El Reloj del Juicio Final describe lo cerca que está la humanidad del Armagedón, pero ¿de dónde vino, cómo se lee su tiempo y qué podemos aprender de él? El investigador de riesgo existencial SJ Beard nos lo explica.
La primera vez que escuché hablar del Reloj del Juicio Final fue en el colegio, a mediados de los años 90, cuando una de mis maestras me lo mostró en una imagen.
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Nos intentó explicar que si todo lo que ha pasado en nuestro planeta se comprime a un solo año, la vida hubiera emergido en marzo, los organismos multicelulares en noviembre, la aparición de los dinosaurios hacia finales de diciembre y que los humanos hubieran hecho su arribo hacia las 23:30 del último día del año.
Luego comparó esta gran parte de la historia con lo corto que podría ser nuestro futuro, y nos contó sobre un grupo de científicos en EE.UU. que pensaban que apenas nos quedaban, metafóricamente hablando, unos pocos minutos hasta la media noche, hasta el apocalipsis.
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En este momento, no se me pasó por la cabeza que algún día yo terminaría trabajando en el mismo problema como investigador del Centro de Estudios del Riesgo Existencial (CSER) de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido. Es una historia poderosa que durante muchos años me hizo pensar que las manecillas del Reloj del Juicio Final representaban el tiempo que nos queda antes del final.
Pero esto no es del todo exacto.
El pasado 20 de enero, los científicos Boletín de Científicos Atómicos (BAS, por sus siglas en inglés), responsables del Reloj del Juicio Final, publicaron por sus conclusiones anuales sobre lo cerca que estamos de la “medianoche”.
Cada año, el anuncio destaca la compleja red de riesgos catastróficos que enfrenta la humanidad, incluidas las armas de destrucción masiva, el deterioro del medio ambiente y las tecnologías disruptivas.
2020 fue un año difícil.
En ese año, Rachel Bronson, presidente del BAS anunció que las manecillas del reloj se habían movido lo más cerca que habían estado de la medianoche o del apocalipsis. a apenas 100 segundos. El número se mantuvo para este año.
Pero para entender lo que eso realmente significa, se necesita comprender la historia del reloj, cuál fue su origen, cómo leerlo y qué nos dice sobre el predicamento existencial de la humanidad.
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La velocidad y la violencia con la que la tecnología nuclear evolucionó fue asombrosa, incluso para aquellos que estuvieron involucrados en su desarrollo.
En 1939, el famoso físico Albert Einstein y Leo Szilard le escribieron al presidente de EE.UU., Franklin D. Roosevelt, sobre una increíble tecnología nuclear que era tan poderosa que podría tener efectos inimaginados en el campo de batalla.
Tanto que una sola bomba de estas “si era transportada por un bote y detonada en un puerto, podría destruir el puerto entero”.
Era una posibilidad muy grande para ser ignorada.
Esta carta condujo al establecimiento de una enorme colaboración científica, militar e industrial, el Proyecto Manhattan, que en apenas seis años produjo una bomba mucho más poderosa que la imaginada por Einstein y Szilard, capaz de destruir una ciudad entera y acabar con su población.
Solo unos años después de eso, nos enteramos de que los arsenales nucleares eran capaces de destruir la civilización como la conocíamos.
La primera preocupación científica que las armas nucleares podrían tener el potencial de acabar con la humanidad vino precisamente de los científicos involucrados en las primeras pruebas nucleares.
Les preocupaba que sus nuevas armas pudieran quemar la atmósfera por accidente, pero pronto esas inquietudes fueron rechazadas y para la tranquilidad de todos, resultaron ser falsas.
A pesar de ello, muchos de los que trabajaban en el Proyecto Manhattan continuaron teniendo serias reservas sobre el poder de las armas que ayudaron a crear.
