El clima nos afecta a todos. Pero no nos impacta a todos por igual. Durante años, los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) hemos observado de primera mano los impactos que el cambio climático tiene en nuestros pacientes y en nuestras actividades médico- humanitarias. A medida que respondemos a las crisis más urgentes del mundo, como conflictos, desastres naturales, enfermedades, desplazamientos, somos testigos de las consecuencias que el cambio climático y la degradación ambiental pueden tener sobre las personas más vulnerables.
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En el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) que se realiza en la ciudad de Glasgow, desde MSF queremos señalar que en muchos de los lugares donde trabajamos estamos viendo tendencias preocupantes donde las comunidades deben enfrentar múltiples necesidades de salud que se ven agravadas como resultado de las epidemias frecuentes, la inseguridad alimentaria, los conflictos, la negligencia y el desplazamiento inducidos por el el cambio climático.
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Una emergencia reciente en América Latina fue la tormenta tropical Amanda, que afectó por lo menos a 30.000 familias de El Salvador en mayo de 2020. Para ese entonces, recuerdo que Luis Romero Pineda, coordinador de terreno de MSF en El Salvador, decía que las personas quedan expuestas a una serie de afectaciones en la salud mental y física posterior a las destrucciones de bienes y pérdidas de seres queridos. Y esta situación se vio además agravada en medio de la pandemia del COVID-19, ante la falta de garantías de salud e higiene para la población afectada tras la tormenta.
La preocupación aumenta al revisar las cifras de Naciones Unidas, las cuales señalan que nuestra región, en las últimas dos décadas, ha enfrentado un promedio de 17 huracanes anuales. En la historia de trabajo de MSF sabemos que los desastres naturales se presentan cada vez con mayor frecuencia y generan mayor daño, en especial a las poblaciones vulnerables. Otro ejemplo de ello fue el huracán Iota, que en noviembre del año pasado arrasó con la isla de la Providencia, en Colombia. Más de 5000 personas resultaron damnificadas y la infraestructura se dañó en un 98%. MSF fue testigo de ello y brindó asistencia humanitaria a sus habitantes.
Las consecuencias actuales y proyectadas sobre la salud humana son extremadamente alarmantes y es por eso que debemos actuar ahora. El consenso científico es claro en que el cambio climático es generalizado, rápido y se está intensificando. La evidencia indica claramente que estamos viendo un mayor aumento de las temperaturas y del nivel del mar, y fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes y agudos, como lluvias intensas, olas de calor, ciclones e inundaciones, que pueden provocar incluso desplazamientos y ser un factor de conflicto, al exacerbar los factores sociales, económicos y medioambientales existentes.
A manera de ejemplo, vale la pena señalar que a nivel mundial el nivel del mar promedio aumentó 20 cm desde 1880 y se proyecta que incrementará entre 30 y 120 cm en 2100, según la ONU. Justamente las islas y los archipiélagos están en el radar de riesgo por este factor.
Según Naciones Unidas, aproximadamente 27 millones de personas viven en islas del Caribe y están expuestas a los riesgos del cambio climático.
Además de estos eventos, corremos el riesgo de ver patrones alterados de enfermedades infecciosas como la malaria, el dengue y el cólera; de escasez de agua e inseguridad alimentaria. Como médicos, nuestro trabajo no es sólo tratar a las personas, el planeta también debe ser nuestro paciente. Nuestra prioridad como organización médica siempre será brindar atención sanitaria a quienes más lo necesiten, pero conociendo los acelerados impactos que está teniendo la crisis ambiental en la salud, debemos adaptar nuestras actividades a las realidades del cambio climático para continuar brindando la mejor atención a nuestros pacientes y asistencia donde más se requiera. Es por eso que en MSF estamos revisando nuestras estrategias operacionales que puedan estar vinculadas al cambio climático para asegurarnos de que la preparación para emergencias ocupe un lugar destacado en nuestro trabajo.
Sin embargo, también se hace necesario una acción política concreta para implementar soluciones para limitar el calentamiento climático y prevenir las consecuencias humanitarias. Las organizaciones humanitarias responderemos a las crisis independientemente de la causa, pero nuestros esfuerzos por sí mismos no compensarán la falta de acción de los líderes políticos, los responsables de la toma de decisiones y de la sociedad en general. En esta emergencia, todos tenemos un papel que desempeñar.
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