Durante sus 44 años como docente, Eslava ha pretendido impulsar varios proyectos de alcance nacional que acerquen a los estudiantes al vasto universo que ofrece la literatura, pero cada intento no hizo más que aumentar su desconfianza hacia el trabajo con el Estado. Aun con un desalentador panorama por delante, su fe se mantiene firme y lo único que ha variado ha sido la ambición de sus planes, aseguró en conversación con El Comercio. Las decenas de libros publicados son parte de aquel plan al cual le ha dedicado casi toda su vida y con esta publicación escrita antes de la pandemia busca acercar a los lectores a las vidas llenas de peligros y sacrificios de un policía, una enfermera y una maestra que viven en el VRAEM.
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¿Su trabajo se ha enfocado más en pensar en lo que leerán los niños y jóvenes o priorizaba la calidad literaria de sus historias?
Si te refieres específicamente a este libro, sí pensé en un público juvenil. Desde hace 20 años mi producción tiene dos orientaciones: por un lado, escribir para niños y jóvenes y por otro para profesores de colegio. Cuando emprendo una aventura de ficción necesito tener definido a mi lector porque hay una enorme diferencia entre un niño de 6 a 8 años. En este caso pensé en el público juvenil porque hay una serie de temas que me persiguen últimamente y que creo los estudiantes de colegio deben conocer, pero las autoridades le cierran las puertas.
¿Pensó alguna vez que tener muy presente la idea de un público específico no limitaría su trabajo creativo?
Creo que todos los temas están al alcance de niños y jóvenes, la diferencia está en cómo los abordas. La muerte, la discriminación y el divorcio se pueden trabajar porque seguramente muchos viven esa experiencia. Cada edad tiene una manera de acercarse lingüísticamente a un texto, entonces es labor del escritor saber operar y ecualizar el lenguaje. Siempre suscribo la afirmación de Machado que decía: “Los libros para niños son aquellos que también le gustan a los adultos”.
¿Qué libros lo regresan a sus años de juventud y qué otros lo convierten en el señor que es ahora?
Tengo muy presente la edad que vivo, no es que sufra una esquizofrenia con respecto a mi edad. Hace poco volví a leer a Emilio Salgari y, desde luego, ya no lo leo completamente entregado como cuando tenía 13 años sino como lector mucho más entrenado y como escritor. Me di cuenta que Salgari es un maestro de la descripción igual que Julio Verne o Michael Ende. Yo como lector también me transformo, tengo muchos rostros. Si leo a Emil Cioran o Nietzsche me voy a sentir abrumado por la existencia y terminaré siendo ese señor que mencionas, pero si leo a Tomi Ungerer me voy a sentir vital, imaginativo y optimista.
Vargas Llosa comentó alguna vez que le preocupaba volver a leer “Los tres mosqueteros” por temor a desilusionarse. ¿Le ha sucedido lo mismo?
Me parece justificable ese temor porque es una obra con mucho floro. Temía eso que dices con “El principito”, pero resistió muy bien todas las exigencias de una relectura. Lo mismo me ha ocurrido con Tolstói o leyendo los cuentos de los hermanos Grimm. Con el libro que me he sentido mucho más regocijado ha sido con “Pinocho” porque descubres que es una novela con todas las de su ley, lo mismo con “Peter Pan”, aunque en este caso sea una obra de teatro. He terminado abrumado por la calidad, la sugerencia, la irreverencia y el ingenio de esos libros.
Hay varios casos de escritores no infantiles que dan el salto a este campo pero sin éxito. ¿Por qué se da?
Es como la migración de la poesía a la prosa. Yo no sé si es un problema exclusivo de la literatura peruana el haber querido formar compartimientos para el escritor de literatura “seria”. Todavía no tenemos un cuerpo sólido de literatura infantil en el país, es aun un fenómeno cultural en construcción. Por lo general, cuando se escribe un libro infantil o juvenil se publica para el colegio y nunca lo ves en la vitrina de las librerías porque los miramos con desdén.
