Las llantas se deslizaban a alta velocidad por encima del asfalto, impulsadas por los más de 160 caballos de fuerza de un motor en constante desafío. Parecía una danza cotidiana y predecible. El auto, dinámico, había retomado hacía poco la marcha y estaba ya en la segunda mitad de la ruta prevista, entre Valencia y Madrid. La música sonando, las ventanas abiertas ante el calor primaveral, afuera los campos de Castilla-La Mancha, la brisa tibia, un cielo celeste que no parecía anticipar una tragedia. Dentro del auto, cuatro pasajeros viajaban con la tranquilidad de quien tiene seguro llegar a su destino. De pronto, un inoportuno cambio de lado al cassette que estaban oyendo, la frase de un compañero en el asiento de atrás, el giro del cuello hacia él, la atención restada al camino y al volante, la imposibilidad de dominar, in extremis, los 1400 kilos que pesaba el auto, la pérdida del control fatal. Un libro quedará abierto, una carta sin escribir. Los planes, las citas, los compromisos, todo, se suspendió cuando, pasadas las 10 de la mañana, el auto resbaló en una curva de la carretera valenciana N-III, en el poblado cuencano de Villarubio, dio varios tumbos y, finalmente, algunas vueltas de campana. Tres ocupantes, un amigo guitarrista e integrantes del dúo Humo, el grupo que el conductor había empezado a producir poco antes, salieron con heridas leves. El chofer, que respondía al nombre de Luis Manuel Ferri Lopis, conocido como “Manolo” por sus amigos y como Nino Bravo por el resto de mundo, no resistió las graves heridas y falleció durante su traslado al hospital de Madrid. Sobre su pecho flores carmesí brotaban sin cesar.
En esa transición a otro plano, murió el padre, el hijo, el amigo o el hombre, pero el artista se convirtió en un icono tan grande que hoy, 50 años después de aquella mañana aciaga del lunes 16 de abril de 1973, seguimos hablando de él.
Nino y sus acompañantes habían iniciado el trayecto de poco más de 350 km entre Valencia y Madrid alrededor de las 7 am, en el BMW 2800 E3 blanco de placa GC-66192 que manejaba el artista. Un carro tan caro en aquellos años que, incluso, alguien con la fama y el éxito de Nino Bravo había tenido que comprárselo de segunda mano apenas un par de meses antes. Sus allegados decían que estaba enamorado de aquel auto. Antes tuvo un Seat y un Mercedes Benz que quedó maltrecho en noviembre del 72, tras un accidente en Barcelona en el que el artista tuvo mejor suerte que 5 meses tarde. “Fíjate si no quiero salir en la prensa por algo que no sean mis canciones, que hubiera podido contaros detalles de ese accidente, como una noticia sensacional, para decir que estuve a punto de matarme. Pero no me aproveché de esa desgracia...”, le había confesado Nino al periodista Manuel Román, poco antes de su muerte, refiriéndose a aquel despiste en Barcelona que pareció ser un aviso. Apenas en enero de aquel 1972 había nacido su hija María Amparo. María Amparo se llamaba también su esposa, embarazada al momento del accidente de la que sería Eva, segunda hija de la pareja. “¡No puede ser! ¡No puede ser!”, era lo único que atinaba a repetir María Amparo el día del adiós final en el Cementerio Municipal de Valencia, al que acudieron más de 10 mil personas que tampoco podían creer lo que pasaba. El mundo hispano perdía al cantante que le puso fondo musical a sus momentos más románticos. Ella, al amor de su vida, compañero inseparable desde que se conocieron. Y busqué entre tus cartas amarillas/ Mil te quiero, mil caricias/ Y una flor que entre dos hojas se durmió…
Y entre mis sueños yo me vi
Minutos antes de morir, mientras recibía los primeros auxilios tras el accidente, Nino, con graves golpes en la cabeza y el tórax, pero aún consciente, pidió que se comunicaran con su agencia de representación en Valencia y que hicieran todo lo posible por salvarle la vida. “No quiero morirme”, fue una de sus últimas frases. El día anterior, había participado de una alegre paella junto a su esposa, sus padres y sus primos. Sobre una mesa de su casa, dejó sus lentes y un encendedor de oro Dupont que luego atesoró su madre.
Tenía apenas 28 años cuando falleció, por lo que ya ha sido famoso más del doble del tiempo que vivió. Hacía apenas 5 que había empezado a usar el seudónimo con el que se haría inmortal. Según diversas fuentes, fue renombrado así por su primer manager, Miguel Siurán, inspirado en el compositor Nino Rota y también por el auge de nombres italianos, consecuencia del cine de moda o de los famosos Festivales de San Remo, y “reapellidado” Bravo, a causa de su carácter indómito. Luis Manuel Ferri no se sintió muy cómodo, pero aceptó el cambio. En el camino a la fama fue joyero, bodeguero, oficinista, hizo su servicio militar y tuvo un par de bandas con las que empezó a hacerse conocido.
Para 1973, había lanzado 4 álbumes como solista y tenía el quinto casi listo. Grabó poco más de 60 canciones, entre ellas temas emblemáticos, como “Te quiero, te quiero”, “Un beso y una flor”, “Noelia”, “Libre”, “Es el viento”, “Cartas amarillas”, “Mi tierra”, “Puerta de amor” o la póstuma “América, América”. Donde brilla el tibio sol/ con un nuevo fulgor/ dorando las arenas…
Como la tierra caliente
Hoy, más de 1 millón 300 mil personas lo escuchan al mes en Spotify. Perú es el cuarto país del mundo donde más se le oye, con más de 63 mil reproducciones. España es el segundo, con poco más de 98 mil. El primero es Chile, con más de 145 mil oyentes. Aunque muchos vean la pequeña foto que suele acompañar cada uno de sus discos, pocos jóvenes identifican hoy una imagen que ya es icónica, diríase de culto, para los más adultos.
