Cuando uno entra al departamento de Javier Flórez del Águila, en un moderno edificio construido frente a un parque de Surco, nada indica que se está en casa de uno de nuestros mayores dibujantes. Ni en el impecable recibidor, la sala o el comedor se encuentran pistas de la segunda profesión del reconocido neurólogo. Sin embargo, ya en el pasadizo que lleva a las habitaciones empiezan a verse las primeras señales de la invasión gráfica. Cómics añejos en aislados libreros, carteles originales anunciando el debut de “Selva Misteriosa” en “El Comercio”, días previos al 1 de noviembre de 1971, sus originales publicados en la revista “Avanzada”, una impresión litográfica de gran tamaño del Corto Maltés, el heroico marinero creado por su admirado Hugo Pratt. Y pocos metros más allá, dos habitaciones acogen una de las mayores colecciones privadas de historietas clásicas.
“Muy pocas personas entran aquí”, me advierte.
El dibujante trujillano celebra íntimamente los 50 años de la publicación de la primera tira diaria de “Selva Misteriosa”, título que experimentó en 2019 un feliz renacimiento en formato de libro editado por Planeta, gracias a los convencimientos del escritor catalán Hernán Migoya y el especialista Humberto Costa. “Cuando ellos me propusieron la edición, yo les decía que se trataba de una cosa antigua, completamente desactualizada”, recuerda.
Felizmente, ni Costa ni Migoya perdieron la fe. En un segundo intento, ya en casa del artista, siguieron escuchando las razones del artista para mantener su obra bajo llave: “Me parecía una aventura condenada a fracasar”, les dijo. “Pensaba entonces que el lenguaje que utilizaba resultaba ya anacrónico, había modismos que ya no se usaban. Incluso les advertí que habría que reescribir toda la historieta para actualizarla”. Fue Hernán Migoya quien lo convenció de publicarla sin tocarle una coma, respetando su valor histórico.
Luego de convencerlo, empezó otro reto: buscar y organizar los originales. Las 700 tiras en poder del autor se encontraban muy bien conservadas, aunque algunos vacíos le obligarían rehacer algunas de ellas. En estos últimos años, Flórez del Águila ha aprendido a ver su propia obra con una mirada más generosa. De pronto, le resulta tan grato como sorprendente encontrarse con mucha gente que recordaba una obra como “Selva Misteriosa”, que antes él consideraba material conocido solo por un pequeño grupo de iniciados. “Cuando me hicieron la propuesta de reeditarla, no pensé que la recepción iba a tener tanto éxito. Realmente me maravilló”, confiesa el autor.
La colección
Cuando vivía en Pueblo Libre, a mediados de los años cincuenta, sí tenía sus comics regados por la casa, reconoce. Era la época en que dibujaba para la revista “Avanzada”, con títulos como “El padre La Fuente”, “Oklahoma Jim”, “Capitán Alas” y “El Sr. Psiq”. Sin embargo, convertido en hombre de familia, empezó a ser más celoso de su colección. “Mis hijos, mi señora y yo, ante las visitas, si alguien preguntaba por algún título, terminábamos prestándolo. Así empezó un lento canibalismo. ¡Cuantos “yo te lo traigo” he escuchado!” comenta.
“Ahora mi colección se encuentra en este rincón, donde yo gozo en soledad”, dice. “Mi hijo se queja del olor al papel antiguo, pero yo no lo siento. Es como cuando estaba en el hospital: no percibía el olor del alcohol o del éter. Era mi mundo”, recuerda.
Se suele pensar que un coleccionista es quien invierte su dinero para acopiar determinadas piezas siguiendo un orden, con una intención completista, motivado por el deseo de poseer. Pero en su caso, su coleccionismo tiene dos propósito: en los primeros años, ayudarle con su propio trabajo creativo. En los últimos tiempos, en ayudarle a construir su memoria, escribiendo crónicas donde vincula sus recuerdos personales a las historietas leídas por entonces. Las titula “Nostalgias”, y las comparte con un estrecho grupo de amigos por correo electrónico.
¿Qué despertó su vocación de coleccionista?
