Abre su ensayo con una imagen fantástica: Moctezuma, el gobernante de Tenochtitlan, resurge de la tumba apoyándose en los brazos de los dioses clásicos Minerva y Mercurio. Este grabado, que aparece en el frontispicio del Atlas Geográfico y físico del Nuevo Continente, escrito por Alexander von Homboldt y publicado en París en 1814, reaparecerá medio siglo más tarde, adaptada por un pintor anónimo ecuatoriano, transformando al líder mexica en el Inca Atahualpa. Para el historiador de arte Ramon Mujica, esta inédita iconografía es uno de tantos ejemplos de la necesidad de “resucitar” al inca para independizarnos, simbólicamente, del poder español.
El incaísmo y los idearios políticos de la naciente República ha sido el tema medular de “Forjando la Nación Peruana”, que el Banco de Crédito del Perú acaba de publicar como parte de las celebraciones del Bicentenario de nuestra vida independiente. Un libro que, coordinado por Mujica, incluye ensayos de investigadores tan notables como Carmen McEvoy, Anthony Payden, Roberto Amigo, Pascal Riviale, Gustavo Buntinx, Mark Thurner, Luis Eduardo Wuffarden, entre otros. “Si hay un tema medular en la historia del Perú, señala Mujica, son todos los imaginarios simbólicos construidos en torno al incario como emblema máximo de la identidad peruana. “Todo lo que nos enseñaron en el colegio, cuando nos decían que la conquista española destruyó el imperio inca, es falso”, señala. En efecto, eso lo demuestra esta investigación sobre las variantes del incaísmo en los tiempos de la republica, un fenómeno cultural que resulta fascinante, y que podemos vincular a los actuales prejuicios y estereotipos de lo andino, así como las falsificaciones históricas que hasta hoy los políticos de todas las tiendas partidarias reproducen.
“No es que los incas en el virreinato sobrevivieran a escondidas. Tenían derechos, privilegios, estaban representados en las pinturas y se vivía además un florecimiento de las artes incaístas en pleno gobierno español. Gracias a ese renacimiento inca en pleno virreinato que su memoria llegó hasta la república, 300 años después”, explica el investigador.
Dicho esto, para Mujica Atahualpa resulta una especie de “efigie ficcional” o “ícono transhistórico”, con diferentes significados según los diferentes momentos históricos. Para los propios incas, fue un personaje cruel y tiránico, el asesino de su hermano Huáscar. Luego, una vez que empieza la evangelización católica, encontramos otra imagen de Atahualpa, la del emperador convertido al cristianismo (contrario a lo que apuntan los hechos históricos).
Es a inicios de la independencia, hacia 1809, cuando aparece un nuevo Atahualpa, aquel que se suma a la causa independentista, y que llama a los peruanos a romper las cadenas de la esclavitud. “Los poetas de la emancipación justificarán la independencia con una metáfora histórica: por 300 años, Atahualpa había estado sepultado, pero que el dios de Jacob, el dios de justicia,decidió enviar a sus cuatro guerreros, San Martín, Bolívar, O´Higgins y Martín Rodríguez para que desterraran a los españoles de América”, explica Mujica.
Este discurso incaísta de los fundadores de la Republica escondía un profundo cinismo: fueron los criollos los que asumieron finalmente el poder, mientras los herederos de los incas, las poblaciones originarias, perderían los derechos que tenían durante la colonia...
Esa contradicción que mencionas la articula muy bien Simón Bolívar. Cuando él llega a Cusco hacia 1825, es coronado como “restaurador del imperio Inca”. Sin embargo, en sus cartas, él reafirma ser criollo: “tenemos en nuestro cuerpo sangre de los conquistadores españoles”, escribe. Si bien existe toda una iconografía bolivariana incaísta, queda muy claro que ya para entonces el símbolo de la nueva República no serán los incas sino “el indio oprimido”. Hay una pintura fantástica realizada en 1853 por Luis Montero, el mismo autor de “Los funerales de Atahualpa”, paradójicamente titulada “Perú libre”. En ella representa al Perú como un indio con las cadenas de la esclavitud rotas en sus manos, mirando al cielo y agradeciéndole a la providencia por haber mandado a los mesías que liberaron al indígena del “faraón” español. Es una versión de Atahualpa camuflado.
Hablando de camuflaje, el incaísmo bebe mucho más de la idea del héroe occidental y del catolicismo que a la propia cultura prehispánica...
¡Completamente!
Tú hablas de “camuflaje”, y el crítico de arte Gustavo Buntinx habla de “travestismo”. ¿Cuanto de disfraz resulta la imagen incaísta sobre la que se fundó la República?
Definitivamente, la Independencia es concebida en términos europeos. La noción que ellos utilizan siempre es “Pro Patria Mori”, una concepción del mundo clásico que es la de “morir por la Patria”. El concepto de Patria no existía en la época de los incas. Lo que se hizo fue adecuar los símbolos identitarios del antiguo imperio como la patria a la que retornábamos. Pero claro, hay paradojas porque los incas no tuvieron un gobierno democrático. Más bien se temía que la imagen del inca pudiera ser utilizada por un líder mesiánico, problema que encontramos incluso en las izquierdas contemporáneas. ¡El problema es que los incas no suelen ser muy democráticos! Por eso es Bolívar quien disuelve los cacicazgos, quien le da el puntillazo al imperio inca. ¡No fueron los españoles quienes aniquilaron al imperio inca, fue Simón Bolívar”. Fue él quien le arrebata a la nobleza inca todos los privilegios que había conseguido de la monarquía española. Esa es la gran paradoja.
