Te conmoverá hasta las lágrimas. Karapiru (que significa halcón), del pueblo indígena awá, vivió la mayor parte de su vida en la comunidad de Tiracambu, en la Tierra Indígena Caru, en la Amazonía de Brasil. Según El País, el pasado 16 de julio falleció por COVID-19 en el hospital del pueblo de Santa Inés. El indígena sobrevivió a la matanza de los suyos a manos de invasores, deambuló diez años por la agreste selva huyendo de sus agresores, se reencontró con parte de su familia y después halló la muerte por coronavirus. Ésta es su historia.
La vida de Karapiru estuvo marcada por la tragedia luego de que invasores armados masacraran a su familia a mediados de los años setenta, cerca del pueblo de Amarante, en la selva awá ahora conocida como Caru, Alto Turiaçu, en los territorios indígenas de Alto Turiaçu y Arariboia. Como único sobreviviente, Karapiru vivió solo en la selva durante diez años. Pero al final le esperaba una alegría.
El hallazgo del mayor yacimiento de hierro del planeta sobre la selva de su pueblo fue el origen de la tragedia. Para los colonos, los awás eran un obstáculo del que había que eliminar. Y así empezaron las masacres. Muchos murieron intoxicados tras ingerir harina mezclada con veneno para hormigas, cortesía de un agricultor. A otros, como Karapiru, les dispararon en sus hogares, delante de sus familias.
Karapiru siempre imaginó que era el único integrante de su familia que había sobrevivido a la masacre de su comunidad entre mediados y finales de los setenta, según su relato. Los asesinos acabaron con la vida de su mujer, su hijo, su hija, su madre, sus hermanos y sus hermanas. Otro de sus hijos fue herido y posteriormente capturado. Karapiru escapó por la selva con una bala incrustada en su espalda.
A Karapiru no le quedó más que pasar los diez años siguientes escapando. Caminó 700 kilómetros por la agreste selva y las colinas, cruzando dunas y caudalosos ríos desde el estado de Maranhão al de Bahía. Estaba traumatizado, con hambre y solo. “Fue muy duro”, contó a la investigadora de Survival International Fiona Watson. “No tenía familia que me ayudara y nadie con quien hablar”.
Reencuentro inesperado
Más de diez años después de ser testigo de la matanza de su familia, Karapiru fue visto por un agricultor en las afueras de una ciudad en el vecino estado de Bahía. Tras varios intentos de comunicarse con él y averiguar qué lengua hablaba, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) llevó a un joven del pueblo awá llamado Xiramukû para que lo conociera e hiciera el contacto con Karapiru.
El joven no solo podía entender su lengua, sino que utilizó una palabra awá que Karapiru nunca vio venir: le llamó “padre”. El hombre que tenía enfrente era su hijo. El joven que había sobrevivido a la masacre y había sido aprehendido, aprendió un poco de portugués, y cuando la FUNAI lo halló, lo llevó al Posto Indígena Guajá. En 1992, después de más de 10 años separados, padre e hijo se reencontraron.
Xiramukû convenció a su padre para que se fuera con él y regresaran a la comunidad awá de Tiracambu, donde Karapiru finalmente se instaló y hasta se volvió a casar. Con el pasar de los años se convirtió en una figura central en la comunidad. Fue padre, abuelo, cazador y profesor con unos conocimientos sobre su tierra que muy pocos conocían y que él compartía con todos sus coterráneos.
Karapiru se convirtió así en una de las caras visibles de las protestas que exigían la expulsión de madereros y agroganaderos ilegales de los territorios awás, y más recientemente para alzar su voz contra las políticas del Gobierno de Bolsonaro. Tras presentar síntomas de COVID-19, Karapiru fue llevado de la aldea al hospital, donde fue ingresado en estado grave. Falleció el pasado 16 de julio.
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