Vallejo, el poeta de los versos explosivos y desconcertantes, se reconcilió con Trujillo, donde su rebelde y nostálgico espíritu fue sometido al encierro por un incidente confuso hasta hoy. El desagravio ocurrió hoy, en una mañana soleada, sin aguacero. Fue en Trujillo, no en París. Fue en la misma plaza por la que, en 1920, los guardias de la época lo condujeron hacia la carceleta en la que pasó 112 días y donde escribió los versos de su libro más irreverente: “Trilce” (1922). Ayer, en esta histórica plaza del norte, César Vallejo, el más universal de nuestros poetas, retumbó en miles de gargantas ajenas para volver y volver.
Mejor estemos aquí no más
Madre dijo que no demoraría
Su poema III, de “Trilce”, se cantó, se declamó, se gritó. Más de 12 mil personas se reunieron: escolares, militares, autoridades, políticos, profesores, poetas, músicos.
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.
El cholito querido, como lo llama el poeta trujillano David Novoa, estaba resentido con Trujillo. La ciudad en la que pasó varios años de su juventud estudiando, enseñando y escribiendo casi no aparece en su obra. “En ‘Trilce’, a duras penas menciona a Trujillo. Lo hace de soslayo. Acá tuvo un momento aciago en su vida y ahora, después de 100 años, Vallejo se ha encarnado en esta multitud de jóvenes para perdonar”.
Desde temprano, miles de escolares llegaron con los versos aprendidos. La plaza, multicolor, lucía como nunca. Todos rodearon el monumento y se colocaron frente a un estrado, pequeño, con una de las pocas fotografías tomadas a Vallejo. El cabello revuelto, el gesto adusto, el mentón sobre la muñeca, la frente amplia y la mirada ensombrecida por el sol.
A la voz del poeta Novoa, que sostenía una bandera peruana, los miles de asistentes batieron un récord mundial: el canto coral más grande del mundo. Lo tenía Japón. En ese país, más de 10 mil personas cantaron a coro la “Novena sinfonía” de Beethoven. Fue récord Guinness en el 2011. Aunque Trujillo logró la meta, los organizadores no consiguieron reunir los US$12 mil que pide Guinness para enviar a sus emisarios y certificar el momento. En ausencia de ellos, quien dio fe de este episodio fue el notario Miguel Pajares, también poeta.
Tras la explosión del poema III, entre la multitud apareció Patricio Santa María, un estudiante del colegio estatal César Vallejo. Apareció siendo jaloneado por los guardias como pasó con el poeta en 1920. Los periodistas con sus cámaras lo siguieron hasta un pequeño altillo, desde donde el joven se liberó con la fuerza de los versos más admirados de nuestra literatura. Y entonces Vallejo, el de la “muerta inmortal” y el del “forajido tormento” se puso de moda en una ciudad que, en sus ámbitos más cotidianos, lo tenía un poco olvidado.
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