En los albores de la Guerra Fría y a causa de sus repercusiones en otros países de mundo, un hombre de 44 años se ve obligado a cruzar clandestinamente la Cordillera de los Andes para salvar su vida. Detiene un momento su andar y mira el horizonte, pensando en la soledad, en el peligro, en el silencio. Pero no puede mirar atrás ni volver sobre sus pasos. No puede más que continuar hacia lo insospechado en su ruta a través de la frontera sur entre Chile y Argentina, en una aventura siempre al límite de la muerte que lo llevaría, a caballo o a pie, a través de ríos, lagunas, gélidos bosques o empinadas montañas, bordeando precipicios, enfrentando las inclemencias del hambre, del frío y de la nieve, en una angustia permanente que ni siquiera la palabra poética que él había consagrado podría ser capaz de narrar entonces, aunque los poemas ya se estuvieran escribiendo con tinta indeleble en su cabeza y en sus sueños. Otro mundo se abrió ante sus ojos tras aquellas experiencias frente a monumentales paisajes milenarios y gracias a los hombres que lo ayudaron o acogieron en el camino sin conocerlo o esperar nada a cambio. Su rostro lucía una barba que no solía usar y sus papeles indicaban que respondía al nombre de Antonio Ruiz Legarreta, ornitólogo de profesión.
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Sin embargo, Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, Pablo Neruda, lo único que sabía en profundidad sobre las aves era que volaban y solo podría ser capaz de describir los alcances poéticos de esos vuelos, sin detalles científicos. Había tenido que cambiarse de nombre para evitar la cárcel, perseguido por el gobierno prepotente de Gabriel González Videla. Tras pasar cerca de un año ocultándose en casi una docena de casas entre Santiago y Valparaíso, en febrero de 1949 inició una ruta por el paso Lilpela –ubicado entre la región de Los Ríos (Chile) y la provincia del Neuquén (Argentina), hoy convertido en atractivo turístico como parte de la Ruta Neruda-, que le abrió el camino a la libertad hacia la Argentina y, posteriormente, hacia Europa. Recién en abril de ese mismo año reapareció ante el mundo, en el Congreso Mundial de la Paz, donde fue aplaudido con entusiasmo prolongado por los asistentes. “Queridos amigos, si llego con un poco de retraso a vuestra reunión es porque no me ha sido fácil llegar hasta aquí”, dijo para comenzar, con ironía.
Acababa de llegar a París, gracias a la ayuda de Pablo Picasso y, sobre todo, de su gran amigo Miguel Ángel Asturias –Nobel de Literatura 1967-, que estaba en Buenos Aires en misión diplomática y que, increíblemente, le prestó a Neruda su pasaporte para que fugara a Europa sin problemas. Después de todo, ambos eran escritores y estaban algo gorditos. ¿Quién podría notar la diferencia? En todo este periplo no fue nunca Ricardo Neftalí Reyes, dejó de ser Pablo Neruda, retó a la suerte como Antonio Ruiz Legarreta, fue cobijado en la ruta casi como un anónimo y llegó a París convertido en el Nobel Asturias, tal vez un anticipo del derrotero de su propia vida. Como bien escribió él: “Sucede que soy y que sigo”.
La ruta al Nobel
Poco después, el vate chileno publicaría Canto General –el libro que ya venía preparando desde antes de ser un senador desaforado que se convirtió en poeta perseguido- y entonces la cordillera, los pequeños poblados del ande, París como salvavidas, las rutas que le abrieron los ojos al mundo de los hombres y de las montañas, se convirtieron en el renovado aliento vital que imbuía ya una poesía que vivía su propia aventura en las geografías de su imaginación. Así llegó a su día más feliz como escritor, 22 años más tarde. Eso le daría la oportunidad de recordar frente al mundo el viaje de todos sus viajes.
Fue un 21 de octubre de 1971 –un jueves, tal como hoy-, cuando Neruda recibió la llamada de la Academia Sueca anunciándole que era el ganador del Premio Nobel de Literatura de ese año. Hoy, medio siglo después, estudiantes, profesionales, hombres y mujeres de todas las edades, de diversos idiomas y localidades del planeta, siguen leyendo, declamando o emocionándose con la poesía de un hombre que, aunque ya había publicado libros como “20 poemas de amor y una canción desesperada” (1924) o “Residencia en la tierra” (1933) y recibido el Premio Nacional de Literatura en 1945, tuvo, sin embargo, que cruzar el continente de un lado a otro para entender mejor al mundo y hacer realidad los versos que lo acompañaron, sin existir aún, como parte silenciosa de sus penurias.
