“Recuerdo que solía jugar de adolescente con unos pequeños soldados de plomo. Y una tarde, después de una batalla en la que terminaron todos desparramados sobre la alfombra, en una de las habitaciones de la vieja casa donde vivíamos, sentí algo que me llevó a escribir el que fue mi primer poema, una especie de elegía a los caídos, que debió perderse con otros papeles juveniles”, dice el poeta sobre el momento auroral de su vocación, esa que lo embarcaría, desde “Caja negra” (1986), a través de ocho poemarios alentados por el barroco español irremediablemente tensionado por lo celeste y lo terrestre, de honda penetración metafísica, con puntos de fuga en la ironía.
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Tal vez sea verdad eso de que la poesía elige a su emisor. Pero más allá de ello, y atendiendo a una constante que ya lleva 35 años, ¿qué te subyuga del Siglo de Oro, de las maneras renacentistas, de las consonantes sibilantes? “Estoy de acuerdo contigo: la poesía escoge a su emisor. Y, efectivamente, los poetas del siglo de oro asoman en mis poemas desde “Caja negra”, mi primer libro. Leo y releo a esos poetas desde muy joven: me interesan sus temas y sus formas, que muestran un dominio total de nuestra lengua común en su primera plenitud. Me fascinan los poetas celestes y San Juan y Fray Luis de León— y los terrestres: Quevedo, Góngora y algunos más. Me gustan mucho también los poetas latinos, los románticos y malditos del siglo XIX y los peruanos del siglo XX. Una mezcolanza, como casi todo”.
Palpando plenitudes
Es Alonso Ruiz Rosas (Arequipa, 1959), poeta e hijo de poeta que, irremediablemente enfrentado a la partida física de su padre, empezó a hilar una serie de versos que daban cuenta de su cuerpo yacente en vuelo final. Las secciones ‘Aeropuerto de Lima’, ‘Oda al astronauta que hay en ti’, ‘Ceremonia terrestre’ y ‘Ánimo ánima’ poetizan ese ascenso: “Encapsulado subes / dejando atrás las nubes / a los más altos cielos / con tus tribulaciones y / desvelos / ¿subes o solo avanzas / en la nave acoplada / de la humana mirada / que parece horadar el firmamento / ya rapaz o portento / o pez de viento / como quien atraviesa / el aro de los sueños / con la incierta maniobra rotatoria / del corpóreo equilibrio / precario siempre / y siempre / palpando plenitudes y /desgracias?”.
¿Será entonces el intertexto, la polifonía y las relaciones dialógicas —en este caso con Fray Luis de León— una forma de ‘contemporizar’ tu poesía? ¿O la poesía está emancipada de sus formas? “Sí, sin duda. Este libro, que en realidad es un largo poema en cuatro partes, dialoga desde una perspectiva actual, desde una experiencia personal, con un poema de Fray Luis que se llama, precisamente, ‘En la ascensión’ y empieza con esta pregunta: ‘¿Y dejas, Pasto santo / tu grey en este valle hondo, escuro / con soledad y llanto; / y tu rompiendo el puro / aire te vas al inmortal seguro?’”.
Hace miles de años leí en una revista arequipeña una respuesta tuya a la pregunta qué significa ser hijo de José Ruiz Rosas. “Mucha luz y mucha sombra”, dijiste. ¿Sigues habitando entre claroscuros? “Aprendí mucho de mi padre, en particular en la poesía y en la que ha sido mi ocupación profesional durante décadas, la gestión cultural. Era un promotor auténtico y eficaz, ajeno al autobombo y, desde luego, con gran amplitud. Me emociona ahora recordar cuando lo acompañaba, de muy joven, a los conciertos que ofrecía la Orquesta Sinfónica de Arequipa en algunos pueblos jóvenes. Lo ayudaba, con Eleuterio Queso Cala, querido e inolvidable conserje de la Casa de la Cultura, a poner las partituras en los atriles, y luego oíamos el repertorio: Mozart, Beethoven y algunos temas peruanos y arequipeños, en medio de la atención y el entusiasmo del público”.
Vuelo al parnaso
Como se sabe, desde que llegó a Arequipa huyendo del cielo gris, la humedad y el asma de Lima, el inmortal Don Pepe Ruiz Rosas (1928 – 2018) personificó la imagen clásica de un poeta transitando entre los sillares del Misti. Como un búho insomne al mediodía, lánguido y sin peso por las callejuelas cargadas de lava, usando la tupida barba para romper las olas, su imagen de extraterrestre cargando arcanos era parte consustancial del paisaje de la ciudad blanca. Allí fue sucesivamente impresor, director de la Casa de la Cultura, del INC y de la Biblioteca Municipal. Allí escribió una obra onírica, melodiosa, frecuentemente lúdica y profundamente humana. Y en Arequipa tuvo también cuatro hijos, el segundo es Alonso.
“Cuando hice la primera comunión, mi padre puso en mis ‘capillos’ una redondilla de Góngora que hasta ahora recuerdo: ‘Oveja perdida ven / sobre mis hombros que hoy / no solo tu pastor soy / sino tu pasto también’. Me dio, como diríamos ahora, un poco de roche repartir entonces esas estampitas, pero cincuenta años más tarde, en la Mezquita de Córdoba, inaugurando una muestra que se llamaba ‘El Inca Garcilaso y Góngora’, recordé la redondilla y mis anfitriones se sintieron complacidos de saber que el poeta de las ‘Soledades’ no solo había deslumbrado al Lunarejo sino que seguía dando vueltas por los Andes”, dice Alonso. Y remata el recuerdo de su padre: “Y vas por las laderas / las cuerdas los peldaños / la vía purgativa / cognitiva / unitiva / vas y vienes / hasta que al fin alcanzas / (¿o estabas siempre allí?) / las escarpadas cumbres del / parnaso”.
Título: “En la ascensión”.
Sello: Paracaídas.
Año: 2021.