Los historiadores contemporáneos no tienen ninguna duda: Medio Oriente, donde nació Jesús hace poco más de 2.000 años, fue terreno fértil para el surgimiento de profetas y mesías.
En ese sentido, religión aparte, el hombre considerado el fundador del cristianismo se parecía mucho a tantos otros con los que compartió tiempo y espacio.
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¿Y por qué, entonces, Jesús se hizo tan popular que, aún hoy, tiene miles de millones de seguidores en todas partes del planeta?
¿Por qué tantos otros mesías no tuvieron el mismo éxito con sus palabras y enseñanzas?
La respuesta parece ser la universalidad del cristianismo.
Pero esto no fue precisamente mérito de Jesús, sino de sus primeros seguidores, especialmente de aquellos que se dedicaron a difundir el mensaje cristiano desde finales del siglo I y durante todo el siglo II.
Existen diferencias sustanciales entre el “Movimiento de Jesús con Jesús”, es decir, cuando aún era un líder vivo, y el “Movimiento de Jesús sin Jesús”, la forma en que el cristianismo llegó a ser organizado por las primeras generaciones de seguidores.
Pero hay un sesgo histórico y antropológico que ayuda a entender cómo este movimiento traspasó las fronteras de Israel.
La región en aquella lejana época fue un foco efervescente para el surgimiento de revueltas populares de carácter religioso y político, un crisol perfecto para movilizar discursos mesiánicos.
Palestina en la época de Jesús estaba dominada políticamente por los romanos.
“Había una profunda percepción de esa dominación, que generaba la búsqueda desesperada de alternativas y soluciones”, destaca el teólogo Paulo Nogueira, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Campinas (PUC-Campinas).
“Aunque la comunidad judía era relativamente marginal en el contexto político y económico del imperio, tenía una conciencia de libertad y un gran destino prometido por Dios”, agrega.
“¿Pero cómo alcanzar la libertad prometida? ¿Cómo ser fieles al Dios que les daría un gran futuro?”, plantea.
Profetas, hacedores de milagros, pretendientes mesiánicos, grupos revolucionarios, entre otros, prometieron y ofrecieron respuestas.
Según el teólogo, historiador y filósofo Gerson Leite de Moraes, profesor de la Universidad Presbiteriana Mackenzie, en las raíces de este fenómeno del nacimiento de líderes mesiánicos hay dos factores: la idea de que el pueblo judío se sentía “elegido por Dios” y que los judíos fueron expulsados de esa zona conocida como Tierra Santa.
“El exilio funcionó como una especie de castigo para los judíos. Cuando regresan, hay autocrítica. Quieren entender por qué Dios hizo que pasaran por tantas tribulaciones”, señala.
“Entonces comienzan a tomar la ley de Moisés como una regla de fe y práctica para conducir sus vidas, una regla moral y religiosa. Entendieron que habían sido sancionados por haber actuado con imprudencia”, añade.
Este contexto da lugar a ciertas condiciones dentro del judaísmo.
“Una de ellas es la renovación del profetismo, a través de la llamada literatura apocalíptica”, apunta Moraes.
“Es un movimiento literario, pero también religioso, que busca trabajar de manera cifrada y simbólica los mensajes de renovación y esperanza para un pueblo que sufre. Esto se convierte en una forma de resistir la opresión extranjera”, aclara.
“Como resultado, la noción de mesianismo se fortalece”, analiza.
Es decir: la idea de que alguien vendría a librar a este pueblo de las penurias del dominio romano.
“Y ese alguien sería enviado por Dios”, subraya Moraes.
“Durante este período comienzan a aparecer varios candidatos a cumplir las profecías apocalípticas, a cumplir los requisitos para ser libertadores. Los días de Jesús son propicios para esto”, afirma.
Suele decirse que en la época en que vivió Jesús había tres tipos de agitadores sociales en la región: bandidos, profetas y mesías.
Los bandidos promovieron la resistencia al dominio romano mediante saqueos y otras faltas. Habitualmente vivían en la clandestinidad, en cuevas de la región.
