Hay personajes que, además de individuos geniales, suponen una constelación. Así, podemos enlazar la estrella del cubano Arturo Sandoval con la historia musical de la isla representada en un grupo como Irakere, con Paquito D’Rivera en el saxofón y Chucho Valdés al piano. O con Celia Cruz, amiga y cómplice en el exilio, protagonista de tres de sus discos. O su relación con el legendario jazzista Dizzy Gillespie, decidido apoyo para instalarse en Estados Unidos. El suyo es un universo expandido, que recorre la música popular, el jazz, el repertorio clásico e incluso el cine, componiendo bandas sonoras en solitario o con colegas tan notables como Hans Zimmer.
Sandoval es un hombre de fe. En su trompeta, cuelga siempre un pequeño crucifijo. Y su filosofía de vida es la de nunca hacer planes porque confía en la providencia divina. “Un amigo me dijo una vez: ‘Si quieres ver a Dios reírse a carcajadas, háblale de tus planes’. Por eso yo nunca pienso qué va a pasar la semana que viene”. Con la misma resignación Sandoval asumió que, a pesar de sus diez premios Grammy, seis Billboard, un Emmy y la Medalla Presidencial de la Libertad, de pronto llegara la pandemia y lo dejara sin trabajo en escenarios, como a todos sus colegas. Para él, fue un recordatorio de que todo en la vida es incierto. “Hay que enfrentar las cosas con valor”, nos dice desde su estudio en Los Ángeles, vía Zoom. “Cuando la vida te presenta situaciones así, no nos podemos amilanar”.
Lo que sí confiesa Sandoval es que recuperar el ritmo ha sido difícil. Dejar de tocar en conciertos le afectó los músculos de la cara necesarios para la embocadura con su instrumento icónico. “La trompeta es un instrumento muy cruel, muy traicionero, demanda mucha persistencia, hay que persistir todo el tiempo con una disciplina muy grande. Desde que he empezado a tocar otra vez, siento que mis labios están regresando a tener la forma que tenían antes de la pandemia. Pero me ha costado trabajo. Ha sido duro”, afirma.
—Es muy activo en redes sociales, subiendo videos tutoriales en inglés y en español. ¿Siempre lo ha sido o la reclusión por la pandemia le dejó esa ventana?
Llevo tiempo en esto. Pero en la etapa de la pandemia hice más de 600 videos. Y compuse más de 400 canciones nuevas. Fue una necesidad. Tengo 73 años y voy a cumplir 61 tocando, sin parar. Este tiempo muerto, dos años sentado, para mí fue terrible. Pero usé el tiempo en eso. Y me permitió seguir cerca de la gente, mantener el vínculo tan necesario. Nos debemos al público.
—Vuelve al Perú para realizar un concierto, donde hará un recorrido por toda su trayectoria. Con más de 61 años de carrera musical ¿Se puede comprimir tanta experiencia en dos horas?
Empecé a tocar bailes con 12 años, en 1961. Tengo cuatro miembros nuevos en la banda, gente joven con sangre nueva. Y son unos músicos enormes, te aseguro que es la mejor banda que he tenido en mi vida. Llegamos anteayer (por la madrugada) de Europa, estuvimos dos semanas. La gira fue súper exitosa, todos los lugares estuvieron con lleno total. El público muy cariñoso, parece que todo el mundo estaba ávido por escuchar música en vivo, después de tanto tiempo. Yo trato de hacer un repertorio variado, no nos enfrascamos en un solo estilo. En pocos días tocaré mi concierto clásico, número 2, con una sinfónica. Hago muchas cosas y colaboraciones con muchos artistas, de género completamente diferente. Y esto es lo que trato de reflejar en el escenario: que amamos la música. Punto.
—Es muy lindo verlo tocar porque uno siente que usted se divierte mientras toca. ¿Cuál es la relación entre música y espectáculo?
Cuando empecé, todavía sentía esa intimidación que te impide relajarte en el escenario. Ahora ya me doy el gusto, suelto un par de chistes, hago tonterías. A la vejez, siento que disfruto más que nunca la confrontación con el público. Chaplin siempre decía: “Un día sin reírse es un día perdido”. Yo trato de reír lo más que puedo. Si el público advierte que me estoy divirtiendo, es seguro que lo va a pasar bien también. No es que uno sea alaracoso, fanfarrón o arrogante. Es la seguridad que te dan las miles de horas empleadas en tener ese control.
—Si bien ha dicho que uno no se puede concentrar en un solo registro, que todas las notas deben tener la misma calidad de sonido, uno puede reconocer una interpretación suya sin verlo, por el dominio de las notas agudas. ¿Es parte de su estilo?