Antes de la peluca y la casaca, fueron los ríos, ríos arteriales/ fueron las cordilleras, en cuya onda raída el cóndor o la nieve parecían inmóviles/ fue la humedad y la espesura/ el trueno sin nombre todavía/ las pampas planetarias, escribió Neruda en “Amor América (1400)”, punto inicial de “Canto General”, la monumental obra que escribió mientras era un prófugo juglar. Era la más clara demostración de que, posteriormente, siempre llevó presentes en su vida las montañas y los ríos, las nieves, las cumbres, los pedregales y a los anónimos que facilitaron su camino. Otro poema suyo, “El fugitivo”, también narraba parte de lo ocurrido durante sus días en la clandestinidad: Fui el fugitivo de la policía:/ y en la hora de cristal, en la espesura/ de estrellas solitarias/ crucé ciudades, bosques/ chacarerías, puertos/ de la puerta de un ser humano a otro/ de la mano de un ser a otro ser, a otro ser…
A lo largo de los años 50, convertido en lo que muchos llamaron “un embajador mundial por la paz y la justicia de los pueblos”, y consolidado como uno de los más célebres militantes de la izquierda internacional, Neruda viajó por varios países del mundo para realizar distintas actividades, muchas de ellas vinculadas al Congreso Mundial por la Paz, algunas otras políticas y otras más para ofrecer recitales poéticos y establecer lazos con los círculos intelectuales de cada ciudad que visitaba. Tras sobrevivir a los Andes, en los años subsiguientes Neruda visitó Moscú, Praga, Budapest, México D.F., Roma, Milán, Florencia, Turín, Varsovia, Berlín, Bucarest, Helsinki, Belgrado, Ulán Bator, Pekín, Nueva Delhi, Atenas, Estambul, Odesa, Marsella, La Habana, Washington o Nueva York. Consolidó, a la vez, sus relaciones con personalidades como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Nicolás Guillén, Mario Benedetti, Jorge Amado, Vinicius de Moraes o Paul Éluard. Se separó definitivamente de Delia del Carril y consolidó su relación con Matilde Urrutia. A pesar de que “Canto General” solo se distribuye clandestinamente en Chile, pronto Neruda, en agosto de 1952, ya podrá volver a su país y entrar y salir libremente, gracias a la presión internacional. Publica “Los versos del capitán” (1952) -que se mantuvo anónimo por varios años-, “Odas elementales” o “Las uvas y el viento” (1954), “Estravagario” (1958), Memorial de Isla Negra (1964) o La espada encendida (1970), entre otros títulos. Como bien dijo el escritor José Miguel Varas: “Aquel año clandestino tuvo decisiva influencia en su vida, su obra y su posición política. No solo eso; contribuyó fuertemente a instalarlo como Poeta nacional”.
En julio de 1966, cuando pasó por Lima, Mario Vargas Llosa escribió en Caretas: “El más alto poeta vivo de nuestro idioma ha alcanzado una especie de estrellato mítico universal semejante al de ciertos líderes políticos o de algunas figuras del cine que son elevados a estas alturas mediante gigantescas operaciones propagandísticas, pero al que casi jamás accede un escritor. En su caso, y eso es lo notable, la popularidad no es el resultado de una promoción industrial calculada, sino de un curioso, largo, complicado proceso cuya razón profunda es la literatura”. MVLL, además, llamó a Neruda “mito de nuestra época” y comparó su popularidad con Los Beatles o Brigitte Bardot.
Para inicios de los 70 está claro que el poeta se ha convertido en el referente chileno por excelencia frente al mundo. De hecho, fue precandidato presidencial por el Partido Comunista de Chile para las elecciones de 1970 que, finalmente, ganó su amigo Salvador Allende. Este lo nombró embajador en París, cargo que ejerció entre 1971 y 1972. Precisamente mientras estaba en funciones en la capital francesa fue que recibió la llamada desde Estocolmo que lo convertía en el nuevo Nobel de Literatura, un anhelo que nunca ocultó. Dos años atrás le habían detectado un cáncer de próstata que empezaba a volverse más agresivo. Era entonces o nunca. Apenas unos días después de recibir la noticia, sin siquiera terminar octubre, Neruda fue operado por aquel cáncer y pasó algunas semanas de convalecencia antes de viajar a Estocolmo, donde el 10 de diciembre recibirá el premio de manos del rey sueco Gustavo VI Adolfo, que permaneció hablándole y apretándole la mano con respeto y admiración por varios minutos, ante la sorpresa de los presentes.
