Le dieron la noticia tarde, en la noche del martes. “Me había tomado un clonazepam y ya me iba a dormir cuando me avisaron”, cuenta Richard Parra (Lima, 1976), quien acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura por su estupendo libro de cuentos “Resina”, publicado en el 2019 por el sello Seix Barral. Un sólido conjunto de relatos que exploran lo sórdido y lo violento a través de personajes que, lejos de ser auscultados con distancia y extrañeza, son retratados por Parra como sus pares directos, “recogiendo sus voces con un oído privilegiado para el ruido urbano”, como señalamos al reseñar el libro hace un par de años.
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Con el humo del cigarro cubriendo la pantalla del Zoom, un gato paseando y maullando cerca, y luciendo un polo de Exciter y una casaca de cuero, Parra atiende a El Comercio y nos habla de sus primeras impresiones sobre el merecido galardón, además de revelar algunos aspectos de su proceso creativo y adelantarnos un poco de su esperada nueva novela, que debería culminar en los próximos meses.
¿Cómo has recibido el premio? ¿Te entusiasman estos reconocimientos?
En lo personal, ha sido algo muy positivo. Estoy trabajando en una nueva novela y, como sabrás, escribir no solo demanda tiempo, sino un esfuerzo económico, así que este premio me cae muy bien para poder culminar ese proyecto. Más o menos lo mismo ocurrió cuando gané el Premio Copé de Ensayo [en el 2014] y pude completar la novela “Los niños muertos”. Me sirve para este tipo de cuestiones. Ahora, desde el punto de vista simbólico, claro que cae bien para la trayectoria de uno, aunque al final son los libros los que hablan, porque es cierto también que muchos libros ganan premios y a la hora de la verdad no sabemos por qué los ganaron.
¿Y qué rol crees que juega un premio como este en la dinámica literaria de un país como el Perú?
Son importantes. Sobre todo porque hay mucha gente que tiene el privilegio de venir de la academia o de sectores sociales que tienen cierta seguridad, pero a la vez hay muchos escritores populares que están en la marginalidad: fuera de la academia, del circuito. Y premios así pueden visibilizar su trabajo. No lo digo por mi caso, porque yo sí soy un escritor con cierta experiencia, he publicado aquí y afuera, tengo una década trabajando. Pero para los que recién están saliendo está muy bien. Ahora bien, yo creo que deberían dar más plata, pero ese ya es otro tema [risas].
Se suele comentar mucho sobre la marginalidad de los personajes y escenarios en tu obra. ¿Cómo definirías tú esa marginalidad?
Bueno, el concepto de la marginalidad proviene de la academia y también de lo que podríamos llamar conceptos sociales. De allí es que salta a la literatura, y en la literatura se lo toma temáticamente. Entonces, si un autor habla de una pobladora de un asentamiento humano, y solo por hablar de eso ya se dice que trabaja con un tema marginal. ¿Por qué? Porque en la literatura peruana casi siempre se privilegió el lugar del poder político. En las grandes novelas de Vargas Llosa, por ejemplo. Y en el caso de Arguedas había una combinación: por un lado el poder de los hacendados, y también el sector explotado, porque él era un autor socialista. La gran novela de los marginales es “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. Luego tenemos el ciclo de las grandes novelas burguesas: Bryce Echenique, Vargas Llosa también por allí, Bayly. Entonces lo marginal todavía tiene una lectura económica... Pero hay otro nivel, que es el nivel del lenguaje. Por ejemplo: un autor clásico como Oswaldo Reynoso trabaja con un lenguaje poético, pero también con un lenguaje de la calle, de la esquina. Y todavía se lo ve como un autor marginal. Porque él trabaja no en el lenguaje legible de la literatura medio decimonónica, sino en un lenguaje casi ilegible. Pienso que sus antecedentes podrían ser Guaman Poma, cierto Arguedas, la literatura oral, los testimonios. Por ahí va la marginalidad. Y ahora hay una suerte de matriz para ser legible y que nos lean, un lenguaje medio estándar. Y cuando ese lenguaje se aleja, tomar ciertos materiales que normalmente no aparecen, en toda su crudeza, se lo califica de marginal. En todo caso, yo invitaría a que eso se piense. Es algo que yo no he resuelto aún.
