En “El paraíso en la otra esquina”, la novela de Mario Vargas Llosa, ella es la gran ausente. Aline Chazal, más tarde Aline Gauguin, es la casi desconocida que vincula dos íconos de la cultura occidental: la pensadora feminista Flora Tristán, su madre, y el pintor Paul Gauguin, su hijo. Nació en 1825 en París y murió en la misma ciudad 44 años después. Fue abusada sexualmente por su padre, el litógrafo André-François Chazal, y cuando su célebre esposa presentó cargos y reclamó la custodia de su hija, él respondió disparándole a quemarropa. Aline escapó de la revolución de París en 1948, embarcándose con su esposo, Clovis Gauguin, hacia Lima. Sin embargo, el joven periodista no sobrevivió la travesía. Con sus pequeños hijos Marie y Paul, ella llegaría viuda a nuestra capital, para radicar cuatro años en medio de la inestabilidad política de la joven república.
Aunque el Nobel peruano pasó de ella en su libro, la vida de Aline Gauguin también merece una novela. Esa fue, justamente, la sensación que tuvo Fietta Jarque, periodista y escritora peruana, tras leer las vidas de Flora Tristán y Paul Gauguin relatadas por Vargas Llosa de forma paralela, sin jamás tocarse, ignorándose prácticamente. Para ella, muchas preguntas habían quedado sin respuesta. Por ejemplo: ¿Por qué Paul Gauguin no sabía nada de su abuela?
La autora de la novela “Madame Gauguin”, recientemente publicada por el Fondo de Cultura Económica, tomó como respuesta un lógico silencio de Aline, su madre, a causa de la conflictiva relación entre ambas. Y es esta razón la que motivó seguirle el paso a un personaje a lo largo de 18 años. “Yo no escribí este libro para “enmendar” la novela de Vargas Llosa, sino para responder preguntas que habían quedado en el aire, todas dirigidas al personaje de Alina Gauguin”, explica la autora.
Aunque decidió mantener un perfil bajo a lo largo de su vida, la vida de Aline Gauguin también merece una novela, aunque el Nobel peruano pasara de ella en su libro. Esa fue, justamente, la sensación que le dejó su lectura a Fietta Jarque, periodista y escritora peruana radicada en Madrid. Le llamó la atención la estructura del libro, donde las vidas de Flora Tristán y Paul Gauguin eran relatadas de forma paralela, sin jamás tocarse, ignorándose prácticamente. Para Jarque, una serie de preguntas había quedado sin respuesta. Por ejemplo: ¿Por qué Paul Gauguin no sabía nada de su abuela?
La autora de la novela “Madame Gauguin”, recientemente publicada por el Fondo de Cultura Económica, tomó como respuesta un lógico silencio de Aline, su madre, a causa de la conflictiva relación entre ambas. Y es esta razón la que motivó seguirle el paso a un personaje a lo largo de 18 años. “Yo no escribí este libro para “enmendar” la novela de Vargas Llosa, sino para responder preguntas que habían quedado en el aire, todas dirigidas al personaje de Alina Gauguin”, explica la autora.
─¿Podríamos decir que Aline Gauguin es la protagonista de la historia, o más bien el testigo de las vidas notables que la rodean?
A ella le tocó convivir entre personas famosas, muy poderosas, los genios de su época. La propia Flora Tristán era una persona con una misión social tan absorbente que fue dejando a su paso daños colaterales: el abandono de los hijos, la manipulación de Aline al separarse del marido, entre otras cosas que le afectaron emocionalmente. Cuando su madre murió, George Sand, la gran dama de la literatura francesa, se convirtió en su protectora. Aline creció en los círculos intelectuales más exclusivos de París, y cuando llegó al Perú, su familia limeña estaba integrada por el suegro del presidente de la República. Aquí conocerá los círculos más ricos de la sociedad. Ella se veía a si misma como un pequeño personaje en medio de los círculos de poder. Y todo eso va dejando consecuencias en ella.
