Algo no parece estar bien si al lado de la Biblioteca Norlin, en la Universidad de Colorado en Boulder, suele haber ambulancias estacionadas. El escritor Jeremías Gamboa recuerda haberle preguntado por ellas a sus compañeros de clase y, como si fuera algo normal, escuchó hablar de gente que se descompone frente a la presión. La obsesión por sacarse A en todas las materias puede condicir al hospital. En su caso particular, ni bien llegó a este College Town enclavado en las montañas, le indicaron con claridad que solo si tenía las mejores calificaciones y algunos “papers” publicados en revistas académicas, sus posibilidades para ser profesor allí serían mayores. Descubrió así que el camino de la Academia está marcado al milímetro. Un orden que, confiesa, le aterró.
Sin embargo, de noche, ese rígido mundo universitario se transformaba hasta volverse imprevisible para los jóvenes procedentes de todas partes del país, libres de la tutela paterna. Contada en tiempo real, desde las 6 de la tarde hasta el amanecer, “Animales luminosos” es el reporte de una de esas noches, vivida en los extramuros de la ciudad universitaria, ente bares y discotecas relajadas, donde a manera de delicada coreografía de baile, vamos conociendo a cada personaje, a cada animal definido en su luz y su oscuridad. Así, lo que parece comenzar como una novela romántica de estudiantes va tornándose en un desgarrado drama sobre el clasismo que opera, de diferentes formas, tanto en Estados Unidos como en América Latina.
¿Cómo defines la naturaleza de un College Town?
El College Town es un universo muy rico para estudiar las diferencias sociales. Es un lugar hasta cierto punto utópico, del cual uno forma parte sabiendo que es transitorio, y eso lo vuelve perturbador. Tienes en el campus a una cantidad de estudiantes de procedencias, saberes, idiosincrasias y culturas distintas, como sucede en un país de migrantes como Estados Unidos. A mí me interesó siempre ese contacto entre norteamericanos y los becarios del departamento de español, que veníamos de diferentes países de América latina y España. La mayoría de esos chicos ha dejado la casa de sus padres, y están en una ebullición brutal.
Boulder resulta una isla liberal en medio del Estado de Colorado, profundamente conservador. ¿Qué tan desconectados están los académicos de su realidad?
Yo llegué a Estados Unidos imaginando un país circunscrito al campus universitario. Al regresar a Lima y leer literatura norteamericana a fondo, descubrí que había estado en un sitio infernal. No me daba cuenta entonces, sumido en mis propios asuntos de migrante y mis inseguridades. El tema siempre va a estar allí: un academicismo que piensa el país y el verdadero hervor de Estados Unidos. En ese sentido, me parecía más interesante lo que sucedía en los bares, sentía que era lo más cerca de lo que podía estar de ese país.
En “Donde Van a morir los elefantes”, novela de José Donoso, se dice que en esas comunidades universitarias los intelectuales latinoamericanos terminan diluyéndose. ¿Hay algo cierto en ello?
Tendría que vivirlo para decirlo. Yo me retiré de Boulder luego de la maestría.
¿Y por qué regresaste?
En mi caso particular, porque empecé a escribir.
Curiosamente, aún tenemos instalada la idea, sobre todo gracias al “Boom”, que para ser escritor hay que abandonar el país.
Y no les falta razón. Tienes de irte de tu país un rato, o puedes no hacerlo también. Pero irte facilita la posibilidad de mirar tu país desde fuera, y volver para escribir sobre él. A mí Boulder me dio esa distancia. Pero cuando me di cuenta de que el trabajo de académico consistía en escribir “papers” siguiendo un esquema fijo hasta el fin de tus tiempos, tuve claro que no era lo mío. Lo que yo quería era escribir ficción. Si me quedaba en Estados Unidos, lo iba a tener todo muy cómodo, pero me iba a ir ganando lo académico.
Tus acciones le dan la razón a Donoso, entonces...
Diría que sí.
Tienes 46 años, y en el libro cualquier lector instalado en esa edad advierte tu elogio a la belleza de los jóvenes, ubicados en el momento en que todo está por hacer. Es imposible no percibir esa nostalgia...
