Podemos imaginarlos juntos viendo “Frankenstein”, el clásico filmado por James Whale en 1931. En casa no faltaba la novela de Mary Shelley, además de otros títulos del género como Drácula de Bram Stoker, aventuras del hombre lobo y, cómo no, historietas de Batman. Pero más allá de influencias lectores, Gabriel Arévalo recuerda su propia historia: sus experimentos “científicos” con pequeños insectos, asistido por un amigo, vecino suyo en la quinta de Miraflores en la que vivía de niño, buscando convertir a las cucarachas y polillas que atrapaban en seres espeluznantes luego de sus insólitos tratamientos. “No llegue a transformar a ninguna criatura como esperaba. “Solo logré bichos muertos”, confiesa el joven músico, vocalista de la conocida banda Riviere.
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“No abras esa caja”, libro para niños escrito a cuatro manos con su padre, el narrador Javier Arévalo, recoge esa frustrante (entonces) y divertida (ahora) aventura. Cada uno escribía un capítulo distinto para luego intercambiarlo para correcciones y añadidos. “Lo curioso es la combinación de imaginaciones”, comenta el escritor. Y en ese proceso, uno puede advertir las herencias: el gusto de ambos por ese terror gótico, con niños como protagonistas, que tanto ha nutrido la literatura del autor de “Nocturno de ron y gatos”. “Quizás esa herencia tiene que ver con nuestras conversaciones: la condición mental de las personas, la neurociencia, la política: son temas que me interesan porque sobre ellos ambos hemos conversado toda la vida”, explica Gabriel.
Y para plasmar gráficamente estas intenciones narrativas, ambos encontraron a la ilustradora Mayra Escribano como la mejor aliada. “La idea era hacer ilustraciones tenebrosas para niños. ¡A los niños les encanta asustarse! El primer recuerdo que yo tengo de una ilustración en un cuento es el de un hombre tomando por las mechas a una bruja antes de lanzarla a un fogón. Mucho después asocié esa imagen a la historia de Hansel y Gretel. ¡Era una imagen feroz!”, comenta Javier. “No buscábamos nada dulce, queríamos que los niños se enfrentaran a un juego algo tenebroso, pero juego al fin”, complementa Gabriel.
Niños jugando a ser científicos y a manipular la vida de otras criaturas. ¿Cuánto de Dr. Frankenstein hemos tenido todos en nuestra infancia? Gabriel y Javier Arévalo imaginaron a Gerardo, el niño protagonista, como una especie de “tirano” convencido de su genialidad, y por ella, sin una gran conciencia de los límites entre el bien y el mal. “Cuando escribíamos el libro, nos preguntábamos cómo este chico era capaz de hacer los experimentos que hacía. Al terminarlo, nos dimos cuenta de que podía hacerlo porque estaba protegido. Era una especie de Frankenstein privilegiado, que podía manipular las cosas, aunque debiera enfrentarse a los adultos que no comprenden sus logros y más bien lo creen un mentiroso. Este libro tiene que ver con la realidad y como los niños pueden transformarla con su imaginación”, explica Javier.
Por supuesto, uno de los mayores conflictos de la historia es que los mayores jamás creerán la veracidad de los “descubrimientos científicos” de los más pequeños. Algo que, como afirman ambos autores, ocurre habitualmente en el mundo real. “Los niños cuenta una historia y desde el lado adulto siempre les cancelamos esa aventura extraordinaria, en lugar de acompañar su imaginación. Sucede sobre todo en un país con una educación tan castradora y aburrida”, señala Javier. A ello, su hijo añade las duras condiciones de subsistencia de gran parte de las familias del país. “No es lo mismo un niño que sueña en una casa en la que no falta nada, que tiene más tiempo para jugar e investigar, que un niño que intenta desplegar su imaginación sin contar con la mínima protección”, lamenta.
Un libro como el de los Arévalo no podría explicarse sin tener en cuenta el contexto de la pandemia, pues una de las claves del relato tiene que ver con el miedo que les da la ciencia a algunos adultos. “El ser humano tiene tanto miedo que es capaz de creer en lo que sea. Y a su vez, de negar a causa de sus creencias lo que puede resultar objetivo. Es por eso que el libro habla no de una verdad impuesta, sino de su búsqueda a partir de la imaginación. Y creo que eso también define lo que es el arte. Finalmente, Frankenstein es un esteta porque quiere reproducir la vida, sintiendo que la que poseemos resulta muy mediocre. Por eso quiere ir más allá”, explica Javier.
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