Son pensados para la escuela cuando la lectura debe traspasar las aulas.
Para mí la lectura es un hábito que te acompaña a todas horas y en todas circunstancias. Hemos querido esclavizar la lectura al colegio y me parece que eso ha sido uno de los graves problemas del plan lector que solo tiene en cuenta a la narrativa y novela. Es muy raro que en el colegio venga un profesor y se ponga a leer una canción de Bob Dylan o Leonard Cohen porque al día siguiente está de patitas en la calle. A nadie le sorprende cuando Gareca dice: “Mi lectura del partido es...”. El término lectura es tan amplio que deberíamos aplicarlo a todo lo que es susceptible de ser interpretado. Lees cine, música, periodismo, etc.
¿Es otra muestra del clasismo impregnado en nuestro día a día?
Es un modo de inquisición. Es una manera de regular la lectura por personas que no me parecen lectoras, no sé si los burócratas del Ministerio de educación serán lectores. Yo leo un retablo ayacuchano, una tabla de Sarhua, una película de Tarkóvsky. Mi ojo está entrenado para leer todo lo que miro. Creo que la educación debería orientarse para que el estudiante aproveche lo que mire, porque se sacraliza el libro como si fuera lo único disponible de ser leído. Tú puedes no tener un libro y ser un buen lector.
En “Valle Esperanza”, ¿cómo busca reflejar esos distintos caminos que ofrece la lectura?
Por un lado está la historia y por otro la envoltura de la misma. Apenas lo terminé le dije a mi editora: “Este libro tiene que salir con fotos”. Hice que la estructura del libro sea tres historias paralelas con fotografías intervenidas, todos esos elementos paraliterarios contribuyen a la lectura y obligan al chico a dispararse en varios sentidos. Luego están otras intenciones como reivindicar algunos oficios que son mirados por sobre el hombro. Ahora se le llama profesionales de primera línea, pero cuando escribí ese libro ¿quién pensaba en una enfermera, un policía y una maestra del colegio?
En el libro escribe: “Nunca sobra nada en el puesto policial de Wasarumi salvo el miedo, por eso urge ser muy preciso y racionalizarlo todo la comida las balas, la vida misma”. Se parece al trabajo del escritor que debe calcular cada aspecto de lo que cuenta.
Bueno, yo ahora le he puesto pausa a mi vida. Hasta hace unos días he tenido un ritmo de vida muy escrupuloso y de mucho control como un puesto policial, tratando de administrar al máximo mis horas de clase, mis horas de investigación, creación, pero en este momento no es recomendable para mi salud porque me produce un sobreestrés. He decidido volver con todo a la lectura, a disfrutar algunos partidos de fútbol que son mi otra pasión. Yo voy a relevar a Gareca cuando deje la selección (risas). No pretendamos en este momento ser como somos sino como podemos ser para poder amanecer el día siguiente.
¿Cómo lograr para que la experiencia de una lectura atractiva se masifique?
Esta pandemia ha revelado que hemos abandonado la educación. En mis 44 años como profesor me propuse ser diferente y siempre encontré colegios iguales, un mismo sistema educativo, así que no me he sentido acompañado en ese propósito de apostar por un sistema innovador y democrático. El profesor tiene que creer que su labor es muy importante y necesita de buenos sueldos. Tú sabes que los libros tienen un precio, vivir en una casa holgada tiene un precio, tener tiempo disponible para lectura tiene un precio. No es justo que el agente cultural de una sociedad no tenga espacio y tiempo, ni el instrumento para leer, es completamente injusto. Si no empezamos por transformar la imagen del profesor desde el corazón mismo, no vamos a poder cambiar el sistema educativo.
¿Ha perdido fe en el trabajo con el Estado?
Sí, el sueño de cambiar el país es algo a lo que he tenido que renunciar. El país me demuestra que no tenemos ningún ánimo de contener la degradación social, política y ética. Pero tengo a personalidades que admiro y me impulsan a continuar como Constantino Carvallo que considero que es el gran educador peruano de todos los tiempos.
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