Hace poco dictaba una clase sobre “Los cachorros” de Vargas Llosa, y les decía a mis estudiantes que la primera vez que leí ese libro envidiaba a los personajes por su clase social, porque iban al Cream Rica y salían con chicas a pasear por el parque Salazar. ¡Ahora los envidio por su edad! (ríe). En efecto, en la novela está ese anhelo de libertad de los jóvenes, en el espacio de la noche, abierto a todas las posibilidades. Es una sensación que a los cuarenta quizás hemos perdido: enfrentarnos a lo impredecible, el qué pasará el próximo sábado por la noche. Esta historia la escribí con cierta envidia y nostalgia de ese momento tan bonito, cuando todo está por hacerse.
Terminada el baile de personajes, la acción de la novela recae el Ismael Alaya, el protagonista, un peruano que debe romper varias barreras: el idioma, la cultura, y la relación con las mujeres.
Y la barrera de su propia memoria, además. Porque esta es la historia de un hombre que se ha refugiado justamente en el campus para no estar en contacto con el mundo. No quiere recordar el Perú por razones que luego la novela revelará. Creo que gran parte de los peruanos de mi generación que han migrado sienten lo mismo, no quieren recordar el país. Sin embargo, lo llevan consigo. Para Ismael Alaya, cuando empieza la posibilidad del amor, es cuando la memoria se puede activar.
La intención de Alaya es ser un testigo invisible, especialmente de los desencuentros amorosos de sus compañeros. Curioso que para todos los jóvenes, provengan de la clase que sean, el amor les resulte siempre una herida.
Lo que me interesa de la literatura, más que mostrar qué heridas son las más fuertes, es justamente entenderlas a todas en su conjunto y darles un lugar. Lo que hace la literatura es explorar todas las heridas. La literatura es la conciencia relacionándose con las heridas. A mí me interesaba que este chico, que trae heridas que no quiere recordar, observe las de otros y las compare. No para establecer una jerarquía, sino para mostrar que la condición humana es una experiencia colectiva.
Hablando de comparaciones, La novela habla del clasismo en el Perú, pero también nos revela las diferencias de clase al interior de los Estados Unidos. Un país tan difícil de conocer y que se disfraza en sus ficciones.
Ismael llega a los Estados Unidos con la imagen que el mismo país ha mostrado de sí mismo a través de la ficción. Un Estados Unidos WASP, blanco, angloparlante, uniforme. Esa es la visión tan persuasiva que nos ha dado Hollywood. Además de recorrerlo, la mejor forma de conocer Estados Unidos es leyendo su literatura. Me interesaba escribir desde mi conocimiento de Estados Unidos después de haber vivido allí, y el conocimiento a través de la literatura norteamericana. Finalmente, en esta novela son los migrantes los que ocupan el lugar central.
Migrantes a los que justamente les cuesta confesar su identidad...
Así es. Probablemente están hechos a mi medida. A mí me ha sido difícil asumir mi identidad, y creo que estoy escribiendo para vencer mi auto aversión y mi autor racismo.
¿Hay mucha música en ”Animales luminosos”. Podríamos considerarla una novela post-grunge?
Sí. Grunge es lo que mi personaje vivió en los noventas, en una universidad nacional en Lima, él ha visto a sus amigos vestirse con esa moda. Pero en Estados Unidos, él está en el mundo de lo “indie”: suenan mucho bandas como The National, o The Hold Steady, grupo que me permitió homenajear a Jack Kerouac, que en su “On the Road” escribe esta frase para definir la edad de mis personajes: “los malditos o malhadados años a mitad de los veintes”, jóvenes viviendo eso que tu y yo extrañamos pero también nos alegramos de que haya pasado. Es bonito mirar esa ansiedad a través de la literatura, pero no necesariamente revivirla.
Escribes sobre la última generación sin redes sociales...
Exacto. Y hay un momento en la novela en que se comenta Facebook como una cosa extraña. Recuerdo que, ya terminada la maestría en Boulder, estaba por regresar a Lima cuando una amiga de Puerto Rico me preguntó si estaba “en el álbum de caras”. Allí me enteré de la existencia de Facebook. En la novela, hay un temor, una aprensión de los personajes por esa virtualidad que podría reemplazar a la noche como el lugar de encuentro. Están algo aterrados de que se pierda esa presencialidad. Es la última generación pre-tinder.
