Octubre del 2008, explanada del estadio Monumental. Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) se reencontraba con su público peruano tras diez años de ausencia. Entonces, tras entonar un par de canciones, asombrado por la cantidad de flashes que lanzaban las cámaras digitales, dijo: “Bienvenidos a la convención de cámaras fotográficas”. Hoy, octubre del 2022, y sabiendo que se expone ya no a decenas de cámaras digitales, sino a miles de pantallas de celulares, dice: “En verdad que se agradece ver las caras de las gentes cantando y contentos, mirando a los solistas virtuosos en la guitarra y el piano. Percibir a parte del público mirando a través del dispositivo no es gran cosa”.
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“El Perú siempre nos recibe con dulzura y afecto. Cada vez que voy quedo sorprendido por algo”, escribe, en un breve intercambio epistolar que sostiene con El Comercio.
Calamaro regresa al Perú a cumplir una gira por Arequipa, Cusco, Trujillo y Lima, la cual había sido suspendida a causa de la pandemia. Y es tal vez a propósito de esta que se ha acercado más a su público. Si no, recordemos los larguísimos en vivo que realizó durante el confinamiento. Al respecto, dice: “Es verdad que la tarea musical es espontánea, así como escribir versos, colaboró con distraerme en aquellos meses. Pasé el confinamiento solo en una casona de la provincia de Buenos Aires. En el 2020 escribía muchos versos, escuchando música y tomando mate; entonces me gustó la idea de compartir los experimentos sonoros en directo”.
Esa fue, tal vez, su manera de reconciliarse con la tecnología, con la que ha tenido algunos momento críticos. Por ejemplo, en el 2019, las redes sociales entraron en vilo por unas declaraciones de Calamaro en las que parecía traslucirse una simpatía por Vox, el partido conservador español. Él prefiere no hablar del episodio. De lo que sí habla es de cómo un artista tan prolífico se relaciona con la nueva forma de hacer y distribuir la música. “Me da la impresión de que los discos se escuchan menos, no estoy seguro, quizás sea un público que es más amplio o quizás se haya perdido la costumbre de escuchar un álbum completo una o varias veces, tampoco me consta. El asunto tecnológico ha cambiado –radicalmente– la servidumbre conceptual de los discos. Los que se imprimen son muy caros; la música es cara o da la impresión de ser gratuita, sin un término medio”, señala.
En ese sentido, Andrés Calamaro está contento con las giras, pero grabar un álbum supone, para él, una paradoja existencial. “Ya no sabemos si alguien nos escucha realmente”, dice. El público peruano tiene cuatro fechas para demostrarle que tiene no solo el oído atento, sino también el corazón abierto para abrazar a uno de los grandes rebeldes del rock argentino.
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