A medida que Vladimir Putin anuncia la anexión de pedazos de territorio soberano ucraniano, lanza amenazas nucleares y moviliza a cientos de miles de reservistas, la respuesta de las fuerzas de Ucrania en el frente oriental no ha cambiado: lucharán por cada centímetro de tierra.
Llegamos a posiciones de primera línea de guerra en la ciudad de Bajmut en Donetsk, una de las cuatro regiones que el presidente ruso Vladimir Putin ahora reclama ilegalmente como propias.
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Fue un viaje que se hizo por etapas.
Disminuimos la velocidad para cruzar el río Bakhmutovka de la ciudad, luego aceleramos para atravesar el terreno expuesto y después serpenteamos una peligrosa cortina de líneas eléctricas caídas.
Los últimos metros los corrimos. Mientras tanto, el bombardeo continuaba. Formaba parte del paisaje sonoro de la guerra que ya se ha vuelto familiar en Ucrania.
Pero cuando llegamos ante las tropas que defendían la primera línea, refugiadas dentro de un edificio que llevaba cicatrices de batalla, escuchamos algo más: el incesante sonido de armas pequeñas.
Los dos bandos están tan cerca que pueden apuntarse entre sí con rifles.
Los rusos están a unos 400 metros de donde estamos nosotros y realizan esfuerzos para acercarse. Nos advierten que hay un francotirador ruso en la retaguardia.
Desde su puesto bajo tierra, donde un gato anaranjado le hace compañía, el comandante de la unidad se muestra sombrío y contundente.
“(La situación) aquí es bastante difícil ahora”, asegura Oleksandr, de 31 años.
“Es estresante. Todo el mundo está bajo presión. El enemigo está muy cerca, pero estamos de pie y contraatacando”.
El comandante además desestima los referéndums organizados por Putin como “delirantes” y afirma que los ucranianos no dejarán que se les dicte con el cañón de un arma rusa.
“Desde mi punto de vista, esos referéndums no cambiarán nada. Lucharemos contra el ejército de Putin y haremos que se retiren de nuestra tierra”, agrega.
Oleksandr conoce el costo de la guerra, y no solo por su experiencia en diferentes batallas.
“Mi hermano murió”, me cuenta.
“Pero no sé dónde ni cuándo sucedió eso, porque fue reclutado por otro departamento en otra región. Murió al igual que algunos de mis camaradas Oficiales que entrenaron conmigo, descubrí que también estaban muertos. Por lo tanto, he perdido a familiares y amigos”.
Pero el joven no ha perdido la voluntad de luchar.
Tampoco la ha perdido Roman, de 25 años, quien opera un arma clave en esta guerra: un dron.
Roman se encuentra arriba en una habitación que ha sido bombardeada, que está llena de escombros y vidrios rotos y donde residen dos gatos más.
El protector de pantalla de su teléfono es una foto de su hijo Kyrylo, de cinco meses, quien nació poco después de que estallara la guerra. Roman ha visto a su único hijo sólo una vez.
“Lo veo en fotos y videos, pero no en la vida real”, cuenta.
“Es difícil, pero también es difícil imaginar lo que los rusos podrían hacerle a mi familia si la encuentran.
“No quiero que les hagan lo que hicieron en Bucha. Viví en Kyiv y entiendo claramente cómo se sienten las mujeres. Si somos débiles, vendrán por nuestras familias”.
Aquí hay preocupación por la movilización de Rusia. En los próximos meses, el Kremlin enviará a muchos más soldados a la batalla.
No está claro qué tan bien entrenados o bien equipados estarán, pero los ucranianos están preocupados por la cantidad, no por la calidad.
Ya los superan en número. En la batalla por Bajmut se han enfrentado a un suministro aparentemente interminable de combatientes rusos. En agosto hubo cinco olas seguidas, según Iryna, vocera del ejército.
“Simplemente avanzan y no se detienen. No reaccionan a los disparos ni a los bombardeos. Algunos de los prisioneros de guerra que capturamos eran de Wagner [un grupo de mercenarios rusos]. Tenían mejores armas”, explica Iryna.
Las tropas del frente creen que los rusos están presionando con fuerza por la victoria en Bajmut debido a sus recientes y humillantes derrotas en el noreste y el sur, donde Ucrania recuperó unos 6.000 kilómetros cuadrados de territorio.
Por ahora, Bajmut está en la garganta del presidente Putin.
Es un obstáculo en su intento de tragarse todo un área rica en minerales conocida como Dombás, compuesta por Donestk y Luhansk. Habiendo fracasado en capturar el Dombás por completo, ha anexado ambas regiones.
Mientras intenta conquistar Bajmut, que alguna vez fue el hogar de unas 70.000 personas, la ciudad ha ido desangrándose.
En el centro de la ciudad vemos un gran bloque de apartamentos cuyo centro fue impactado por un ataque aéreo hace tres meses.
Muchas de las ventanas están tapiadas. Parece abandonado, pero mi colega escucha el llanto de una mujer dentro del edificio.
Llamamos y Lyudmila aparece detrás de una lámina de plástico que cubre su ventana en el segundo piso.
Al principio, nos cuesta escucharla debido al profundo estruendo de misiles.
“Es muy duro”, grita.
“Nos bombardean. Ayer murió un hombre en el patio trasero (por los bombardeos). Ya casi no queda nadie en el edificio.
“Todo está goteando. Hay agua por todas partes. Todas las paredes están rotas. Es muy difícil, pero al menos recibimos ayuda humanitaria. Cada tres días, traen pan”.
La jubilada de cabello blanco vive en el edificio destrozado con su esposo y un puñado de personas más. “No podemos ir a ninguna parte”, nos dice. “No tenemos dinero, y estoy en una silla de ruedas”.
Un vecino nos dice que el edificio ha sido bombardeado cinco veces.
Lyudmila estaba en su cocina cuando cayó un misil el 1 de julio. “Llegó, de la nada”, recuerda. “Dios mismo me salvó”.
Pero, ¿puede salvarse esta ciudad?
Por ahora, la primera línea de soldados en el frente se mantiene. Las fuerzas ucranianas han logrado bloquear el avance ruso. Pero aquí ni siquiera los muertos están a salvo.
En un antiguo cementerio en las áreas verdes en las afueras de la ciudad, que es por donde pasan los proyectiles que vienen del otro lado, se reúnen varios dolientes para enterrar a un muerto.
En realidad son muchos los montículos de tierra oscura cubren las tumbas que han sido cavadas recientemente para los que han fallecido en los últimos meses, desde que la ciudad se convirtió en un campo de batalla.
Y mientras bajan el ataúd al suelo, el cual es atentamente observado por algunos dolientes, los bombardeos no paran de romper el silencio.
Se escucha un primer disparo y momentos después un misil aterriza en las colinas frente al cementerio. Luego se escucha un segundo disparo, que cae aún más cerca y se convierte en una señal clara de que ha llegado la hora de abandonar el lugar.
Mientras corremos hacia las afueras de Bajmut, nos alcanza una explosión en el camino que cae justo frente a nosotros, entre 100 y 200 metros más adelante.
Damos un giro brusco hacia la izquierda y seguimos otra ruta.
Muchas batallas aún se libran en Ucrania. El presidente Putin está doblando esfuerzos mientras se acerca el invierno.
Se trata de una nueva fase peligrosa de la guerra más reciente en Europa.
Cuando le preguntamos cuánto tiempo pensaba que duraría el conflicto, el portavoz del ejército respondió: “Mucho, mucho tiempo”.
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