Mientras tanto, los próceres de la independencia emplearán símbolos católicos para construir su gesta heróica...
Los próceres de la Independencia todavía tenían una visión barroca de la guerra. Tenían la visión de que las victorias militares se debían a los auxilios religiosos. Por ejemplo, en la Batalla de Tucumán de 1813, Belgrano le dedica la batalla a la Virgen de las Mercedes. En 1817, la Virgen del Carmen es declarada Patrona de los Ejércitos de los Andes. Y en la Batalla de Ayacucho de 1824, Sucre, La Mar y Gamarra dedican la batalla a la Virgen de la Inmaculada. Ellos no son pensadores ilustrados con una concepción técnica de una victoria militar. Para ellos, las victorias militares forman parte de la providencia divina. Al final, ellos terminan siendo instrumentos de esa voluntad de Dios. La patria es una creación de Dios.
Una investigación que atraviesa el libro tiene que ver con el discriminador sistema de castas sociales, un problema del virreynato que no resolvió la República. ¿Porqué crees que historiadres como Basadre señalaban que en el Perú colonial no había racismo?
La antropóloga Marisol de la Cadena dice que había una complicidad secreta entre los historiadores limeños sobre este tema, tan poco trabajado hasta ahora. Es curiosísimo. Las propias pinturas de castas, conocidas como “los cuadros del mestizaje”, en sí mismas parten de un principio racista: el tronco depurador es la raza blanca, y conforme tengas más de esta sangre, irás ascendiendo en la jerarquía social. Algunos próceres de la Independencia fueron atacados por los sectores conservadores por su raza: A Simón Bolívar, Riva Agüero le adjudicaba ser descendiente de una esclava negra, de Caracas. Al general San Martín lo tildaban de “cholo”. A Gamarra lo llaman “indígena cuadrúpedo” y de Santa Cruz Felipe Pardo y Aliaga escribió espantosos versos satíricos, burlándose no solo de su acento quechua, sino de su abuela indígena, “salida de una huaca”. Esos prejuicios sobreviven y también sus discurso racista.
¿Crees que las últimas elecciones son una demostración de lo poco que hemos cambiado en 200 años?
Inicialmente, el triunfo de Pedro Castillo reflejaba una reivindicación nacional a la cultura andina. Había allí el anhelo bicentenario de unir el campo con la ciudad y romper con los códigos discriminatorios raciales del virreinato. De eso no me cabe la menor duda. El problema es todo lo que ha pasado después. El propio Castillo se presenta como el Presidente de los oprimidos, que prometía hermanar a Huáscar con Atahualpa. En sus campañas siempre había un actor disfrazado de Inca. De alguna manera, él perdió una oportunidad de oro cuando terminó insultando al rey de España, cuando vino a la toma de posesión, celebrándose los 200 años de la Independencia del Perú. Han pasado dos siglos y al rey de España no puedes hacerlo culpable de los problemas raciales, económicos y de corrupción de la República. Castillo debió utilizar esta oportunidad para hacer una evaluación crítica de nuestros 200 años de Independencia, y no echarle la culpa a alguien que no tiene que ver ya con la historia del Perú.
La celebración del Bicentenario en el 2021 se frustró por la pandemia y por la crisis política. ¿Que celebración podríamos imaginar para el 2024?
Para mí, el fundamento de la democracia es el diálogo. Pero la impresión que tengo de la situación política actual es que las izquierdas siguen buscando un inca y las derechas siguen escandalizándose porque se hable quechua en el Congreso. Allí veo cómo sobreviven los prejuicios mutuos del virreinato. Los ideales de la Patria han quedado reducidos a pedidos de vacancia por incapacidad moral o intentos de modificar la constitución. Eso es lo que me parece tan triste. No veo diálogos sino monólogos. A mí me gustaría que, para el 2024, apareciera gente de buena fe que intentara encontrar los ideales de la patria que hoy se han perdido.
En tu investigación, hay un interesante hallazgo; un retrato de Manuelita Sáenz, pintado en vida.
Es la primera vez que se muestra en el Perú y se identifica como Manuelita Sáenz.
No hay muchos realizados en vida...
Muy pocos. Dos o tres. Y este es uno de ellos. Es uno de los primeros cuadros realizado por Ignacio Merino, que le pertenecía a la colección de Sara Lavalle. Ella me dijo que representaba a una mujer quiteña muy famosa de tiempos de la independencia. Pero no sabía quien era. Encontré un retrato de Manuelita Sáenz donde usaba exactamente el mismo colgante. Yo estaba convencido que era ella, pero necesitaba la prueba definitiva. Le mandé una copia a la doctora Pamela S. Murray, su erudita biógrafa, quien quedó encantada. Me dijo que no tenía la menor duda que se trataba de Manuela Sáenz. Es un retrato bellísimo. Resulta fascinante recuperar el rostro de un personaje histórico.
¿En este juego de interpretaciones religiosas de la época, ella podría asumir el papel de María Magdalena entre los “apóstoles de la patria”?
(Ríe) Definitivamente. Es una reivindicación de la mujer dentro de la gesta emancipadora. San Martín la hizomiembro de la Orden del Sol. La doctora Murray ha pasado toda su vida persiguiendo retratos de Manuela Sáenz. En Colombia encontró uno hecho en vida, realizado por José María Espinosa. El resto de sus retratos son imaginarios, realizados después de su muerte.
El dato
- Los libros publicados por el BCP pueden descargarse gratuitamente en www.fondoeditorialBCP.com
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