Después del primer intento exitoso de dividir el átomo en la Universidad de Chicago en 1942, confirmando su potencial para liberar energía, el equipo de científicos que trabajaba en el Proyecto Manhattan se dispersó. Muchos se mudaron al complejo de Los Álamos y a otros laboratorios del gobierno para desarrollar armas nucleares.
Algunos de los ciéntificos se quedaron en Chicago, continuando con sus propias investigaciones. La mayoría de ellos eran inmigrantes en EE.UU. y eran conscientes de la profunda interrelación entre la política y la ciencia.
Este grupo se comenzó a organizar de forma activa en un intento por mantener la tecnología nuclear a salvo.
Uno de esos intentos fue producir el reporte Franck, en junio de 1945, que preveía una carrera armamentista nuclear como peligrosa y costosa, y argumentaba en contra de un ataque nuclear sorpresa contra Japón.
Como deja constancia la historia, por supuesto sus recomendaciones nunca fueron tenidas en cuenta.
Entonces fue este grupo el que creó el Boletín de los Científicos Atómicos de Chicago (hoy el BAS), cuya primera publicación salió cuatro meses después de que se lanzaran las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Con el apoyo del rector de la Universidad de Chicago y con colegas expertos en derecho internacional, ciencias políticas y otros campos de estudio, lograron crear un movimiento internacional de ciudadanos y científicos capaz de afectar el orden nuclear global.
Por ejemplo, fue tremendamente exitoso al establecer un “tabú nuclear”.
En conversaciones privadas el secretario de Estado de EE.UU. se quejaba que el “estigma de inmoralidad” era lo que evitaba que el país usara armas nucleares.
El grupo escogió permanecer y tener como sede la ciudad de Chicago. Con esa decisión los fundadores del grupo dieron a entender su intención de enfocarse en participar con otros miembros de la comunidad científica y la sociedad civil en las discusiones sobre los desafíos que traía la tecnología nuclear, más que en enfocarse en los líderes militares y políticos que habían desechado sus recomendaciones.
En varias ocasiones anotaron que la presión de la opinión pública fue fundamental en la creación de una responsabilidad política y que la educación era la mejor vía para preservar esa mentalidad.
Dos años después de su fundación, el Boletín -como fue llamado aquel grupo- escogió publicar sus contenidos en un formato de revista con la idea de ampliar su público.
Fue entonces cuando contrataron al artista Martyl Langsdorf para que diseñara un logo para su nueva portada, para la que produjo el primer Reloj del Juicio Final.
Estaba casada con uno de los científicos que trabajaban en el Proyecto Manhattan, así que entendía la urgencia y desesperación que tenía el grupo del adecuado manejo de la tecnología nuclear.
Langsdorf diseñó el reloj enfatizando en la urgencia de la amenaza a la que nos enfrentamos y en la creencia de que ciudadanos responsables podrían prevenir una catástrofe nuclear al movilizarse y e involucrando a los demás.
Por eso en su diseño las manecillas del reloj pueden ser adelantadas o retrasadas.
En 1949, la Unión Soviética hizo la primera prueba con una bomba nuclear.
La reacción del Boletín fue cambiar las manecillas del Reloj del Juicio Final de siete a tres minutos antes de la medianoche. Al hacerlo, activó el reloj, pasando de una metáfora estática a una dinámica.
Entonces, de acuerdo con Kennette Benedict, exdirectora del Boletín, el reloj evolucionó a ser un símbolo que advierte al “público sobre lo cerca que estamos de destruir nuestro mundo con tecnologías peligrosas de nuestra propia creación. Es una metáfora, un recordatorio de los peligros que debemos enfrentar si queremos sobrevivir en el planeta”.En 1953, el Reloj avanzó una vez más, a dos minutos para la medianoche, después de que EE.UU. y la Unión Soviética detonaran las primeras armas termonucleares.
Esa ha sido la vez que más cerca estuvo de la medianoche durante el siglo XX.
Pero, ¿qué significan esos movimientos realmente?
