que las olas revienten contra el papel. Estos trabajos han comenzado a llamar la atención de galerías tan importantes como la Fundación Penumbra o The Armory Show, ambas de Nueva York, o un espacio nuevo como el Centro Cultural de Ate, en Lima Este. Además, una selección de fragmentos de los amazogrmas ha sido publicada por la editorial especializada en libros de arte RM.
─¿Qué es lo más significativo de tu trabajo en la Amazonía?
Si tengo que rescatar algo, aunque no sé si eso sea fotografiable, pero al menos es lo que intento, es la sensación de vitalidad de la selva. Los ciclos vitales de una serie de sujetos vivos, plantas, árboles, arbustos, animales, insectos terminan abonando a que esto continúe como una especie de organización casi perfecta de vida. Obviamente, hay animales que se alimentan de otros, pero hay un respeto por la sostenibilidad de este espacio natural, que es importantísimo, creo que es algo que deberíamos tomar en cuenta, y en ese sentido la cultura eseja (etnia originaria de Madre de Dios con la que Huarcaya tomó contacto), y muchas culturas primarias, desarrollan este vinculo más horizontal, no extractivo, no violento con la naturaleza, un vínculo de respeto mutuo y de convivencia absoluta. En eso, ellos nos llevan siglos de ventaja.
─A esa convivencia tenemos que volver ahora en tiempos de cambio climático, pues estamos destruyendo la selva con actividades extractivas muy destructoras. Madre de Dios, donde desarrollas tu trabajo, es un ejemplo de esto.
Sí, ves cientos de dragas echando mercurio a los ríos. Los peces comen ese mercurio y hay comunidades que ya no pueden comer sus propios peces, sino que tienen que ir a buscarlos a otro lado. La cadena de destrucción es incontrolable realmente y para entender esto tenemos que escuchar a las personas de ahí. Uno de estos señores, un chamán, que me había visto ir y venir durante año y medio decepcionado del bosque sin conseguir nada, cuando vio una de mis primeras piezas de 30 metros de largo, se me acercó y me dijo: “es impresionante cómo has desaprendido. Ahora sí te vinculas con la naturaleza de una forma más horizontal, y por eso la naturaleza se ha dejado mostrar en tus trabajos para que tú la enseñes”. Y, sí, creo que esto de poner el papel en un espacio determinado, en una hora de la noche determinada, y que la luna, la lluvia o la tormenta terminen plasmándolo, es servir de detonante, de micrófono para que la naturaleza sencillamente hable.
─¿De qué manera esta experiencia la trasladaste al libro que ahora publicas con RM? ¿Cómo surgió la idea de las hojas dobladas que le dan mayor volumen al conjunto?
El libro fue un ejercicio bien complejo para tratar de mostrar eso, de mantener la identidad monumental de las piezas en un formato mucho menor. Es ahí que, después de ver muchas opciones, se llegó a esta idea de la doble hoja que te genera la sensación de continuidad, incluso parece que se pudiera desplegar. Esto te permite también trabajar con un papel muy delgado, muy poroso, que resalta la materialidad de la pieza. Son doce fragmentos de piezas, finalmente, las que generan el proyecto total del libro. El crítico y maestro Joan Fontcuberta también ayudó al proceso de pensarlo y es un honor que escriba el prólogo y destaque el sentido de aventura de los fotógrafos históricos vinculados con mi trabajo.
─Un trabajo que ahora se hace visible en diferentes espacios, ahora expones en Nueva York, “Océanos”, y en Ate, en Lima, “Batallas latentes”, y en setiembre estarás en la galería The Armory Show también de Nueva York ¿cómo se ha dado esta conjunción de muestras?
