Escribió el cuento “Café” en cinco carillas de papel periódico, en tres horas, hace 35 años. Enrique Prochazka recuerda el momento en que con un lapicero rojo llenaba las carillas con lo que venía ocurriendo ante sus ojos, en la cafetería de la Universidad Católica. La influencia, lo confiesa ahora, era el “Finnegans Wake” de Joyce, que le marcó profundamente y que le llevó a realizar proyectos de ficción intraducibles, como su novela “sábado”, escrita en inglés, y que se mantiene, señala el escritor limeño radicado en Estocolmo, “resistente y notoriamente inédita”.
Como éste cuento, en el volumen “Ocho cuentos de tampocos y todavías”, Prochazka se anima a reunir otros relatos experimentales, muy distintos a la línea que trazó con su deslumbrante “Un único desierto”, su primer libro de cuentos. Allí están, por ejemplo, “Desnudo bajando una escalera”, que él define como una especie de ejercicio psicológico auto dirigido, como los que desarrollaba el filósofo Nietzsche sobre sí mismo. O “Averno”, ejercicio shakesperiano que busca sacarle una vuelta más al “Romeo y Julieta”, parodiándolo en el intento. “Son ejemplos al margen, periféricos, de formas un poco raras de escribir”, añade Prochaska, admitiento deudas impagas con sus admirados Oliverio Girondo, Monterroso, Cortázar y, por supuesto, Joyce.
En cuentos como “Café” o “Caballo de Troya”, los cuentos más divertidos y tempranos en el libro, está retratado el ambiente universitario de la Universidad Católica. Imposible desligarlos a los que escribía en la misma época tu amigo y colega Fernando Iwasaki.
Somos muy cercanos “kiwi” y yo en ese origen, en ese divertimento por la palabra hablada, en el intento por trasladar el discurso hablado, tan limeño, en sus extremos más locos a un texto literario que sea a la vez legible y formalmente eficaz.
Sé la amistad entre ustedes, pero los imaginaba en dos tradiciones más bien separadas. “Un único desierto” es muy diferente a “Tres noches de corbata”, las óperas primas de ambos. Pero he encontrado esas sintonías en tu nuevo libro.
Yo sí encuentro algunas semejanzas. Las líneas de vínculo están allí, un poco escondidas, pero evidentes en la historia de cada uno. Los dos venimos prácticamente de los mismos profesores de secundaria. Y hemos estudiado bajo las mismas presiones y diversiones en estudios generales Letras. Parentescos hay.
En estos primeros cuentos se encuentran referencias a personajes que entonces destacaban en la universidad, y que luego se convirtieron en protagonistas del poder político en el país. En ese sentido, quería preguntarte por el desempeño de tu generación, aquellos que bordean los 60 años, en el poder.
Mi generación ya está saliendo del poder. Si miras a los últimos ministros, ves que son más jóvenes que nosotros. La verdad, yo lo veo como una oportunidad pérdida. Y no por culpa nuestra (no soy mucho de señalar culpas) pero sí debimos ser más responsables respecto de las consecuencias de la inacción. Hemos visto crecer demasiadas cosas malas, y dejamos de lado la preocupación por sus efectos. Miras cómo crece la desidia respecto de la cultura, ves programas televisivos como Esto es guerra, y no haces nada. Entonces terminas metido en un pantano del cual descubres tarde que no puedes salir. Un ejemplo mucho más grave es el crecimiento del fujimorismo como opción política, cosa que me da vergüenza plantearlo así porque es un oxímoron. Creo que esa es la deuda de mi generación.
En “La Horda”, se planta una situación que quizás por corrección política muchos escritores no han vuelto a desarrollar: presentar el escenario andino en los extramuros de Lima como territorio del miedo, del peligro.
La cordillera está a 80 kilómetros de Lima y nadie se entera. Tenemos valles inexplorados muy cerca de la ciudad, algo que parecería imposible teniendo Google Earth. Ese miedo existe, es casi universal en los limeños que no conocen algo tan simple como la variable del clima. Todos los años los medios repiten el titular: “Lluvia sorprendió a limeños”. ¡Todos los años los limeños se sorprenden de que haya clima! “La horda” es un cuento clásico, que contiene vigilancias que espero que se puedan identificar más adelante. El ruido misterioso que se narra en el cuento empieza cada vez que uno de los personajes discute sobre las ventajas de la razón. Ese es el gatillo que provoca que se inicie el ruido terrorífico. De alguna manera, lo que esbozo allí es una causalidad. Es una alegoría política, finalmente.
Es tu “Casa tomada” cortazariana, digamos.
Es una especie de “Casa tomada”, sí. Pero tomada por la sinrazón.
