Desde los 10 años disfrutó de un lugar privilegiado dentro del teatro. El escenario y los ensayos fueron el mundo en el que Gianfranco Brero vivió desde que sus padres, Aldo y Élide, decidieron incursionar en las tablas. Parecía natural que él optara por ese mismo camino, pero ya adolescente las dudas lo asaltaron. Estudió Ingeniería y Letras, pero al final su vocación escénica venció los temores y se convirtió en un renombrado intérprete de cine y televisión. El tiempo, sin embargo, le hizo darse cuenta de que la profesión que tanto ama no es suficiente para solventar las cuentas de fin de mes. La necesidad de estabilidad económica hizo que desde 1989 incursionara en el arte de hablar en público. Pasó doce años dictando en un instituto hasta que clientes particulares y empresas empezaron a llamar a su puerta y poco a poco la actuación fue quedando relegada. Las cosas iban bien hasta marzo del 2020, pero la llegada de la pandemia cambió todo. “Cuando pasó el segundo mes me di cuenta de que debía hacer algo”, recuerda. Desde entonces se dedica a enseñar el uso de la cámara como recurso virtual para comunicarse en tiempos de confinamiento.
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Dos años antes de que el COVID-19 invadiera la vida de los peruanos, Brero fue parte de la cuarta temporada de “Blindspot”, celebrada serie norteamericana que sigue a un grupo de agentes del FBI que intenta desentrañar el misterio que esconden los tatuajes de una joven que aparece desnuda en el Times Square de Nueva York. El actor participó en el capítulo “El cuento del libro de los secretos”, interpretando a un narcotraficante. Hablamos con él sobre esta experiencia, la producción audiovisual local y el encarnizado enfrentamiento político de los últimos días.
¿Qué es lo que rescata de su participación en “Blindstop”?
Que la producción haya recaído en un equipo peruano. Yo fui a jugar un ratito y me divertí mucho. Conocí a los protagonistas de la serie y trabajé con Mary Elizabeth Mastrantonio una mujer maravillosa y con gran conocimiento del oficio. Ella obtuvo el Oscar como Mejor Actriz de Reparto por “El color del dinero” (1987). Y te cuento una anécdota curiosa. No me pasó directamente a mí porque yo estuve solo un día grabando en Cusco, pero el equipo de la serie estuvo entre tres y cuatro días en Machu Picchu. Para poder filmar allí pidieron muchos permisos, pero el problema es que no había baño dentro. Y como no podían entrar y salir debieron usar pañales durante toda la filmación.
En la serie usted interpreta a un narcotraficante, un estereotipo para los actores latinos.
Ese es un problema serio. Sé que hay gente que se ha negado a seguir estos prejuicios, como lo hizo en algún momento Ricardo Darín. Para mí era una oportunidad simpática, no lo pensé dos veces. Pero efectivamente, en este trabajo hay cosas que no te gratifican. Si eres latino no te van a dar un personaje diferente. ¿Qué cosa es un latino para un norteamericano? Un tipo fuera de la ley, marginal, inmigrante clandestino, alguien que hace oficios menores.
Desmarcarse de eso en este medio parece muy difícil.
Depende de nosotros. Yo lo hice porque me pareció una oportunidad. Pero ¿qué pasa si dependemos de esos ingresos y tomamos lo que hay? Estamos un poco obligados a ser esos tipos violentos. Marginal no me molestaría ser, más bien me parece atractivo porque en la marginalidad está el espacio creativo y no la seguidilla. Pero ser marginal no significa ser también ilegal, eso ya es diferente.
El streaming está permitiendo la difusión de películas y series de todo el mundo, que quizás de otra manera no tendríamos oportunidad de conocer. ¿Cómo avizora la producción peruana en este contexto?