─En tu novela, presentas a Flora Tristán como una mujer dogmática, intolerante, autoritaria, obsesionada al extremo. Debió haber sido muy difícil para Aline ser su hija.
Ese retrato surge a partir de sus propias palabras. En su libro “El tour de Francia”, casi un diario, ella hace confesiones muy radicales. Tenía una personalidad dominante y temperamental. No le quita valor a su entrega, por supuesto, pero si era difícil estar junto a ella.
─Eso explica que Aline sea una mujer de perfil bajo, que buscaba pasar desapercibida.
Sí. Hasta que no la convirtió en protagonista de mi novela, se me había imposible escribir. Este libro me ha tomado 18 años. La forma de la novela se me resistía.
─Aline llega a la casa de su tío abuelo Tristán, es una Lima de mitad del siglo XIX, tiempos muy turbulentos. Es interesante que destaques que, literalmente, era “una ciudad de locos”: se acostumbraba encerrar en las azoteas a personas con alteraciones mentales. ¿Esto es real?
Eso es verídico. El propio Paul Gauguin lo señala en sus apuntes de infancia: un día, el loco que estaba en la azotea de la casa de su tío bisabuelo, donde vivían, se descolgó a la planta baja y los niños se asustaron mucho. Ellos llegaron a Lima en 1849, y por entonces el manicomio de Lima había sido pasto de un incendio. Y a sugerencia del doctor Cayetano Heredia, mientras se construía un nuevo psiquiátrico, el municipio dispuso que los vecinos podían alojar a un paciente en sus azoteas para que no circularan en la calle. Incluso se les animó a acogerlos con rebajas de impuestos. Vargas Llosa también lo menciona en su novela. Yo hago que el paciente que le toca a la familia Gauguin sea en realidad el narrador de uno de los capítulos de la novela. Él ve a la familia desde arriba, desde las teatinas registra lo que sucede en la casa y lo apunta como un grafómano.
─Hay un momento en el libro muy revelador, cuando en una visita a Pachacámac, Aline y sus compañeros de aventura encuentran el fardo de una momia. Y muy pocos tienen idea de lo que es. ¿Cómo es ese Perú en formación que tiene a Alina como testigo?
Desde la época de la colonia había un desprecio total por esas “antigüedades de los indios”, como se les llamaba a los restos arqueológicos, salvo cuando encontraban algo de oro, que inmediatamente fundían. Pero Aline viene de aquella Europa romántica, que por entonces descubría los enigmas del pasado, con una arqueología que empezaba a mostrar los grandes hallazgos del periodo clásico. Ella, que ya venía con esa mentalidad, se siente fascinada por los huacos y los textiles. Formó una colección que llevó a su país, pero que buena parte se perdió a causa de la guerra franco prusiana. Lo poco que quedó lo conservó su hijo. Recordemos también que Aline y su familia vivieron una época políticamente muy convulsa. Ellos están en el meollo de la política del momento. Después de la de la Independencia, en nuestro país había muchísimas rivalidades, intrigas y crisis de gobierno. ¡Algo parecido a lo que hoy sucede!
─¿Tu obsesión por este personaje tiene que ver con tu curiosidad intelectual o también con tu propia herencia familiar? La sensibilidad de Aline hacia el tejido y los textiles precolombinos me hacen recordar la pasión artística de tu madre, Ella Krebs, una de las artistas peruanas reconocida por su trabajo en pintura y tejido. ¿Hay algo de ella en Aline?
Yo nací en un taller de artistas. Desde el nido, podía ver el caballete de mi mamá. Me acuerdo el olor del óleo y la trementina. El mundo del arte lo he vivido desde muy temprano, y por eso le dedico a ella el libro. Pero en realidad, no he inventado tanto: he interpretado cosas y he atado cabos para contar una historia del siglo XIX con un punto de vista contemporáneo. No he forzado nada. En el fondo, lo que cuento es la vida de Aline, y cómo esos primeros años en el Perú resultan determinantes para que su hijo Paul desarrolle su arte.