Lo utilitario. Cuando entré a la revista “Avanzada”, con el primer encargo entendí la necesidad de transformar mi archivo de historietas en algo vivo. Empecé a coleccionar desde que estaba en el colegio, pero al trabajar, encontré que mi colección tenía también una utilidad.
¿Los autores que colecciona son aquellos que le han marcado especialmente?
Tengo clara la cronología de mis gustos e influencias. Mi primera historieta favorita fue “El príncipe valiente” de Harold Foster, que compraba mi padre. Luego mi madre me dijo que, si quería ver una línea en verdad elegante, debía leer Flash Gordon, de Alex Raymond. Luego apareció Rip Kirby en las páginas del diario “La Crónica”, y me deslumbró. ¡Era el dibujo que yo quería hacer! Más tarde, cuando ya dibujaba en La Prensa, conocí “Terry y los piratas”: nadie como Milton Caniff para generar volúmenes y emociones con sombras, por eso lo tomé como un profesor para mi trabajo en blanco y negro. Y si hablamos de “Selva Misteriosa”, está claro que hay una clara influencia expresionista de Alberto Breccia. No puedo negar tampoco los modelos de Leonardo Wadel a través de sus muy inteligentes guiones y de Héctor Oesterheld en sus trepidantes historias y sus mensajes anti bélicos.
No le he preguntado cuantos títulos tiene...
Nunca los he contado. Midiendo los libreros, he hecho un cálculo de que debe haber unas diez mil historietas clásicas. Si me pongo a contar deben ser más.
¿El suyo es un calculo por cinta métrica?
Sí (ríe).
Dígame tres joyas de su colección...
(Piensa un momento) Tengo la colección original del suplemento semanal de la revista Hora Zero, que fundara Héctor Germán Oesterheld, el gran guionista argentino. Es mi colección preferida, porque allí empieza justamente “El Eternauta”, uno de los mayores títulos de la historia de la historieta en la Argentina. También está el inicio de una de mis historietas favoritas, el western “Randall the killer”, dibujado por Arturo del Castillo. La revista tenía sólo 16 páginas, y para la portada, sólo ampliaba alguna de sus viñetas interiores. También tengo los dos primeros números de “Heavy Metal”, revista americana que hasta ahora sigue publicándose. ¿Como lo conseguí? Con el icónico librero Víctor Rosas Ramírez, en la librería Unión, en la cuadra 4 de Mercaderes. Otra joya son mis ejemplares de Vampirella. Yo empecé a coleccionar los cómics de la Warren como “Creepy” y “Eerie”, pero con Vampirella tengo un amor platónico. El primer número lo compré en la librería Unión, hoy desaparecida. Y se perdió. Conseguí otro ejemplar en Estados Unidos, y luego también la edición especial por sus bodas de oro. Para mí son valiosísimos.
En los últimos años viene escribiendo textos sobre historia de cómic que llama “nostalgias”, palabra que sugiere un tiempo perdido. ¿Es pesimisma con respecto al futuro de la historieta?
Mis textos titulados “Nostalgias” son una mirada a un tiempo que fue. La civilización es así: cosas nuevas van ocurriendo, sin que eso signifique que la vida mejore. Si desaparece la historieta sería un paso atrás para nuestra cultura.
¿Qué opina del género de la historieta de superhéroes?
Puede ser que mi mirada sea muy purista, pero la historieta ha perdido con la moda de los superhéroes. Los superhéroes han pervertido el género. La gente deja de comprar historietas porque piensa que van a ver luego a los mismos personajes en el cine. Y no es lo mismo. La verdad, de las películas, solo me gusta el Joker de Joaquín Phoenix, porque no tiene tantos efectos de computadora. Y la gatúbela que interpretó Michelle Pfeifer en el filme de Tim Burton. Siempre me ha fascinado.
¿Que destino cree que puede correr una colección como la suya?
Siempre ha sido una incógnita para mi. Mi hijo nunca las ha leído, pero quiere venderlas (ríe). Mi hija que vive en Canadá me dice que le reserve los originales de “Selva Misteriosa”. ¿Qué va a ser de mi colección? La verdad no lo sé.
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