Entre ellos estaba Ezequías, entre los años 47 y 38 antes de Cristo. Otro insurgente conocido fue Eleazar Ben Yair, quien vivió poco tiempo después de Cristo.
Se destacó el grupo comandado por Tolomau y “también había un tipo que se llamaba Jesús, en los años 60”, asegura Moraes.
En la misma categoría también incluye al líder rebelde Juan de Giscala.
Los profetas eran aquellos que realizaban una labor misionera, pero dejaban claro que habría un mesías posterior.
Moraes recuerda a Juan Batista, el religioso que bautizó a Jesús. “Y también uno conocido como Samaritano, entre los años 26 y 36, más o menos”, describe.
“Otro apodado ElEgipcio y otro llamado Jesús, hijo de Ananías”, añade
El teólogo recuerda a “Judas, hijo de Ezequías, que apareció hacia el año 4”, y “en el mismo año, un hombre llamado Simón”. También cita a Judas el Galileo y Simon Bar Giora.
Mesías eran aquellos que encarnaban la idea de ser enviados.
El historiador André Leonardo Chevitarese, profesor del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), destaca tres: Judas, el Galileo; Juan Bautista; y El Egipcio.
Según Chevitarese, para comprender el surgimiento de estos grupos y personajes es necesario ver que la región y el tiempo en que vivió Jesús fue propicio para el surgimiento de diferentes percepciones religiosas.
“Eran diferentes, pero el elemento central es la tierra donde viven los judíos”, que era la prometida por Dios, dice.
El siglo I parecía un poco alejado de esta idea idílica.
“Se llevó la explotación económica a grados absurdos. Para tener una idea, de cada cuatro o cinco peces que pescaba un individuo, uno era para el diezmo de la Iglesia, uno era para pagar la renta de la tierra, la barca y la red, uno era para pagar impuestos a Roma”, comenta Chevitarese.
“Lo que quedaba era lo mínimo de supervivencia. Eso produjo una revuelta”, detalla.
Analizando este escenario, “quizás el gran líder mesiánico fue Judas el Galileo”, opina Chevitarese.
Judas fue un líder político con bases campesinas que logró enrolar a un grupo muy numeroso de personas.
Encabezó una revuelta en el año 6. Se lo menciona en el libro bíblico de los Hechos de los Apóstoles como alguien que “atrajo a mucha gente tras él”. También aparece en los relatos del historiador romano Flavio Josefo (37-100).
“Dijo, entre otras cosas, que cualquier judío que aceptara pagar impuestos que no fueran para Dios sería considerado excluido de la comunidad”, dice Chevitarese.
“Lo que explica es la resistencia a la presencia romana, recordando sus dimensiones politeístas, en una tierra de la que Dios sería el dueño”, detalla.
Entre estos líderes político-religiosos, Chevitarese ubica al mismo Juan Bautista, en la Biblia situado como primo de Jesús y quien lo habría bautizado.
“Fue contemporáneo de Jesús, y Juan Bautista era infinitamente más importante y conocido. Era el gran candidato mesiánico. Jesús se convirtió en su discípulo después del bautismo, permaneció con él en el movimiento, aprendió de él”, relata el historiador de la UFRJ.
“El movimiento de Bautista sin el Bautista (es decir, después de su muerte), al igual que el movimiento de Jesús sin Jesús, será tenso a lo largo del siglo I y la primera mitad del siglo II”, dice.
“La pregunta era quién es el mesías: ¿Juan Bautista o Jesús de Nazaret? Estamos mirando estos movimientos populares desde un punto de vista sociológico, dejando atrás los amarres teológicos sesgados”, aclara.
Chevitarese también recuerda el papel que jugó el líder conocido como El Egipcio, quien aparece en las narraciones de Josefo y también en los Hechos de los Apóstoles en la Biblia.
“¿No eres tú aquel egipcio que antes de estos días hizo sedición y llevó al desierto a 4.000 ladrones?”, puntualiza el texto bíblico.
“Es otro que se asume como nuevo líder, movilizándose, llevándose gente, diciendo que haría caer los muros de Jerusalén, que entrarían allí, tomarían posesión”, comenta.
