Sin ser tan desoladora como la muerte de su ex compañero Brian Jones, tan consecuencia triste como las partidas de Hendrix, Janis o Morrison por sus vínculos con las drogas o tan impactante como el asesinato de John Lennon, la partida de Charlie Watts anuncia también el fin de una era. No tiene nada que ver que los anteriores hayan muerto a los 27 o a los 40 años y Watts lo haya hecho a los 80. Es bien sabido que un miembro de los Rolling Stones tiene la edad con la que se comporta sobre un escenario, no la que indica su pasaporte. Y Watts, Wood, Richards o Jagger renovaban su pacto con la eternidad cada vez que tocaban juntos.
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Esa ceremonia ancestral, que lleva repitiéndose desde tiempos en que el beso de una aguja contra el vinilo iniciase rockeros aquelarres, cobra nuevos bríos en los hogares de millones a tan solo un clic de distancia. Hay una historia del rock entre los tornamesas y el Spotify y parte gloriosa de ella está escrita por los Rolling Stones con tempo de Charlie Watts. Eso que comenzó con Come On de Chuck Berry, su primer single de 1963, y terminó el 30 de agosto del 2019, con el cierre de la gira No Filter en Miami, poco antes de que se inicie la pandemia. Aunque tuvo un bonus track: la presentación de la banda en abril de este año, con cada integrante desde su casa en una transmisión en streaming a propósito del Global Citizen’s One World: Together At Home, una campaña que buscaba reunir fondos para el Fondo de Respuesta al COVID-19 de la OMS. Allí apareció también Charlie Watts, con sus baquetas en la mano y fingiendo graciosamente tocar una batería invisible, representada por un par de cajas, con los audífonos puestos. Esa fue su última aparición como un Stone.
Ya no volverá a iniciarse aquella ceremonia desde las muñecas del hombre nacido en Kingsbury, Londres, el 2 de junio de 1941, apenas unas semanas después de que los nazis dejaran de bombardear Inglaterra en medio de la Segunda Guerra Mundial. Charlie fue ritmo, fue muñeca, fue estilo, y fue bisagra fundamental en el armazón de la banda de rock más importante de la historia hasta que, hace unos días, se anunciara que no sería parte de la próxima gira por los Estados Unidos. Tras una reciente operación exitosa, decían, los médicos le habían pedido reposo. Eso fue, sin embargo, lo último que supimos de él hasta la tarde de ayer. El baterista que alcanzó la serenidad tras una vida agitada, había sido discreto, incluso, para su despedida definitiva.
Tras los primeros años salvajes, su imagen de tipo calmado y elegante se ha mantenido incólume a lo largo del tiempo, considerando que fue solo cuando él aceptó ser parte del grupo que los Rolling Stones definieron su primera formación oficial: Mick Jagger (voz), Keith Richards y Brian Jones (guitarras), Bill Wyman (bajo), y Watts (batería), además del incomprensiblemente relegado Ian Stewart (piano). En enero de 1963, tras rechazar algunas ofertas de Brian Jones –y a pesar de preferir el jazz al rock- fue el último Stone que se unió a la banda. Desde su primer concierto con ellos ese mismo mes, en el Flamingo de Picadilly, en Londres, fueron conscientes de que habían reclutado al mejor baterista de Inglaterra.
Es necesario recordar que gracias a Charlie Watts se ha mantenido latiendo el corazón de la banda durante más de 50 años, casi sin interrupciones. Sin él, Mick y Richard no hubieran podido extender su convivencia por tantas décadas. De hecho, ellos mismos han llegado a decir que Watts era el verdadero líder de los Stones. Solo una vez rompió con su imagen imperturbable: en la portada del álbum en vivo Get Yer Ya Ya’s Out, Charlie Watts aparece vestido de blanco, con gesto de indudable alegría, llevando dos guitarras en las manos. A su lado, un relajado burrito cargaba los bombos de su batería.
