Hace más de 40 años, cuando era estudiante de Literatura en la Universidad de San Marcos, Jorge Valenzuela Garcés descubrió la obra de Franz Kafka. Desde entonces ha sentido una especie de devoción por todo lo relacionado con el escritor checo, quien le reveló un mundo insospechado. Una forma distinta de acercase a la realidad desde los sótanos de la condición humana. “Yo estaba tan acostumbrado a leer en clave realista —cuenta— y de pronto apareció este relato (”La metamorfosis”) fantástico, maravilloso, mágico, que empezó a hablarme de la condición marginal de un ser humano monstruoso, absolutamente animalizado, pero dotado de inteligencia, sentimientos y conciencia; un ser humano que sufre desde su insularidad”. Esa manera de mostrar la marginalidad del personaje lo conmovió profundamente y le hizo entender que había una forma de narrar, distinta al realismo o al romanticismo, con la que se podía llegar, de manera más efectiva, al corazón de los seres humanos.
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Esto ha llevado a Valenzuela a escribir “Un mundo precario. Ensayo sobre la obra y la escritura de Franz Kafka”, un texto dividido en múltiples fragmentos que son como puntos de fuga que buscan explicar o descubrir las infinitas posibilidades de lectura de uno de los más grandes escritores del siglo XX; un trabajo que lo llevó a recibir el Premio Copé de Ensayo 2022. Conversamos con el autor sobre la vigencia de Kafka y también sobre su incorporación, en diciembre pasado, como miembro de número a la Academia Peruana de la Lengua.
—Entrar a la Academia es un gran reconocimiento para un escritor, pero también puede llevarlo a la obnubilación, ¿en tu caso cómo tomas este nombramiento?
Yo creo que es una elección que implica una responsabilidad en un país tan carente de espacios para la difusión de ideas y para el debate académico. Creo que es un buen lugar para referir aquello que es importante para los seres humanos como es la comunicación y la confianza en las palabras. Quiero insistir en el hecho de que hemos perdido la confianza en las palabras, ya no confiamos en el otro ni creemos lo que dice… Las palabras han pasado a tener un valor secundario, y pensamos que siempre detrás de lo dicho hay una trampa, un engaño.
—Eso es terrible para una sociedad.
Para una sociedad eso es absolutamente dañino. No hay integración, no hay confianza, algo que es fundamental para el funcionamiento social y, desde luego, eso explica el momento que estamos viviendo. Y este problema de la desconfianza en la comunicación se da en todos los niveles. Yo creo que la Academia debería tener más protagonismo y, en estas circunstancias, cumplir un papel político, no solo realizando una labor didáctica —me refiero a seminarios, cursos, etcétera—, sino pronunciándose, interviniendo en la escena política como voz autorizada respecto de lo que significa la lengua como instrumento de comunicación.
—Debería pronunciarse también sobre la evolución constante de la lengua, no hay nada peor que una lengua anquilosada.
Claro, el lenguaje es lo más dinámico que existe. Todas las formas de modificación de las palabras tienen que ver con las nuevas sensibilidades y conductas. Eso se manifiesta, justamente, en las nuevas acepciones. Piensa en el lenguaje de la corrupción y en la palabra aceitar, que, de pronto, asume una nueva dimensión semántica en el sentido de corromper. ¿Por qué surge eso? Porque hay un momento político en el país que justamente está viciado por esta situación de inmoralidad y el lenguaje expresa eso.
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—O también lo referido a lo inclusivo…
Ese es un debate bien amplio, que tiene muchas resistencias, y creo que va a tardar todavía aceptar todas las propuestas, sobre todo las propuestas de las minorías de toda índole, no solo sexual, sino también étnica, etcétera. Eso es algo a lo que la Academia tiene que adecuarse, pues surge de la necesidad expresiva de varios colectivos que buscan ser considerados, visibilizados en su especificidad. Si no te nombran no existes.
—Sobre el ensayo ganador del Copé, sorprende que hayas decidido trabajarlo a partir de múltiples fragmentos y entradas, ¿cómo llegas a esta estructura?
Kafka es un universo inconmensurable y siempre me pregunté cómo acometer ese mundo, cómo establecer lo que es evidente en él, que es la profunda relación entre su narrativa, sus diarios y su correspondencia; cómo hacer evidente esos vasos comunicantes que convierten toda su obra escrita en una unidad. Entonces, consideré que el fragmento podía de alguna manera asediar esa inmensidad y complejidad, dado que lo fragmentario también es una característica de la narrativa de Kafka. Es un esfuerzo por nombrar algo que no se puede contener.
—¿Son como puntos de fuga?
Son como fogonazos. Tú puedes entrar al libro por cualquier lado; pero, claro, hay una unidad, hay cuatro o cinco temas que articulan el conjunto: el poder, las relaciones amorosas, el cuerpo… Kafka tenía una relación muy negativa con su propio cuerpo, era un cuerpo negado para el amor, para las relaciones físicas. Otros temas son la enfermedad y, obviamente, la escritura, que fue su tabla de salvación. Él siempre está con el miedo de perder la razón si no escribe. Para Kafka escribir era la manera de mantenerse en el mundo, pues era un hombre depresivo.
—En uno de esos fragmentos escribes: “Estar solo, verdaderamente solo, es la condición bajo la cual una obra como la de Kafka puede realizarse. Sentirse fuera del mundo porque se abomina de él o porque nos hiere profundamente”, ¿esa es la condición del escritor contemporéneo?
Sí, hay que abominar este mundo… Kafka nos enseña eso, precisamente, que este mundo es insoportable, insufrible, y que la única manera de sobrevivir en él es, como en su caso, la soledad. Esa metáfora del sótano que implica no tener contacto con nadie, sino con él mismo, y a partir de ese contacto, extraer como de un pozo sin fondo su literatura. Él dice: “este mundo no es respetable, está lleno de horror, hay que volver adentro y mirar”. Más o menos esa es la propuesta de Kafka. Por eso, es fundamental para él escribir. Es la labor más importante en su vida.
—Aún así fue un aplicado burócrata, ¿no?
Desde luego que sí, eso es algo que también en el ensayo está referido. Kafka escribió unos informes técnicos sobre cuestiones de seguros y de riesgos extraordinarios, de una pulcritud increíble.
—¿Y por qué deberíamos leer a Kafka hoy?
Es una buena pregunta, te puedo contestar por qué para mí es importante. Yo creo que Kafka nos permite, primero, renovar nuestras costumbres de lectura, muy sometidas en estos tiempos a un realismo bastante chato y ramplón, bastante explícito. Kafka no permite que el lector se identifique con nada de lo que va leyendo a través de sus textos, más bien lo que produce es distancia, rechazo, malestar. Kafka nos lleva a un universo bien desagradable, desasosegante, nos lleva a ese sótano que todos tenemos y lo que hace es mantenernos ahí, no nos deja respirar. Sus imágenes son agobiantes, incomprensibles, contradictorias… No es un escritor fácil. Leerlo es importante no solo para quienes quieren ser escritores sino también para quienes quieren formarse como lectores, pues su narrativa no es automedicada. Kafka no te educa en ningún sentido, no te quiere volver un hombre bueno. Él no cree que la literatura sirva para nada, sino para construir eso que hace el arte: símbolos y alegorías del horror de la existencia. Con eso basta.
Jorge Valenzuela nació en Lima, en 1962. Es uno de los integrantes de la generación del ochenta y entre sus libros destacan las colecciones de cuentos Horas contadas (1988), La soledad de los magos (1994), Juegos secretos (2011), El secreto de Marion y otros cuentos. Antología personal (2020) y Ficciones continuas (2021).
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