Pertenecía a una estirpe privilegiada que consiguió extraer sensorial belleza de la miseria y de la sordidez. Fue parte de quienes rescataron una extraña y sojuzgadora luz de los bajos fondos, de oscuros antros, de la clandestina diferencia sexual. El chileno Pedro Lemebel (1952-2015) es afiliable a Reynoso y a Genet, exhibe tatuajes barrocos de Sarduy, pero en sus libros de crónicas destaca por un lenguaje plástico y flamboyante que es una marca suya, reconocible, casi me atrevo a decir intransferible. Sus temas expandieron la ruta que inauguraron Donoso y Puig y que luego continuaría el arrojado Perlongher. Cubierto por las plumas del desenfado, dueño de una estridente gama de colores con la que retrata travestis y transexuales sometidos a la marginalidad, al desamparo, a la pobreza del maquillaje barato y de la prostitución, Lemebel mostró a sus lectores un ángulo de la realidad cuya riqueza humana y literaria se dedicó a moldear entre el exceso y la ternura.
MIRA: Pedro Lemebel en diez grandes frases
De esa labor surgió “Loco Afán. Crónicas de sidario” (1996) uno de sus títulos más celebrados, recientemente reeditado por Planeta. Un libro guiado por la estética de la muerte dolorosa, de la solidaridad entre los desposeídos, de la depresión mortífera con la que Lemebel pretendió aprehender los estragos del sida en la comunidad de travestis y “locas” de Chile durante los ochenta y noventa. El autor cultiva con sumo cuidado las flores que brotan de la enfermedad. Acicala su imagen mustia y decaída, sin traicionarla, aunque colmándola del esplendor que puede brindar una memoria llena de gloria y arrebato callejero.
Las primeras crónicas funcionan como una suerte de réquiems ofrendados a distintas figuras de la madrugada que evoluciona en los arrabales de Santiago: la Regine, la Madonna -ejemplo supremo de una mimetización desbaratada por la decadencia- y la Loba Lámar, seductora y dispuesta incluso más allá de la vida terrenal. Dichos textos están encabezados por un testimonio de panóptica mirada social, “La noche de los visones”, acerca del tránsito de la democracia a la dictadura de Pinochet a partir de la vivencia de tres travestis que asumen su destino “cuando el toque de queda era una campana de vidrio sobre la ciudad, cuando algún grito trizaba la campana y llovían balas sobre los habitantes”. La resolución trasgresora de Lemebel ha resistido la marea del tiempo porque no se afinca en su propio escándalo, sino en la crítica -filuda y formidable, igual a un largo taco aguja- que penetra en el tejido colectivo y político desde donde enuncia.
Lemebel hizo de su narrativa un estrado en el que los defectos y las amputaciones físicos fueran sobreexpuestos para aliviar a sus poseedores de la necesidad de esconderlos, de disimular su vergüenza. En “Los mil nombres de María Camaleón” formula un elogio del sobrenombre gay y sus cualidades redentoras: “El apodo hace de ese lunar con pelos una duna de felpa. De esa jodida joroba, un Sahara de odalisca. De esa nariz de hacha, un ventisquero de alientos”. Esa posición se engarza con la de “Lorenza”, crónica de un travesti chileno-alemán cuyos brazos mutilados no le impidieron recalar con éxito en el arte plástico; Lemebel considera que esa “walkiria trunca y orgullosa” es un caso de la “reapropiación del cuerpo a través de la falla”: una forma de sublimación del ente homosexual que, desprovisto de extremidades ordinarias, se construye alas tan imaginarias como poderosas.
La perspectiva de la apropiación de un nuevo yo por medio de la tragedia se refuerza en “Berenice”, historia de un hombre que se reconfigura hurtando las señas de identidad de una muerta, escalando luego al robo de niños con tal de completar su itinerario femenino hasta las últimas consecuencias. Lemebel reconoce que su diversidad nace del sufrimiento y de amargos trances, pero la expone con la altivez de quien la ha pasado bien entre los promiscuos baños del infierno: “mi hombría fue morderme las burlas / comer rabia para no matar a todo el mundo / mi hombría es aceptarme diferente / ser cobarde es mucho más duro”. “Loco afán” confronta a sus criaturas con el desafío de la finitud prematura e irremediable, aunque siempre provisto de un rumor poético que impugna la injusticia y el abatimiento.
La ficha
Título: Loco afán. Crónicas de sidario
Autor: Pedro Lemebel
Editorial: Planeta
Año: 2021
Páginas: 252
Relación con el autor: ninguna.
Valoración: 3½/5 estrellas.
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