Batería seria
Solo dos veces antes de esta ocasión definitiva, el baterista elegante del rock pareció quedarse fuera del grupo, únicamente porque también estuvo cerca de morir. Fue el 2004, cuando le diagnosticaron cáncer a la garganta –a pesar de haber dejado de fumar a fines de los 80- y, poco después, cuando tuvo un accidente de coche en Niza del que se salvó milagrosamente. Del cáncer de garganta salió tras semanas de invasiva radioterapia. Del accidente en el sur de Francia tuvo como consecuencias unas cuantas costillas fracturadas, el brazo roto, un gran susto y semanas de recuperación antes de volver con la banda para iniciar una nueva gira mundial. “Si no hubiera sido por el cinturón de seguridad, hoy estaría muerto. No hay duda alguna de ello”, declaró por entonces Watts al Sunday Mirror. El accidente ocurrió porque el chofer que manejaba su limosina se quedó dormido.
“No quiero dejar de tocar. Temo dejarlo y hacerme viejo. Estoy seguro que siempre tocaremos una vez a la semana en Bognor Regis o donde sea”, dijo Watts, el hombre que nunca se hizo viejo, alguna vez. “Por primera vez en casi sesenta años, Charlie Watts se perderá un concierto de The Rolling Stones”, decían muchos medios hace solo un par de semanas. Nadie podía imaginarse a sus satánicas majestades sin él detrás, como el espíritu impulsor de su supervivencia a través de los años, las generaciones, los conflictos internos, el alcohol, las drogas o las modas. Ellos son mucho más que eso y consecuencia de todo eso junto.
El 2009 hubo otra turbulencia: los Stones tuvieron que rechazar la afirmación de un medio australiano que difundió la noticia de que Watts dejaba la banda. La propia agencia de publicidad y medios del grupo se apuró en lanzar sus desmentidos. Hasta hace solo un pestañear, el corazón que latía en bombos y tarolas, seguía siendo un motor inquebrantable.
“Estoy muy triste por la muerte de Charlie Watts. Sabía que estaba enfermo, pero no que era tan grave. Era un hombre adorable. Mis condolencias a su familia y a los Stones para los que sé que su partida es un duro golpe, porque Charlie era una roca. Un baterista fantástico, firme como una roca”, dijo Paul McCartney al conocer la noticia. Elton John, por su parte, declaró en sus redes sociales: “Un día muy triste. Charlie Watts era el baterista máximo. Un hombre de lo más elegante y un amigo brillante. Mis condolencias a Shirley, Seraphina y Charlotte. Y, por supuesto, a los Rolling Stones”.
Para una banda que ha cargado con el aura de malditismo prácticamente desde sus comienzos, pareció que la muerte temprana sería una consecuencia casi natural, pero es un desafío que los Stones han, sin duda, prolongado. De hecho, dadas las sospechosas circunstancias del final de Brian Jones, ni siquiera a él se le puede achacar que su vida se haya truncado a los 27 por culpa (solo) de las drogas. Uno de los primeros en partir fue su querido teclista Ian Stewart, “Stu” –postergado, aunque hoy suene increíble, por no tener “el look adecuado”-, quien sufrió un infarto en plena consulta médica, en 1985. Curiosamente, podía decirse de él que era el más tranquilo de la banda. Un año trágico para el grupo fue 1994. En setiembre, Nicky Hopkins –quien también había colaborado con ellos como tecladista, en giras y grabaciones- fallecía a los 50 años, a causa de la enfermedad de Crohn. A fines de octubre moriría también Jimmy Miller, productor de importantes discos como Beggar´s Banquet o Exile on Main St., a causa de una enfermedad al hígado con solo 52 años, tras décadas de excesos. En agosto del 2000 sería Jack Nietzsche –que alguna vez fue mano derecha del temible productor Phil Spector, y que colaboró con los Stones como teclista y arreglista en temas como Paint It Black y Let’s Spend the Night Together- quien diría adiós a los 63 años, tras una vida caótica.
La lista llega casi a su final con otro saxofonista: Bobby Keys, fallecido de cirrosis el 2 de diciembre del 2014, días antes de su cumpleaños número 71. Keith Richards dijo entonces: “He perdido al más longevo colega del mundo. No puedo expresar mi sentimiento de tristeza”. Imposible imaginarse lo que hoy están sintiendo él, Ronnie o Mick por Charlie.
