Un ‘flashback’ fugaz al 2002: nos mandábamos zumbidos por Messenger, apenas si jugábamos a la serpiente en precarios celulares Nokia, y ni siquiera existía YouTube: por entonces MTV todavía pasaba música y no se empachaba de ‘realities’.
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Es en ese inocente paisaje ‘millennial’, con el siglo XXI recién en pañales, que una adolescente Avril Lavigne hacía su aparición estelar con el disco “Get Over It”. Mientras Britney Spears o Christina Aguilera conquistaban el mundo, la canadiense optaba por ponerle un poco de punk al pop para congraciarse con los corazones y las vísceras incomprendidos de un grupo de jovencitos y jovencitas insatisfechas con el mundo que las rodeaba. No llegaban a ser ‘emos’, pero la actitud no les faltaba.
Y bueno, 20 años han pasado desde entonces, pero Avril Lavigne sigue idéntica. En el Arena Perú del Jockey, la noche del lunes, salió al escenario con una minifalda a cuadros y los ojos bien cargados con delineador. Tiene 37 años, pero parece llegada a través de una máquina del tiempo desde sus épocas de mayor gloria. Una suerte de Dorian Gray 2.0: a falta de retratos pintados al óleo, buenos son los ‘selfies’ para seguir siendo joven aunque pasen los años.
Es curioso el fenómeno Lavigne, porque fue breve y a la vez intenso. Se refleja en el fervoroso público que asistió a su show, en buen número. A diferencia de la fanaticada de otros artistas que congregan a seguidores de todas las edades, aquí hay más bien una uniformidad generacional. Salvo una que otra excepción, el grueso del respetable debe oscilar entre los 25 y 35 años, el rango etario al que Lavigne más impactó.
Y al margen de algunas que otras Converse viejas, casaca con parches o prendas con tachas, nos encontramos frente a gente que ya superó aquella etapa de rebeldía adolescente, al menos en lo que se refiere a su vestir. ‘Chiquiviejos’ de corazón, pero un poco más maduros en cuanto cómo manifestar sus tribulaciones emocionales.
Eso se nota también en la previa del concierto. Mientras el público espera la salida de la cantante, los organizadores ponen a todo volumen un spot publicitario anunciando los próximos shows a presentarse en el recinto. Suenan Maluma y J Balvin, y los congregados se dividen entre las pifias y los aplausos. Es lógico: del 2002 a la fecha, los fanáticos de Avril Lavigne deben haber tomado caminos diferentes en su inclinación musical.
Pero nada de eso importa cuando la gran tela que cubría el estrado cae finalmente y Lavigne aparece entonando la energética “Cannonball” (no confundir con el clásico de The Breeders), canción de su último disco, “Love Sux”. No importa si el género hoy suena medio desactualizado, la cantante ha seguido produciendo música y con siete álbumes de por medio demuestra que le queda combustible.
Su actitud sobre el escenario sí resulta cuestionable: ¿está mostrando esa languidez rebelde de sus tiempos púberes? ¿O se trata simplemente de una falta de energía que roza el aburrimiento tras dos décadas de repetir y repetir un estilo que le da los réditos suficientes? En todo caso, es muy poco lo que Lavigne transmite genuinamente, más allá de la nostalgia y el entusiasmo que sus fans procesan con justa razón.
Lavigne apenas sí ha crecido. Luce como una ‘Peter Punk’ estancada en esos 17 años con los que impactó con temas como “Complicated”, “Sk8er Boy” y “I’m With You”, indudablemente los más coreados de la noche. No es suficiente que se siente a tocar la batería o que dedique unas cuantas palabras de cariño a los asistentes. Quizá sea momento de reinventarse realmente y, quién sabe, tomar una ruta musical distinta para refrendar el talento que posee.
Tras poco más de una hora de concierto –muy por debajo del promedio de cualquier artista–, Lavigne se despide y deja una sensación algo extraña: demasiado juvenil para la generación X y un poco ‘boomer’ para los acelerados centennials. ¿Adónde irá a parar esa llamarada que encendió el cambio de siglo, pero que ahora parece deambular sin rumbo fijo? Tal vez sea ella, sin quererlo, quien mejor encarne la crisis existencial ‘millennial’ –sin hijos, sin casa propia, complicados– que se cierne sobre el mundo de hoy.
Cannonball
Bite Me
What The Hell
Here’s To Never Growing Up
Complicated
My Happy Ending
Smile
Losing Grip
Love It When You Hate Me
Love Sux
Girlfriend
Bois Lie
Sk8er Boi
Head Above Water
I’m With You
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