La lectura que hizo mi maestra sobre el tiempo que nos falta para que el planeta desaparezca no cumple con la labor de alertar, sino de informar el tiempo que falta dentro de una medición estándar.
Una forma más plausible de leer el reloj es que pretende indicar el nivel actual de riesgo que enfrenta la humanidad y que hay quienes quieren explicarlo.
En 2003, el cosmólogo británico Martin Rees señaló que “creo que las posibilidades no son mayores al 50:50 de que nuestra civilización en la Tierra sobrevivirá el presente siglo”.
No estaba solo en esa afirmación.
Un informe sobre los riesgos que tiene nuestra civilización fue hecho por varios científicos de la Universidad de Oxford que trabajan en la materia.
El informe contiene unas 100 predicciones sobre este tema.
Sin embargo, por muy útiles que puedan ser estas estimaciones, están pensadas como evaluaciones a largo plazo, no como fotografías instantáneas en tiempo real del nivel actual de riesgo.
En vez de eso, apasionados investigadores del reloj, como yo, interpretan el movimiento del reloj un poco diferente.
Su tarea no es decirnos qué tan grande es el riesgo que está enfrentando la humanidad, sino como hemos respondido o estamos respondiendo a ese riesgo.
Por ejemplo, en 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba que ha sido el momento que más cerca ha estado la humanidad de entrar en una guerra nuclear, el reloj no se movió.
Pero en 1963, cuando se firmó el acuerdo parcial para la no proliferación de armas nucleares, el reloj se movió hacia atrás: pasó a estar a cinco minutos de la media noche.
Y esto tiene todo el sentido, al menos para investigadores como yo en temas de riesgo existencial.
Amigos a menudo me preguntan por información durante tiempos de gran tensión política, como la crisis en 2017 entre Corea del Norte y EE.UU. o el colapso del trato nuclear con Irán.
Sin embargo, generalmente los decepciono.
Eventos como esos no son los que pasamos estudiando la mayor parte del tiempo.
De hecho, son perfectas fluctuaciones en la política internacional y la diplomacia.
Lo que puede llegar a preocupar a personas como yo es la existencia de armas que esos líderes pueden activar en cualquier momento en alguna crisis.
También las inadecuadas y muchas veces disfuncionales instituciones y leyes que hay para detenerlos de hacerlo.
Eso no es producto de las crisis políticas, sino de un problema sistemático y que es lo que el Reloj del Apocalipsis trata de medir.
Aunque no lo entendí completamente, el punto en el que comencé a preocuparme sobre lo que medía el reloj del Juicio Final o del Apocalipsis a mediados de los 90 coincidió con el mayor momento de seguridad que la humanidad experimentó desde la II Guerra Mundial: entre 1987 y 1991.
En ese momento el reloj estuvo a 14 minutos de la medianoche.
Todo debido al declive de la Guerra Fría, lo que permitió a los grandes poderes tomar medidas internacionales para proteger a la humanidad de una hecatombe nuclear.
Por ejemplo, entre esos hechos está el tratado de Armas Nucleares de Mediano Alcance, que prohibió el uso de misiles de alcance intermedio (entre 500 y 5.500 kilómetros), que llevó a que fueran sacados de circulación cerca de 2.600 misiles.
A ese tratado se sumó el de Reducción de Armas Estratégica (Start, por sus siglas en inglés), que llevó a sacar de circulación al 80% del arsenal nuclear.
En ese momento el reloj del Apocalipsis estuvo a 17 minutos de media noche y, de hecho, fue retirado de la portada del Boletín, en parte porque ya no lucía tan atemorizante.
Tristemente, las cosas no duraron mucho.
Los gastos armamentistas continuaron en niveles muy altos y las preocupaciones aumentaron por la posible proliferación de armas nucleares en el sureste asiático y Medio Oriente, lo que llevó a que a finales de esa década el reloj estuviera de nuevo a 9 minutos de la medianoche.