En cuanto a lo temático, entiendo que lo marginal te interesa porque viniste de allí.
Claro. Cuando a mí me dicen “Richard, tú trabajas con lo marginal”, pues bueno, es que yo crecí en una barriada, conocí a sus personajes, luego los entrevisté. En el caso concreto de “Resina”, en algunos casos hice toda una investigación, y en otros fue un ejercicio de memoria, reconstrucción y hasta de conversación con los personajes de esos relatos. Yo nací en la calle Morales Duárez, en el Cercado de Lima. Has visto ese montón de casitas que están para caerse al borde del Rímac? Ya, yo vivía allí. Es el lugar donde abrí los ojos, donde están mis primeras memorias. Ese era el mundo normal para mí, nunca pensé que era un infierno. Pero era un lugar donde no había agua, abundaban los ladrones, la prostitución, etcétera. Yo he tratado de reconstruir esa memoria.
¿Y cómo eludir el tono o la mirada miserabilista, exótica? ¿Es una preocupación evitarlo?
Yo siempre he pensado que soy un escritor que no tiene tanto talento. Escribo en crudo. Y en esas primeras versiones aparece lo que dices. Por ejemplo, tengo una escena en que mi familia va a la playa, a Agua Dulce, con sus tallarines y eso. Y entonces alguien me dijo que era un cliché. Por eso hay que buscarle un ‘punctum’, como decía Barthes; una tangente, una nueva mirada. Y es en eso donde los escritores trabajamos. Porque siempre vamos a contar lo mismo, vamos a exotizar y miserabilizar. Eso suele pasar. Pasa en el cine, pasa en la música, donde se ha exotizado al rock subterráneo, ahora se exotiza también a los políticos… Es un fenómeno social, siempre está presente. Pero el reto de los autores es darle un giro, una perspectiva lateral e incluso radical. Hay que jugársela. La literatura es riesgo. También puedes escribir a lo seguro, al ‘best seller’, a lo que le va a gustar al público… y si lo puedes hacer bien, lo celebraremos. Pero ese no es mi camino.
Volviendo a la cuestión del lenguaje, que en tu obra es bastante particular y logrado, ¿cómo lo trabajas? ¿Puede, digamos, entrenarse el oído?
No sé si la palabra es entrenarlo, pero sí te puedo decir que he tenido dos fuentes. Una es la música: en casa siempre había huayno, canción latinoamericana, y luego en La Victoria, donde me mudé, había mucha salsa, música criolla. Y la otra fuente es la forma de hablar, los contadores de historias, lo que se llama literatura oral. Yo recuerdo que una vez en el cine del barrio estrenaron “Terminator”, pero era para mayores de 14 años, así que no podía entrar. Pero el que sí fue a verla, vino y la contó delante como de 10 puntas. Cuando por fin pude ir a verla, ya sabía todo lo que iba a pasar.
Sobre esa nueva novela en proceso, ¿qué nos puedes contar?
Podría describirla como una novela de novelas, porque tiene varias líneas narrativas. A diferencia de otros relatos, esta novela examina concretamente la pequeña y alta burguesía, porque la conocí un poco y la he observado y estudiado para este trabajo. Esa es una de las líneas. Otra es la de las luchas sindicales de los años 70. Y también hay, otra vez, una historia escolar, pero de un colegio religioso. Todas son como historias paralelas. Recuerdo la película “Short Cuts”, de Robert Altman, con varios relatos de Carver que se desarrollan en paralelo. Un poco así la he trabajado. Pienso que es una novela más pop que las anteriores, pero por otro lado es también más política que todo lo que he escrito. Una novela polifónica que iré estabilizando porque quizá es demasiado grande. En eso trabajo todos los días. Aunque tengo fama un poco rock ‘n’ roll, en realidad soy muy metódico. Simplemente chambeo, chambeo y chambeo.
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