Ritmo y carácter
Llamado por el crítico Robert Christgau “el más grande baterista del rock”, Watts no solo se dedicaba a eso. Además de preferir el jazz al rock, y las noches de conciertos a las extensas giras, era un exitoso criador de purasangres. En esa labor le ayudaban su hija Seraphine, fruto de la relación de 56 años con su esposa Shirley Ann Shepard. La estabilidad sentimental parecía algo raro para un Stone que, además, se resistía a las redes sociales, por lo que sus seguidores, hace ya varios años, impulsaron el hashtag #CharliesTooCoolForTwitter (Charlie es demasiado “cool” para Twitter), que fue celebrado –y retwiteado- por la misma cuenta oficial de los Stones.
Pero los ídolos musicales también tienen ídolos musicales. En el caso de Watts era su tocayo Charlie “Bird” Parker. Gracias a su pasión por el jazz formó el Charlie Watts Quintet, con quienes editó dos discos, dedicados ambos a “Bird”. En sus primeros años con los Stones, hacia 1964, preparó el libro Ode to a Highflying Bird, dedicado también al músico de jazz y en el que retrataba su vida como si fuera la de un ave. Estaba dibujado y escrito a mano, y era parte de su portafolio como diseñador, profesión a la que se dedicó en algún momento. “Es difícil parar, aunque personalmente pienso que se está acercando el momento de decir adiós a las giras de los Rolling Stones. Las piernas flaquean y el cuerpo ya no aguanta ninguna jornada de resaca”, aseguró hace algunos años. Hoy sus baquetas quedaron más quietas de lo que nunca nadie imaginó.
“Charlie siempre está allí pero no lo deja notar –ha dicho Keith Richards alguna vez-. Hay pocos bateristas así. Todo el mundo piensa que Mick y Keith son los Rolling Stones, pero si Charlie no hiciera lo que hace con la batería, esto no sería como es, para nada. Puedes descubrir que Charlie Watts ES (así en mayúscula) los Stones”.
La noche que Watts perdió la tranquilidad
Lo contó Keith Richards en su autobiografía, “Life”. Fue la noche en la que el siempre elegante, moderado y tranquilo Charlie Watts perdió la compostura. La historia tuvo lugar en octubre de 1984, en Amsterdam, Países Bajos. Keith y Mick salieron de juerga hasta la madrugada. Al volver al hotel pretendieron continuar al mismo ritmo, así que a Mick le pareció buena idea llamar a Charlie Watts para que se les una. Pero Charlie dormía plácida -y sobriamente- en su habitación. Mick, impulsado por su propia borrachera, llamó insistentemente a la habitación del baterista, quien se despertó de un salto, asustado, quizá pensando en que algo grave le había sucedido a uno de sus compañeros. Pero al levantar el auricular, oyó la voz destemplada de un eufórico Mick, diciéndole: “¿Dónde está mi baterista? ¿Dónde está mi jodido baterista? ¿Por qué no traes tu culo hasta aquí?”.
Según cuenta la leyenda, Charlie colgó el teléfono, respiró profundo, se levantó y, con toda la calma del mundo, se duchó, se afeitó, se puso uno de sus trajes hechos a medida –que le han ganado la consideración como uno de los hombres más elegantes del rock & roll-, se anudó una corbata de seda, se puso unos finos zapatos italianos, y se dirigió a la habitación de Keith Richards, donde estaban ambos compañeros suyos, con la calma de quien asciende al paraíso. Cuando llegó, llamó a la puerta con serenidad, y Mick fue a abrirle. En cuanto se dejó ver al lado de la puerta, Charlie, sin decirle nada, le metió un puñetazo, derrumbándolo casi sobre Keith, que estaba detrás suyo. Ante la sorpresa de ambos –y acomodándose el saco- Watts dijo: “¡No me llames más ‘tu baterista’; en todo caso, tú eres mi puto cantante de mierda!”, y se fue, tan tranquilo como llegó. Más o menos lo mismo que ha hecho hoy.
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