Y ahora estamos a 100 segundos antes de la medianoche, más cerca del apocalipsis incluso que durante la Guerra Fría.
Un factor es el surgimiento de nuevos tipos de amenazas globales y el fracaso repetido de los gobiernos internacionales para enfrentarlas.
En 2007, el Boletín comenzó formalmente a considerar el cambio climático junto con las amenazas nucleares como parte de la medición anual.
Por supuesto, estos riesgos son bastante diferentes: un intercambio nuclear podría ocurrir en cuestión de minutos mientras que el riesgo climático se acumula año tras año.
De manera similar, la responsabilidad por las armas nucleares del mundo está en las manos o en los dedos de unas pocas personas que toman decisiones globales, mientras que todos estamos involucrados en el cambio climático y la destrucción del medio ambiente, aunque en un grado muy desigual.
Sin embargo, la gravedad de estos dos riesgos, tanto en términos de su potencial para causar catástrofes globales como de su probabilidad de hacerlo, son sin duda comparables.
Para ambos riesgos, debemos considerar si el nivel actual de acción global que se está tomando para combatirlos es o no proporcional a esta gravedad y la creciente urgencia de reducirla.
Durante muchos años, las páginas del Boletín también han considerado los desafíos que plantean las nuevas tecnologías disruptivas y que ahora también influyen en las manecillas del reloj.
Estos incluyen inteligencia artificial, armas biológicas y nanotecnología, así como tecnologías específicas, nuestro futuro también está cada vez más en peligro por la convergencia de tecnologías disruptivas con amenazas nucleares y ambientales existentes.
Un segundo factor para la posición más cercana a la medianoche es que, a medida que se ha multiplicado el número y la variedad de amenazas que enfrenta la humanidad, también se ha multiplicado la gravedad de los desafíos para controlar estos riesgos.
En 2015, el Boletín movió su reloj de cinco a tres minutos hasta la medianoche, señalando tres problemas claves detrás de este movimiento.
En primer lugar, el deterioro de las relaciones entre EE.UU. y Rusia, que juntos poseen el 90% del arsenal nuclear mundial, y el debilitamiento de muchos de los instrumentos diseñados para mantener seguros esos arsenales, como el sucesor del tratado Start (New Start).
En segundo lugar, todos los países con armas nucleares estaban invirtiendo masivamente en sus sistemas de armas nucleares, incluido el reemplazo, la expansión y la modernización.
Finalmente, la arquitectura global necesaria para abordar las amenazas climáticas no estaba a la vista.
En 2016, sin embargo, fueron identificados dos posibles puntos que tenían el potencial de revertir algunas de estas tendencias negativas: el acuerdo nuclear con Irán y el acuerdo climático de París.
Sin embargo, también señaló que ninguno de los dos se había implementado completamente.
En 2017, se vieron obligados a concluir que la situación había empeorado significativamente y que estos dos puntos se vieron atenuados por los cambios en la política interna de EE.UU.
Así movieron el reloj a dos minutos y medio para la medianoche, y en 2018 lo movieron a dos minutos debido al continuo deterioro de la diplomacia internacional.
El tiempo estipulado desde 2020 y que fue mantenido en 2021, de 100 segundos para la medianoche, ha reflejado la gran inestabilidad de la situación mundial y el fracaso de las instituciones internacionales para responder al reloj del riesgo existencial.
Esto incluyó el colapso del Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias que había marcado el comienzo del fin de la Guerra Fría.
Si bien es posible que ya no haya una lucha ideológica clara que impulse el conflicto internacional, la escala de desacuerdo entre las grandes potencias y la falta de instituciones para resolverlos, parecen ser tan malos como siempre.
Así mismo, las formas en que tales desacuerdos podrían conducir a una catástrofe global siguen multiplicándose.
*SJ Beard es investigador del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial de la Universidad de Cambridge.@CSERSJ.
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