“Pero no era pacífica, eran tipos listos para matar o ser asesinados. Este fue un movimiento violentamente reprimido”, describe.
El historiador destaca a muchas otras figuras religiosas que congregaron multitudes en la época.
Cita a Atronges, Juan de Giscala, Simón Bar Giora, Menajem, Teudas... “Todos ellos fueron candidatos mesiánicos antes, durante y después de Jesús”, subraya.
El investigador del cristianismo antiguo Thiago Maerki, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) y la Hagiography Society, en Estados Unidos, recuerda otro personaje mesiánico de aquella época: Apolonio de Tiana.
“Hay muchos paralelismos sobre lo que sabemos de la vida de Jesús con Apolonio. Parece que hubo incluso una rivalidad en la época entre ambos”, dice.
“Se dice de Apolonio que, antes de que naciera, su madre había tenido una visita del cielo, y que este personaje celestial le había revelado que su hijo no sería un simple mortal, sino un ser divino”, dice Maerki.
Fue juzgado, ascendió al cielo y se le atribuyen milagros como revivir a los muertos. Muy similar a la vida de Jesús.
Todos estos movimientos, incluido el dirigido por Jesús, tenían un carácter político rebelde contra el Imperio romano.
Pero ¿por qué Jesús se hizo tan popular y los demás desaparecieron?
Para los expertos, la clave es que todos estos movimientos se dieron dentro del judaísmo. Pero el cristianismo fue el único capaz de traspasar esa frontera.
“Como movimiento judío se extendió por toda la diáspora judía en el Mediterráneo y allí se articuló con otras formas religiosas del mundo grecorromano, pero hasta el siglo II se lo relacionó con la religiosidad judía y se lo vio como pagano”, destaca Nogueira.
“Todos estos movimientos no funcionaron porque se pensaba que discutían puntos de vista políticos, religiosos y económicos del judaísmo”, completa Chevitarese.
En el caso de Jesús, fue el anuncio del Reino de Dios. Es decir: un reino de justicia divina frente a la injusticia de César, un reino de paz frente a ese período bélico, un reino de abundancia frente a la hambruna.
“Y un reino de igualdad de género, donde hombres y mujeres eran llamados a la siega, en oposición a las jerarquizaciones sociales del reino del César”, apunta Chevitarese.
El cristianismo acabó traspasando fronteras precisamente por el papel que jugaron los seguidores.
“Después de la muerte de Jesús, inspirados por la creencia en la resurrección, sus discípulos comenzaron a actuar de manera muy eficaz y competente”, comenta el teólogo Moraes.
Al mismo tiempo, los otros movimientos mesiánicos quedaron atrapados dentro de las fronteras nacionales y étnicas. “Nunca tuvieron pretensiones más allá de eso”, evalúa Chevitarese.
Para Nogueira, Jesús sobrevivió a los siglos gracias “a su carisma y su poder para relacionarse con sus seguidores e influenciarlos, por un lado, y la repercusión entre las personas que se convirtieron en sus seguidores, por otro”.
“No hay forma de disociar las dos cosas: Jesús fue un poderoso profeta y hacedor de milagros y sus seguidores lo percibieron como tal”.
También está la visión pragmático-religiosa.
“Los que creen dirán que el movimiento de Jesús funcionó porque realmente era el mesías esperado, el hijo de Dios encarnado”, dice el teólogo Moraes.
Pero él recuerda que hubo una coincidencia en la expansión del cristianismo con el período conocido como Pax Romana, a partir del año 27 a.C. al año 180 d.C.
Y eso, unido a la decisión de los primeros seguidores de Jesús de difundir su historia, fue un factor fundamental en la universalidad del legado dejado por el líder mesiánico.
“Esto, en medio de un momento del judaísmo fragmentado, favorece el trabajo de los misioneros cristianos y ayuda a explicar por qué el cristianismo logró tanto éxito”, agrega.
Este texto fue escrito orignalmente por Edison Veiga para BBC News Brasil. Puedes leer la nota original aquí.
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