Hay algo extraño en la nueva planta que ha creado la científica Alice (Emily Beecham). Esta nueva especie es muy bella, casi como las rosas rojas. También expele un aroma que, supuestamente, debe desencadenar una peculiar reacción bioquímica en los cerebros humanos, consiguiendo una sensación de bienestar. Sin embargo, todavía se deben hacer las pruebas protocolares que certifiquen la seguridad del experimento.
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Hay algo sofisticado, como una observación clínica, en las películas de Jessica Hausner. El drama y la comedia parecen mezclarse en un límite impreciso de relaciones humanas, tan ordenadas y rituales, como inseguras y torpes. De hecho, Alice parece no querer nada más que vivir con su hijo Joe (Kit Connor), y trabajar en la planta aromática de la felicidad. Para Alice, el mundo es un laboratorio que ella debe controlar.
Podría decirse que el laboratorio de Alice es una réplica de la película misma, que funciona como otro laboratorio, donde las cámaras de Hausner diseccionan las relaciones de sus personajes. Esta vez, los vínculos analizados por el lente de la directora son los de una maternidad que parece idílica al inicio. No obstante. Joe es un púber que, al encariñarse con “la flor de la felicidad” que Alice trae a casa, transformará su comportamiento.
El filme nos recuerda que no hay nada más imposible de controlar que la vida. De hecho, todo el género de ciencia ficción, en literatura como en el cine, es una reflexión sobre los límites de la condición humana y su saber, desde “Frankenstein” hasta “Jurassic Park”. Y en “Little Joe” —Alice nombra así a su invención floral— se habla sobre la suerte paradójica de la manipulación científica, es cierto, pero de una forma diferente.
Los juegos de réplicas son explícitos. No es que solo se duplique al hijo: la flor creada por Alice se llama “pequeño Joe”. El color pelirrojo y look del cabello de Alice también hace un evidente símil visual con esa flor rojiza y brillante del laboratorio que resulta, además, adictiva. La planta ya no solo es un centro de fascinación estérica, sino una droga capaz de apoderarse de la mente de todos los que aspiren su perfume.
El mundo de Hausner es distópico de una manera engañosa. Todo parece tan limpio y aséptico, como milimétricamente predispuesto y blindado. Una sociedad de espacios blancos y cristalinos, donde nada puede esconderse, y donde los seres humanos viven como atrapados por los lugares que habitan. La cámara tiene lentos movimientos laterales que recuerdan a los de Kubrick, y unos chirridos punzantes hablan de un horror interior.
Toda esta imaginería también remite a un clásico norteamericano del género, la magistral “La invasión de los usurpadores de cuerpos” (1956) de Don Siegel. Pero si en el filme de Siegel las personas se alienaban como metáfora de la paranoia de la Guerra Fría, o como expresión del vacío de una sociedad materialista, en “Little Joe” se trata de poner en cuestión vínculos más incuestionables y casi sagrados, como los de la madre y su hijo.
Jessica Hausner renueva el género desde varias perspectivas. Pero la más importante tiene que ver con la mirada femenina. La protagonista es una científica genial, pero también egoísta. Y lo que más quiere, Joe, su hijo, ha sido cautivado por otra cosa, que parece que proviene de la planta. Esta flor bella, que parece pedir un amor exclusivo, es la otra creación de Alice, y pondrá en cuestión la supuesta preferencia de Joe por ella. De hecho, llega un punto en el que su hijo querrá vivir con su padre, lejos de la madre. Y la flor deja de ser una invención maligna. ¿No será una excusa? Cine filosófico, del bueno.
Ficha Técnica:
Título original: Little Joe
Género: Drama, horror, misterio
País y año: Austria, Reino Unido
Director: Jessica Hausner
Actores: Emily Beecham, Kit Connor, Ben Whishaw, Kerry Fox.
Calificación: ★★★★ ( 4 )
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