“Kali” es un cuento estupendo, casi una novela corta de ciencia ficción y aventura. Podría ser filmada por John Carpenter, esas películas de terror de los inicios de los años 80 que sucedían en el frío polar, como “The Thing”, por ejemplo.
Hernán Migoya decía que muchos de mis cuentos parecen guiones de películas épicas escritos por John Milius. Y allí tienes el epígrafe del cuento, tomado de “Allien vs. Predator”, una historia que ocurre también bajo el hielo antártico. A mí me surgió la idea del cuento a partir de una novela que estoy escribiendo que tiene mucho que ver con el hielo y las cosas que se encuentran dentro de él. Y está centrada en el Quyllur Rit’i, la fiesta andina del hielo. En “Kali”, me di cuenta que necesitaba trabajar mi habilidad para construir personajes femeninos entrañables, valientes, fuertes. Algo que yo no sabía hacer. En “Un único desierto” no hay ninguna mujer. Me lo plantié como una meta para una evolución necesaria.
Un cuento como “Explorador, sobre un suicida que busca suicidarse en el más allá, me recordó a la hipótesis de la serie de novelas “El mundo del río” de Philip José Farmer. Quería preguntarte por tus vínculos con las novelas de género.
Yo no he sido un gran lector de Philip José Farmer o de Phillip K. Dick de muchacho. De Dick leí muchas veces y con fervor su novela “Ubik” y de Farmer leí algunos cuentos, pero no le entré a “El mundo del río” básicamente por temor. Una serie de novelas sibre un río de seis millones de kilómetros, era un poco larga (ríe). Pero los respeté mucho. Pensaba más en Poul William Anderson, que además de escritor de ciencia ficción es poeta, al otro extremo del pragmatismo lexical de Asimov o de Clarke. Quizás lo que más he leído a mis 12 años era a Arthur C. Clarke. El me enseñó a escribir un párrafo: a comenzar sabiendo lo que voy a decir, y terminarlo diciéndolo de nuevo, y cerrarlo con alguna frase redonda. Clarke es extraordinariamente preciso cuando escribe. Sus diálogos carecen de humor, (o más bien tienen humor inglés, un poco árido) pero poco a poco se fueron filtrando allí otras cosas. El gusto por la aventura, también inglés, que me viene de Robinson Crusoe de Daniel Defoe, que es mi libro fundacional. Otro escritor de ciencia ficción que me interesa es Robert Silverberg. No tanto su lenguaje, pero sus ideas son poderosas. Pero mis tótems de ahora no son los que fueron entonces. Pareciera que escribir ciencia ficción hoy es como una obligación, desde que empezó Murakami. ¡Y yo te confieso que no sé hacer otra cosa! La primera novela que escribí era de ciencia ficción, a los 16 años y aún conservo ese cuaderno. Recuerdo que estaba situada en el 2020, una fecha entonces lejana. Me seguiré llamándome a mí mismo un autor de ciencia ficción aunque, a todas luces, soy un autor literario (al menos eso dicen los críticos). En todo caso, siempre digo que soy un carpintero informado.
Ahora que todos escriben ciencia ficción como dices, ¿será porque nadie tiene idea de lo que va a pasar en el futuro?
Lo cual me parece absolutamente pertinente. Una de las cosas que le pasaba a mi generación como me preguntaste antes, es que pensaba que el futuro era predecible. Allí está su error. El futuro no lo es. Mira nuestras elecciones: el gobierno sigue diciendo que vamos a tenerlas, pero yo, privadamente, pienso que no. Estoy casi convencido que en dos semanas, cuando esto se ponga realmente grave, el gobierno se va a dar cuenta que no debió anticipar el futuro. Esto hace que el Perú, que ya es complicadísimo de gobernar, duplique sus dificultades. Ahora tenemos que gobernar sin planear. Lo cual es una tarea imposible.
Aunque la informalidad y la improvisación caracteriza a nuestros gobiernos...
En la evolución humana tenemos momentos en los que salvamos de extinguirnos porque somos monos oportunistas, listos para cualquier cosa. Somos monos con una cuchilla suiza en el bolsillo. De repente, el hecho de ser peruanos, incapaces de dar dos pasos en la misma dirección, nos salva en este derrotero tan extraño que nos ha tocado vivir. Yo, hace 24 años, escribí un plan de largo plazo para la educación peruana. En ese plan se decía que iban a haber pandemias y que iba a ser difícil prever cómo manejarlas. Lo que el equipo con el que trabajé estaba tratando de decir entonces era que tenemos que aprender a hacer planes más rápidos y flexibles, que aceleraran los procesos de ejecución, en lugar de distender los procesos de planificación. Esa es una tarea imprescindible.
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