“Mis vicios impunes” es la segunda parte de la colección de ensayos de Guillermo Niño de Guzmán titulada “Cuaderno de letraherido”. En ella, el celebrado cuentista discurre sobre el arte verbal, la dificultad del escribir, la vocación literaria y la compleja y contradictoria personalidad de los autores que componen su riguroso santoral. No se trata de un tratado de cocina literaria. El suyo es el testimonio de quien vive la literatura como performance cotidiana: corriendo los Sanfermines años después de Hemingway o tendiéndose en la ‘chaise longue’ de Turguénev para hojear sus libros en una distracción del guardián de la casa museo. Niño de Guzmán lleva la experiencia novelesca a su vida cotidiana, sabiendo que vivir impunemente el vicio literario, a diferencia de otros vicios, es el que genera menos perjuicios.
— Pones la ficción en el centro de tu vida. ¿Cómo ves estos tiempos en que la lectura retrocede?
En el Perú ocurre un fenómeno: nunca ha habido tantos escritores, pero no hay una cantidad suficiente de lectores que corresponda a ese florecimiento. Los tirajes se reducen, cambian los hábitos y la forma de entretenernos. El paso de lo analógico a lo digital nos propone otras distracciones. En el bus, ya nadie lleva un libro en la mano, solo sostienen sus celulares. Veo con preocupación que la gente necesita cada vez menos la ficción literaria.
— ¿Cómo te sientes en una feria de libro?
Te voy a decir una cosa: hace años que ya no me gustan. Para mí, lo ideal es ir a una buena librería, a una hora en la que no haya nadie.
— ¿Como escritor, la feria no supone para ti un contacto con tus lectores?
Me fastidia mucho, ¿sabes? No me gusta hablar en público. Por eso, a pesar de que me gradué en Literatura, nunca pude dedicarme a la docencia. Si escribo, es porque no me gusta dar conferencias, me resisto. El verdadero contacto que vale es el de la lectura. Allí se establece una comunicación tan íntima que no necesitas conocerlo. Además, si en algún momento tropiezas con algún escritor, puedes encontrarte con un gran patán, un soberbio, o alguien deleznable. No es bueno conocer al escritor. Lo que sí me parece interesante de las ferias es que suscitan futuros lectores.
— En tu libro hablas de José Donoso, un escritor encantador en entrevistas, pero que en sus diarios se muestra ferozmente envidioso y lleno de complejos. ¿Cuán falsa es la imagen que un autor muestra al público?
Entrevisté a Donoso cuando acababa de publicar “Casa de campo”, en 1978. Lo vi muy sobrio y discreto, pero más tarde descubrí que no era así. Vivía acomplejado por no tener el éxito de la gente del ‘boom’, grupo al que siempre se quiso asimilar. Sin embargo, me parece un muy buen escritor. “El obsceno pájaro de la noche” es una de las mejores novelas latinoamericanas. A veces, en una entrevista los escritores te quieren dar una imagen que corresponde a la visión que hacen de sí mismos, o la que quieren transmitir. Pero, por lo general, la realidad es otra. Mira cuántas entrevistas han hecho a Ribeyro, y ninguna transmite tanto su intimidad como sus diarios. Las entrevistas suelen ser engañosas.
— Hablando de Ribeyro, el 3 de julio murió su viuda, Alida Cordero. ¿Cómo la recuerdas?
Preferiría no hablar de ella.
— Si crees que la pregunta es impertinente, no la contestes: se dice que Alida fue el modelo para que Vargas Llosa escribiera su novela “Travesuras de la niña mala”. ¿Lo crees verdad?
Sí, hay ese rumor. Un día no pude más con la curiosidad y se lo pregunté a Mario, que estalló en carcajadas y me lo negó. Pienso que nunca iba a admitirlo, pues seguía manteniendo amistad con Alida, incluso después de pelearse con Julio Ramón. No sé si corresponde toda su vida, pues hay mucha ficción, pero podría haber sido el germen.
— Una de las novedades más atractivas de la feria del libro es el lanzamiento de los cuentos inéditos de Ribeyro. ¿Qué expectativas tienes?
No los conozco. Solo sé que Julio Ramón era muy escrupuloso con lo que escribía. No es que olvidara aquellos cuentos, sino que había decidido que no estaban a la altura. Simplemente decidió no publicarlos. Habría que ver. De repente tienen cierto interés.
— En todo el santoral de autores que despliegas en tu libro destaca Ernest Hemingway. Hablas de su machismo, de sus contradicciones, de su pelea con su hijo Gregory, al descubrir su travestismo. ¿Hemingway podría ser hoy una víctima de la cultura de la cancelación?
Hemingway es un caso único. Su vida está tan ligada a su literatura que esta se cuela de contrabando en su creación literaria. Si uno lee sin conocer su vida personal, simplemente podrá disfrutar y apreciar a un grandísimo escritor, que consiguió acuñar un estilo propio, revolucionario para su tiempo: una prosa sencilla, casi telegráfica, basada en la economía verbal, que debe mucho a su ejercicio periodístico.
— En el libro les dedicas buen espacio a las disputas literarias. ¿Por qué se pelean los escritores?
Ocurre en todos lados: por la “gloria” literaria, por la envidia del éxito del otro. Siempre ha pasado. En esta colección de anécdotas sobre pelea de escritores no me referí al Perú, pues no quería parecer un chismoso. Pero en mis tiempos, supe de una famosa pelea que había ocurrido en un microbús. Fue entre el poeta de corte indigenista Mario Florián y el poeta puro Carlos Germán Belli.
— ¡No me imagino al pacífico Belli en una pelea!
¡Yo tampoco! [ríe]. Pero parece que se odiaban...
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