Primero habría que decir que el cine peruano ha tenido un desarrollo en los últimos años debido al abaratamiento de costos de la tecnología digital. Ya no tenemos el soporte físico del celuloide, no hay que hacer revelados, se puede editar en una computadora. Por otro lado, ha aparecido una generación audiovisual que se ha cultivado delante de una pantalla. Eso ha significado un cambio radical y ha logrado una especie de democratización, ayudada por incentivos del gobierno para generar mayores posibilidades de hacer cine en el Perú. Ahora, plataformas como Netflix, Prime y algunas otras necesitan contenido y han empezado a buscar y aceptar nuevas producciones bien hechas como “El último bastión, al que Netflix le dio el prestigio que necesitaba. Entonces, si ese es el camino, habría que pensar de alguna manera en cómo acceder a él. Pero se necesita hacer una inversión fuerte y un gran trabajo técnico.
Desde su experiencia, ¿existe mucha distancia técnica entre la producción nacional y extranjera?
Hay obviamente muchos años de trabajo, pero eso no nos invalida en nada. Creo que ahora de lo que se trata es de contar buenas historias y cómo hacerlo. Una de las cosas más fascinantes para mí es cuando puedo ver una película que me ofrece una alternativa diferente a la clásica receta a la que nos ha acostumbrado el cine hollywoodense. Debo decir que el público que ve Prime o Netflix consume esto, así que son muy pocas las películas que ofrecen algo distinto. El lado bueno es que nos podemos hacer conocer, pero lo malo desde mi punto de vista es que no estemos haciendo un cambio importante.
El Bicentenario llega con muchos desafíos. Particularmente en lo audiovisual ¿hacia dónde debemos apuntar?
Tiene que estar claro que el cine es una industria y que si bien no va a producir réditos inmediatos como una industria extractiva, abre las puertas del Perú al mundo. Es una gran ventana que muestra costumbres, valores, ideales, todo esto sale al mundo a través del cine. Puede ser un gran elemento integrador en el país si es que se trabaja en todas las regiones y ser material importante en diferentes festivales del mundo. Pero debe ser para mostrar no el Perú folclórico o el que el extranjero está acostumbrado a ver sino el que de verdad es, con sus diferencias, humor, pluralidad, majestuosidad y sus lados negros también. Creo que después de 200 años de independencia necesitamos hacer una relectura de nosotros mismos, volver a mirarnos esta vez hacia adentro para conocer nuestras fortalezas y debilidades, esas que se han puesto en evidencia durante la pandemia y en esta lucha electoral. Tenemos una mirada muy corta. Hay que ponernos unos buenos lentes, largavistas o de microscopio.
Desde hace buen tiempo no lo vemos en televisión ni en cine nacional. ¿Qué ha sucedido?
Estoy, digamos, fuera de circulación. No porque yo no quiera actuar sino porque he orientado mi tiempo a hacer otras cosas. Yo de la actuación no puedo vivir. Así, literalmente, porque es un trabajo absolutamente eventual. Cuando terminas una producción no sabes cuándo empezará la siguiente, requiere horas de horas para trabajar y si no funciona estás frito. En un momento determinado de mi vida me dije yo puedo seguir trabajando, pero necesito estabilidad y empecé a trabajar en el tema de enseñar a las personas a hablar en público. Estructuré un proceso de entrenamiento para que la gente desarrollara sus capacidades, todo basado en mi experiencia como actor, que en resumen es saberse plantar en un escenario.
Como comunicador y ciudadano, ¿cuál es su lectura del momento político que vivimos?
Hay gente que está a un lado u otro porque no tiene alternativa. Muchos creen que la propuesta que apoyan es la más importante y ninguno está mirando a los demás. Y si los miran es de forma negativa. Si el país está polarizado es porque cada uno tiene sus razones y sus miedos. Hay que trabajar sobre las condiciones que nos han puesto en esta situación. Eso es para mí lo más importante.
Dentro del budismo que practica hay una frase que hoy resulta oportuna: “no creas todo, duda”.
Eso lo practico en todos los aspectos de mi vida. Me preocupa lo que está pasando porque está en juego nuestra vida y futuro. Mis hijos, mi nieta, son los que van a recibir lo que se viene. Hay que dudar, pero no para descartar a una persona sino para poner en tela de juicio aquello que nos están diciendo porque todo tiene por lo menos dos lados. Tu verdad y la mía no son necesariamente la misma. Es un momento complicado que ha generado mucho resentimiento y enfrentamiento. Si no hay una negociación o una manera de mirar en conjunto al país nos vamos a ir a cualquier lado.
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