Volviste a Boulder diez años después de tu experiencia unversitaria. ¿Cuán distinta te parece la actual generación de estudiantes?
No lo sé. Regresé a Boulder como un fantasma, para trabajar en un proyecto personal. Me vi con amigos, visité bares, pero todos los antiguos lugares ya no existen.
“Animales luminosos” es una reflexión muy potente sobre el clasismo. Sin embargo, un ex ministro de Cultura, supuestamente de izquierda, te consideraba parte de un grupo de escritores “privilegiados” que podría pagarse su pasaje para ir a la Feria de Guadalajara. ¿Cómo sientes esa contradictoria situación?
Hay una dimensión política en lo que escribo que, creo, empieza a ser cada vez más notoria. Temas inevitables en mi obra tienen que ver con la discriminación, el racismo, el clasismo, la diferencia. Y esta visión que tiene la clase alta peruana que deshumaniza a quienes no son como ellos. Pienso que un gobierno ideal no debería tener ningún sesgo. Debería llevar a todas las representaciones literarias del país. Tanto la producción internacional, como a autores que, a causa de la distorsión que supone la herencia colonial que tenemos, puede generar un favoritismo hacia un grupo. Justamente esa es la tarea del Estado: compensar y revertir, buscando llevar la delegación más representativa. A mí, particularmente, me apena que algunos autores de libros impresionantes no vayan a estar en la feria. Sin embargo, sus libros están: los de Karina Pacheco, de Katia Adaui, de Gabriela Wiener, de Jaime Rodríguez. Hemos dejado una imagen informal a nivel de gobierno, pero igual hay varios autores maravillosos que nos representarán en la feria y a quienes les deseamos lo mejor. Lo que toca es que los políticos aprendan de esto.
¿No crees que nos hemos quedado con una polémica desaprovechada? ¿Que todo se convirtió en una pelea de redes sociales por puro revanchismo?
Debo aclarar que yo no fui invitado a la feria de Guadalajara. Tampoco a la de Santiago. Y jamás me he quejado nunca. A mí lo que me apenó fue el acto de des-invitar, algo brutal. Y sobre todo las declaraciones posteriores del ex ministro, feliz por “bajarse” a tal escritor del avión. Un político no debería decir cosas como esas.
En mis clases, leemos “Los cachorros” junto con “Los inocentes”, y mis alumnos vienen listos para discutir cuál es el mejor. ¡Y los dos tienen valores diferentes! En “Los inocentes”, los personajes están más consolidados, son más seductores, hay más especificidades. En “Los cachorros, todos son muy parecidos, salvo Cuéllar, pero esa es justamente la intención de Vargas Llosa. Sin embargo, hay una tendencia natural, quizás un mandato patriarcal o de supervivencia, por escoger entre uno u otro. Y yo siempre digo: ¿por qué no celebrarlos a ambos a la vez? Es una maravilla tener a Vargas Llosa y a Reynoso, como tener a Ribeyro, a Loayza, a Pilar Dugui, a Karina Pacheco. ¿Por qué quedarnos con pocos si podemos convocar a todos? ¿Por qué el complejo de Adán? Si hay una literatura previa, hay que enriquecerla. Sería muy bacán que el gobierno hubiera buscado sinergias entre escritores más que dividirlos. Parece que un discurso conciliador no prende en política. Lo que funciona es dividir.
Sobre la edición virtual del Hay Festival de Arequipa
Del 1 al 7 de noviembre, la segunda edición digital consecutiva del Hay Festival Digital Arequipa contará con una nutrida presencia de destacados invitados nacionales e internacionales.
Los invitados
Entre los escritores, se anuncian a Chimamanda Ngozi Adichie, Jeremías Gamboa, Gabriela Wiener, Ken Follet y Marie Modiano, entre otros. Asimismo participarán científicos como Ignacio Morgado, Yuval Noah Harari y Vandana Singh , los intelectuales Paul Krugman, Carmen McEvoy, Francisco Sagasti y Philippe Sands y los periodistas Martín Caparrós, César Hildebrandt, Michael Read, Daniela Rea y Joseph Zárate
Inscripciones
No hay costo para registrarse en las plataformas virtuales del festival, en Facebook, Twitter e Instagram con el #HayDigitalArequipa21.
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