Más allá del Nobel
“En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo está sostenido – el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía – en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera la poesía los une y los confunde”, dijo aquel día en su discurso de aceptación, en referencia a los días que duró su viaje revelador por el corazón de Sudamérica.
En los años subsiguientes, su prestigio estaba intacto. Esto, a pesar de haber abandonado a su suerte en los años 30 a su hija Malva Marina, afectada por hidrocefalia y fallecida lejos de su padre a los 8 años. Después de recibir el premio, la salud del autor se ve cada vez más resquebrajada. En “Mi vida junto a Pablo Neruda”, su esposa Matilde Urrutia cuenta detalles de sus últimos días, atribulado por el golpe de Estado del fascista Augusto Pinochet, la muerte de Allende o de Víctor Jara y todas sus siniestras consecuencias. Persecuciones, torturas y desapariciones incluidas. Abrumado por las crueles e incesantes noticias, Pablo Neruda se extingue en un suspiro a las 10.30 de la noche del domingo 23 de setiembre de 1973. Así, entre bombas, abusos y violencia, cerró sus ojos para siempre el tercer latinoamericano en recibir el Premio Nobel de Literatura, tras su compatriota Gabriela Mistral y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias. En honor a su amigo, los pocos meses que también le quedaban a él mismo de vida, Asturias mantuvo sus muestras de solidaridad con Chile y le dedicó un emocionante poema que leyó en la Sala Playel en París pocos días después de su deceso, el 4 de octubre: “… y cantará Neruda que ya/ fuera del tiempo/ encarnará mil años/ de pájaros de espuma... Que no hablen de tu muerte/ yo te proclamo vivo/ yo te proclamo vivo/ y al reclamo de Chile/ tú respondes: “¡Presente!”.
“Por una poesía que con la acción de una fuerza elemental da vida al destino y los sueños de un continente”, dijo la Academia Sueca al otorgarle el Nobel. 50 años después, basta leerlo para saber que sigue siendo así.
¿Lobby por el nobel?
Según un artículo del periodista Pablo Retamal, publicado en el diario chileno La Tercera, Pablo Neruda habría ejercido una suerte de lobby durante muchos años para obtener el máximo galardón literario del planeta. “Consciente de su valía como poeta, a partir de la década de 1950, el parralino comenzó a desplegar una campaña en pos de obtener el galardón. Consistió en publicar libros de manera periódica, intervenir en los debates culturales, aparecer en la prensa. Además, solicitó la ayuda del Estado, en la que se destacaron dos decisiones claves de Salvador Allende. Pero también enfrentó obstáculos, como la CIA”, escribe. Basado en documentos incluidos en libros como “Pablo Neruda – Salvador Allende, una amistad, una historia”, del investigador y especialista en el autor, Abraham Quezada, revela, por ejemplo, cuán pendiente del resultado estaba el gobierno de Allende. Si se toma en cuenta que la primera vez que fue considerada para el galardón fue en 1956, podría decirse que Neruda espero 15 años para ser premiado.
“Su estrategia era publicar cualquier cosa, era una máquina, y se preocupaba que tuvieran ediciones en varios países –cita Retamal a Quezada- (…) Sus visitas a los países no eran anónimas, si llegaba a un país se reunía con el Presidente de la República, no menos. De 1950 en adelante, eran relaciones públicas de alto nivel, porque era lo que él buscaba”. Según la nota, para Quezada, Neruda persiguió con mucho afán el premio –militancia política incluida- porque “Estaba consciente de su talento poético sin ser engreído. Para él, en América Latina solo había un poeta a quien consideraba un auténtico par: el peruano César Vallejo”.
El periodista, cita, además, el libro “La CIA y la guerra fría cultural”, de la historiadora británica Frances Stonor Saunders, donde revela que dicho organismo hizo gestiones y preparó informes para evitar que Neruda recibiera tan importante consideración internacional. De haberlo sabido, el poeta podría haberles dicho: “Me gusta cuando callan, porque están como ausentes”.
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