Cabello algo largo, frente amplia, nariz filosa, la mirada de quien está a punto de clavarte una estaca en el corazón mientras te canta y susurra que está todo bien. Modernos sacos, trajes blancos, negros, camisas llamativas, ternos a medida, cafarenas, collares de oro o plata, un colmillo-amuleto pendiendo del cuello, un cinturón de cuero con las iniciales NB, un micrófono que llevaba siempre a todos sus conciertos. Corbatas michi, negras, de colores. Las patillas como parlantes que flanquean una garganta rotunda. Un hippie antes de irse a la oficina. Un rebelde civilizado. Un buen salvaje que le canta al amor.
A la manera de James Dean, que filmó solo 3 películas, a Nino también lo hizo inmortal un accidente de carretera. Uno tenía 24, el otro 28. Ambos intuían que iban a seguir viviendo sus vidas durante toda su muerte. La comparación con el actor estadounidense no es descabellada, considerando que, en sus tiempos, también se miró al otro lado del Atlántico buscándole un símil al talento de Nino. Algunos decían que era una suerte de Tom Jones español, o que buscaba serlo, aunque también fue comparado con Engelbert Humperdinck, el argentino Sandro o su compatriota Raphael. Él, sin embargo, confesó influencias bastante más amplias: The Platters, Domenico Modugno, Jorge Negrete, Antonio Machín o Carlos Gardel. Mi tierra tiene su voz/ que ruge si se la encierra…
Como el sol cuando amanece
Alguna vez citó a Manuel Alejandro como uno de los compositores que mejor vio su estilo de interpretar, gracias a “Es el viento”. Otros fueron Augusto Algueró (Te quiero, Noelia), Jose Luis Armenteros o Pablo Herrero (Un beso y una flor, Libre). “Han mostrado a un niño más joven que Augusto y Manuel Alejandro. Me han mostrado más hecho, como un cantante más maduro”, confesó en 1971.
Su legado es irrebatible. Ni la aparición ni el éxito de otros cantantes españoles extraordinarios y coetáneos, como Raphael o Camilo Sesto, lo apartaron de las radios o del gusto de un público que ha aumentado con los años. En Facebook, por ejemplo, el llamado “Club de Fans de Nino Bravo” cuenta con más de 10 mil seguidores. Otro, con el nombre “Amigos de Nino Bravo”, suma más de 74 mil 500. Ambos publican regularmente contenido relacionado con el artista valenciano, hijo predilecto de Aielo de Malferit, donde hoy se ubica un museo dedicado a su memoria, creado el 2006.
Aquí en el Perú, uno de los más recordados participantes de Yo Soy es el chileno Sebastián Hormazábal, que tiene su propia historia de pasión por el cantante. “Imitarlo es todo un privilegio, un honor y un tremendo desafío físico y mental. Hacerlo demanda mucha preparación y concentración para lograr su registro y las interpretaciones distintas que hace en cada canción”, nos dice. Desde muy joven escuchó la música de Nino en casa, gracias a su familia, pero comenzar a imitarlo fue un hecho fortuito. Amigos y conocidos lo animaron por el parecido que notaron en su voz. Entonces, el 2011, cuando aparecieron en Chile los programas de imitadores, se animó a participar, pues no había visto que nadie más se atreviera a hacerlo. Allí comenzó una aventura musical que lo trajo más tarde al Perú.
Aquel mismo año, mientras participaba en Yo Soy en su país, algo cambió dentro de él. “Me di cuenta de que podía imitarlo de verdad, pues iba avanzando etapas y sentía que su esencia iba siendo parte de mí. Entonces, podía lograr una interpretación cada vez más parecida”, asegura Hormazábal. Eso lo hizo marcarse el reto de imitarlo siempre mejor que en la ocasión anterior.
“Lo primero que rescato de su música es la calidad vocal e interpretativa. Es algo que no he notado en muchos artistas. Además, su dramatismo al encarar ciertas estrofas y, por supuesto, la música misma, muy completa a nivel instrumental. Escuchar esos arreglos musicales, que hoy casi no se ven, es una delicia para cualquier oído”, asegura el intérprete chileno. Para él, la trascendencia de Nino Bravo es enorme, porque cimentó el camino interpretativo de muchos artistas de la época, voces muy potentes, pero a la vez muy melódicas y dulces. Una combinación ideal que Nino fue capaz de conseguir.
A 50 años de su muerte, Sebastián Hormázabal, “Yo soy Nino Bravo”, disfruta cada una de sus letras. “Son poesía pura”, nos dice. Y agrega: “Tiene un concepto sublime del amor. Llega a lo más profundo de cada persona que la escucha. En sus letras y música es espiritual y mágico. Su voz es única e irrepetible”.
Ironías del destino, cuando en tiempos presentes les preguntan a quienes transitan por la antigua ruta entre Valencia y Madrid –que hoy luce casi abandonada, tras la construcción de una vía más moderna-, en la que se mató el cantante, muchos concuerdan en que manejan mientras escuchan las canciones de Manolo Escobar, Los Diablos, Fórmula V… o Nino Bravo. No son pocos los que, al visitar su tumba en el Cementerio de Valencia, cantan frente a ella, esperando el coro sorpresivo de quien allí yace: “¡Libre! / como el sol cuando amanece yo soy libre/ como el mar/ ¡Libre! / como el ave que escapó de su prisión/ Y puede al fin volar”.
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