─Por eso es tan fascinante ver en los cuadros tempranos de Gauguin la presencia de los ceramios precolombinos. ¿Cuáles son esas semillas peruanas que germinan en la vocación del pintor?
Aunque vivió toda su vida en Francia, cuando llegó a la casa de sus abuelos en Orleans, a los 7 años, de regreso de Lima, casi no hablaba francés. O tenía un acento peruano que generaba burlas. Como sucedió con toda la familia, él también tuvo una relación conflictiva con su madre. La relación terrible de Aline con su padre la terminó proyectando en su hijo, quien a su vez dejó a su mujer y a sus 5 hijos para seguir con su vocación. Esa frustración con respecto a su madre llevó a Paul Gauguin a hacer un único retrato de Aline. La manera en que la retrata es casi un preámbulo de las mujeres que él buscará en la Polinesia, lo que consideraba el paraíso primigenio, lejos de los líos en Europa. Pero ese viaje supone también la búsqueda de su propio origen, de su madre, de su relación con los indígenas en Perú. Cuando estaba por embarcarse en su primer viaje a la Polinesia, hizo ese retrato y dos pequeños apuntes en acuarela. Y en ellos aparece Aline como una Eva, sola en el paraíso. Además, recordemos que él hacía cerámica desde muy temprano, trabajos considerados vanguardistas en su momento, pero que tenían la influencia directa de los huaco retratos que había en la casa familiar. También pintó pequeños huacos en sus cuadros, incluyendo momias en cuclillas.
─A pesar de los desencuentros con su madre, ese único retrato resulta sumamente amable, idealizado.
Es una visión idealizada. ¿Por qué Gauguin pinta como niña el único retrato de su madre? Es extraño. Sabemos que Paul Gauguin siempre guardaba la foto de niña de su madre. Cuando me puse en contacto con la Staatgalerie de la ciudad de Stuttgart, en Alemania, que conserva ese único retrato de Aline, les pregunté si habían realizado algún estudio del cuadro. Y me mostraron lo que encontraron bajo su superficie con los rayos X. Allí encontramos a una Aline adulta, algo triste, alrededor de los 22 años, la edad en que radicaba en Lima. Él era un artista muy competitivo con los artistas de su generación, como Van Gogh o Émile Bernard. Bernard, que era su amigo, hizo un retrato de Aline a partir del que había pintado Gauguin, y eso lo molestó mucho. Y al final, para que no se parecieran, repintó su obra y la convirtió en la que conocemos. Sabemos que a Gauguin le gustaban las niñas jóvenes. En Tahití tuvo una esposa de 13 años. No soy psicoanalista, pero que retrates a tu madre como una niña, lo que le atraía sexualmente, amerita una lectura psicoanalítica.
─¿Por qué crees que la huella de su experiencia en el Perú es minimizada por los biógrafos de Paul Gauguin?
Ningún libro registra el hallazgo tras el retrato de Aline. En casi 18 años de investigación, he leído muchos estudios y análisis, y todos pasan por alto sus años formativos. Y eso es así porque el Perú no le importa a nadie en Europa. Es la verdad. Hay una profunda ignorancia y displicencia. En las primeras líneas de su libro “Escritos de un salvaje”, Paul Gauguin escribe: “Yo soy un salvaje peruano”. Pero eso para los estudiosos resulta algo exótico.
─Dices que no has querido enmendarle la plana a Vargas Llosa con tu novela. ¿Sin embargo, en el fondo, sientes haber reivindicado a Aline Gauguin?
Posiblemente ella no habría sido capaz de imaginar que alguien pudiera escribir un libro sobre su vida. Pienso que ella representa a todas aquellas personas dañadas o desplazadas por el genio de otras personas, gente excepcional que con su pasión hacen avanzar el mundo, pero que dejan víctimas en el camino.
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