Lo que yo más valoro, insisto y presto atención es a la calidad del sonido. Eso de los agudos y los graves me da lo mismo. Lo que sí siempre he tenido es la constancia de producir un sonido bajo control. Hay muchas maneras de tocar la trompeta. El sonido que vas a producir es el que serás capaz de imaginar, antes de ponerte el instrumento en la boca. Todo está en la mente.
—Hace poco escribió en redes un lamento por la música actual, afirmando que había perdido sus bases de melodía, armonía y ritmo. ¿Qué está pasando en la industria musical?
No todo está perdido: hoy muchísimos músicos, muy jóvenes, están haciendo cosas maravillosas. Sin embargo, preocupa la confusión que tienen muchos frente a los artistas de “géneros urbanos”, donde el fuerte del mensaje son los improperios, las groserías. Los medios que los promueven confunden la opinión de los jóvenes. Los llaman artistas, cuando no hacen otra cosa que usar ritmos pregrabados y una sarta de malas palabras. Eso está feo, hermano. No ayuda a nada. Más bien estropea el intelecto de la gente. Hace un par de años, los premios Grammy nominaron a uno de estos artistas como compositor del año. ¡Santo Dios, aflojen! ¡Qué dirían Mozart, Chopin o Rajmáninov! Un compositor no puede ser un improvisado, alguien que no ha estudiado nada, que no ha usado media hora en aprender qué es una corchea o una semifusa.
—Tras 20 años en Miami, decidió instalarse en Los Ángeles para trabajar componiendo bandas sonoras. ¿Ha sido el cine su refugio para hacer buena música?
Lo sigue siendo, sí. El trabajo en las películas me fascina. Lo disfruto más que comer, y eso es bastante decir.
—Se lo preguntaba porque las bandas sonoras de las más recientes películas de Clint Eastwood, “La Mula” y “Richard Jewell”, son suyas. Y Eastwood es un conocido amante del jazz...
Aprecio mucho la amistad que hicimos. En el sofá de mi estudio se sentaba por horas, muchos días. Me sugería cosas y yo le tocaba ideas para ciertas escenas. Es muy quisquilloso y minimalista: no le gusta el exceso de acordes profundos o tensiones armónicas. Prefiere las cosas más simples. Para mí, fue un proceso interesantísimo, porque la misión de un compositor es complacer al director. No se trata de imponer tu criterio. Nadie conoce el filme mejor que su director. Por eso es mejor hacerle caso: él sabe lo que quiere.
—Una de sus últimas colaboraciones fue con Hans Zimmer en el filme más reciente de la saga de James Bond, “No Time to Die”. Justamente en la secuencia que ocurre en La Habana, donde brilla Ana de Armas. ¿Contento con aquella experiencia?
Contentísimo. Antes de que saliera la película, ya conocía a Ana gracias a un amigo en común. He tocado en muchas películas con Hans Zimmer: “Rango”, “Supermán”, “Spiderman 2″, “Piratas del Caribe”. Y cuando él estaba haciendo el soundtrack de “No Time to Die”, me llamó desde Londres para decirme que había una escena que sucedía en Cuba, de seis minutos y 15 segundos de duración, y que si podía hacerla. Fue un placer y un honor haber participado. Y no se ofenda nadie: la crítica ha sido unánime al decir que fue un error que Ana de Armas no apareciera más tiempo en esa película. Todos han coincidido en que esos seis minutos y 15 segundos son lo mejor de todo el filme. No maten al mensajero: solo repito lo que he leído [ríe].
—Es decir que Ana de Armas y usted se robaron la película…
Yo no diría tanto, pero lo cierto es que Ana de Armas es una gran actriz. Pronto va a salir interpretando la vida de Marilyn Monroe, y es una cosa increíble. El director lo ha dicho: va a ser muy difícil que le nieguen el Óscar a ella. Ana es una grandísima muchacha, muy chévere.
—¿Hablando de James Bond en Cuba, cómo imagina un cambio profundo en la isla?
Te respondo con un chiste: dos cubanos se encuentran en una calle de Miami. Uno le dice al otro: “Oye, anoche estuve hablando con Dios”. “No me digas”, dice el otro. “Sí, sí, hablamos por teléfono un buen rato”. “¿Y de qué hablaron?”, le pregunta. “De muchas cosas”, responde. “¿Y no le preguntaste qué va a pasar en Cuba?”, insiste el amigo. “Claro, esa pregunta la guardé para el final”, le dice. “¿Y qué te respondió?”. “Allí mismo me tiró el teléfono”, contesta [ríe].
Sepa más
El concierto de Arturo Sandoval y su quinteto se llevará a cabo el jueves 11 agosto, a las 8:30 de la noche, en el auditorio del colegio Santa Úrsula, en San Isidro. Las entradas van desde S/41.
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