“No he regresado para recoger datos, he regresado para volver a morder el polvo”, dijo. A continuación enchufó su viejo procesador de textos y se puso a escribir una terrible historia ambientada en un lugar precioso. Es decir, como la serie de paradojas que habían atravesado su existencia, escogió la extraordinaria belleza de un paraje rico en marfil, canela, pimienta y nuez moscada como telón de fondo para el dramático devenir de un niño oriundo de Tanzania, Yusuf, vendido como esclavo a un comerciante al que le presentan como su tío. Intertextualmente construida sobre la sura 12 del Corán —donde el profeta José es arrancado de su amoroso padre y empujado a la esclavitud—, la novela tuvo tal impacto que fue finalista del Whitbread Award y del Booker Prize en 1994.
Y, por supuesto, echaría las primeras luces sobre su autor, un inmigrante africano que en 1968 había decidido abandonar su país azotado por las guerras intestinas, el racismo y la persecución musulmana: se llamaba Abdulrazak Gurnah y había nacido en 1948 en la bella ciudad de Zanzíbar, célebre por aparecer en alguna novela de Julio Verne y ser también el lugar donde había nacido Freddie Mercury. Pero tuvo que huir rumbo a Gran Bretaña. Terminó de estudiar en la Universidad de Londres antes de ganarse la vida como profesor de literatura en la de Kent, donde se doctoró en 1982. En 1990 volvió a su país para morder el polvo y escribir “Paraíso”, que sería traducida y editada en español en 1997.
Viaje a la semilla
Al año siguiente aparecerá en nuestro idioma “Precario silencio”, novela que vuelve a pivotar sobre un profesor universitario oriundo de Zanzíbar que en veinte años encuentra casa, trabajo y esposa en Inglaterra. En ese tránsito irá descubriendo tanto el país adoptivo como el mundo del que procede, en un choque identitario que va más allá de la articulación de los principios estéticos del aparato literario: bajo el despliegue de las metáforas y la persistente mezcla de mitos y realidades, el autor africano se dará maña para interrogar al mundo occidental sobre el destino de los que salieron y tiempo después deciden regresar a su tierra. ¿Tendrá lugar ese encuentro? ¿Cómo ocurrirá? ¿Qué lugar será ese?
“Como toda mi vida, vivo en una pequeña ciudad a orillas del mar, pero la mayor parte de ella ha transcurrido a orillas de un gran océano verde, muy lejos de aquí”: así inicia “En la orilla” (2003), el tercer y último libro en la lengua de Cervantes el hasta hace unas horas desconocido autor africano. Se refiere, otra vez, a Zanzíbar. Y relata, cómo no, la tarde que su alter ego aterrizó en el aeropuerto londinense de Gatwick trayendo por todo equipaje una caja de caoba repleta de incienso. Será ese humo fragante y aromático, religioso y terapéutico, el que conduzca sus silenciosos pasos por un país que sin ser completamente ajeno nunca terminará de hacer suyo.
Esa pátina nihilista y desencantada atravesará toda su obra escrita íntegramente en inglés: “Memory of Departure” (1987), “Pilgrims Way” (1988), “Dottie” (1990), “Paradise” (1994), “Admiring Silence (1996)”, “By the Sea” (2001), “Desertion” (2005), “The Last Gift” (2011), “Gravel Heart” (2017) y “Afterlives” (2020). Fortalezas árabes, coloridas mezquitas, guerreros persas, sultanes de Omán, mercaderes de perfumes y elefantiásicos colmillos de marfil como el decorado de una procesión que va por dentro: Tanzania nunca dejó de ser el núcleo de un poderoso bolsón esclavista africano en histórica triangulación con Europa y la India. El detonante del azaroso desplazamiento de sus hijos desperdigados por el mundo.
África mía
El asunto, ciertamente, está plenamente consolidado en la tradición literaria británica. Y encuentra a autores tan renombrados como Sam Selvon, Vidiadhar Surajprasad Naipaul, Salman Rushdie, Hanif Kureishi o Zadie Smith. Tal vez pensando también en ellos la Academia ha decidido consagrar a Gurnah “por su comprensión inflexible y compasiva de los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes”. Es más, fue el mismo Nobel 2021 quien auscultaría el asunto en otros escritores poscoloniales contemporáneos como Naipaul, Rushdie, Zoë Wicomb, GV Desani, Anthony Burgess, Joseph Conrad, George Lamming y Jamaica Kincaid.
Dueño de un cultivado anonimato labrado en base a discrecionalidad y un reguero de títulos descatalogados en inglés y español, el mundo empieza a descubrir a un hombre que empezó a pensar en alguna de las variedades de la lengua bantúe que se habla en Camerún, Gabón y el Congo para terminar haciendo historia con la de Shakespeare.
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