Creo que antes de la pandemia hubo un posicionamiento de mi trabajo bastante interesante y después se frenó, por obvias razones, pero este año se ha vuelto a disparar, y está generando esta dinámica de invitaciones a muestras. Finalmente, esto me estimula a seguir produciendo e investigando. Ayer pensaba, a raíz de la última pieza hecha en Posada Amazonas, el primer lodge de Rainforest Expedition (Huarcaya señala un rollo de papel ubicado a un costado de su estudio). Esta pieza, por ejemplo, decidí fijarla mal. Son 30 metros de proceso de revelado correcto, pero el baño de fijado ha sido insuficiente para que comience un proceso químico que la irá volviendo marrón, y en la que emergerán unos elementos cálidos. En un momento determinado, la volveré a fijar para detener ese proceso. Esa foto va a estar colgada en el Armory Show en setiembre. Si yo estaría llevando un curso de fijado es probable que el profesor me hubiera jalado y me hubiera hecho repetir, en ese sentido mucho de lo que hago son antiprocesos. Trato de repensar las posibilidades que nos genera la técnica y no necesariamente hacer lo previsto.
─Pero más allá de fotogramas, en la exposición en Ate muestras imágenes más tradicionales, si es posible el término.
La serie más importante de esa muestra o, por lo menos, la que más espacio ocupa es “Campos de batalla”, paisajes que podrían ser casi usados por PromPerú como apuesta de turismo, pero cuando uno lee el texto que le corresponde a cada uno, ahí hay una referencia a una fecha determinada que refiere a los enfrentamientos que hemos tenido, incluso desde antes de ser nación. Es decir, son paisajes donde nos hemos venido enfrentando los peruanos y cómo esos enfrentamientos han ido configurando nuestra identidad, es como una rencilla que ha ido construyéndose. En esta serie he incluido dos piezas nuevas, motivadas por la efervescencia de estos meses, que son imágenes del Palacio de Gobierno y del Parlamento. Por lo demás, me genera muchísimo interés mostrar mi trabajo en el Centro Cultural de Ate, un espacio que no tiene nada que envidiar a otros de Lima, para establecer vínculos con esta parte de la ciudad y sobre todo con obras que tienen que ver con identidad.
─El palacio de Gobierno y el Congreso como dos espacios que nos llevan a la frustración de una batalla inútil como muchas otras de nuestra historia.
Sí, la muestra es como una gran historia de los desencuentros nacionales. No somos capaces de ponernos de acuerdo, de reconocer al otro como igual y en ese reconocimiento al otro, escucharlo, y en esa escucha llegar a un acuerdo. Creo que estamos lejos de eso todavía. Vemos al otro como si hablara otro idioma, como si fuera parte de otra cultura, por más que todos hablemos español.
─En ese aspecto, ¿cuánto puede ayudar el arte para ese encuentro?
Para mí es vital en una cultura no solo local, sino global, donde la imagen se ha convertido en un elemento de comunicación prioritario por encima del texto. Aunque claro es un universo también cargado de imágenes líquidas que chorrean y no dicen nada… pero sí es importante, digo, en el sentido crítico y por eso veo muy valiosa la apuesta del Centro Cultural de Ate para que cada vez más público tenga acceso a este tipo de imágenes, y no hablo solo de las mías, sino de otros autores que apuestan también por una interpretación crítica de la realidad. Una imagen puede detonar en lecturas diversas y generar de alguna manera un cambio.
─¿Te interesaría exponer en espacios públicos?
Por supuesto, he hecho la propuesta a la Municipalidad de Ate para que ellos ofrezcan esta exposición a otros espacios y otras municipalidades y que cuenten con ella para generar algo itinerante y salir a provincias, por ejemplo. Creo que debemos mirar para dentro y no solo para afuera. Por eso, igual de importante para mí es estar exponiendo en Ate como en Nueva York, son intereses distintos, pero ambos valiosos. Si no llegamos al público, ¿para qué producimos? ¿Para que estén las obras en la casa de un coleccionista? Sin desmerecer eso, me parece interesantísimo que diversos públicos tengan acceso a las obras, y ver cuán universal es nuestro discurso.
Libro: Roberto Huarcaya, editorial RM. Doce fragmentos de amazogramas, con prólogo de Joan Fontcuberta. Venta en Íbero.
Exposiciones: Batallas latentes: Centro Cultural de Ate (Carretera Central, kilómetro 7,5). Atención de 8:00 a.m. a 5:00 p.m. Va hasta el viernes 19 y Océanos, en Penumbra Exhibition Space (36 East 30th Street, Nueva York), hasta el 12 de setiembre y en The Armory Show (One Plaza, Suite 170, Nueva York), del 9 al 12 de setiembre.
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