En el campo de internamiento de Saint Denis, al norte de París, estaba prohibido tocar jazz.
De hecho, los nazis aborrecían el jazz: lo veían como un “estilo musical degenerado”, con sus “ritmos salvajes” y sus “breaks” improvisados.
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Así que cuando uno de los comandantes nazis de la invasión a Francia, Otto von Stulpnagel, visitó el campo a principios de 1941, el legendario jazzista Arthur Briggs se vio en la necesidad de cambiar el repertorio.
Acompañado por otros tres prisioneros -él siendo el único negro-, Briggs interpretó un segmento de la famosa Quinta Sinfonía de Beethoven, dejando en silencio y admiración a todos los que estaban presentes.
Von Stulpnagel hizo llamar a Briggs y le dijo: “Nunca pensé que fuera posible”, haciendo referencia a que una persona negra pudiera tocar Beethoven.
Y en un impecable alemán, Briggs le respondió: “Hay muchas cosas que usted no sabe”.
La vida de Arthur Briggs, el músico que llevó el jazz a Europa, tiene muchas más anécdotas como esta, algo que siempre ha apasionado al corresponsal de la BBC en París, Hugo Schofield.
Pero el de Arthur Briggs no es un nombre muy reconocido en el mundo del jazz, a pesar de que los académicos lo ven como el principal impulsor del jazz en Europa durante los años 20 y 30 del siglo XX.
Esta contradicción llevó a Schofield a intentar encontrar respuestas.
Como parte de su investigación, Schofield logró acceder a casi siete horas de entrevista con Briggs grabadas en 1982, y que están en el archivo del Instituto de Estudios del Jazz de la Universidad Rutgers (Nueva Jersey, EE.UU.).
El contenido de las grabaciones no se había hecho público hasta ahora.
La grabación comienza con Briggs diciendo: “Nací en Charleston, Carolina del Sur, el 10 de abril de 1901”, algo que coincide con los registros que hay de él. De hecho, el obituario de Arthur Briggs que publicó el diario The New York Times coincide con el contenido de la grabación.
Pero a raíz de nuevos detalles que se conocen sobre su vida -algunos que Schofield confirmó con los familiares que sobreviven al músico-, hoy se sabe que Briggs realmente nació en la isla caribeña de Granada, en ese momento parte del imperio británico.
El historiador de jazz Rainer Lotz dice que poco se sabe sobre su niñez en St Georges: “Simplemente apareció en 1917 en EE.UU. No sabemos dónde vivía [en Granada], cómo había sido su educación, si había tenido educación musical. No sabemos”.
Pero ¿por qué habría de mentir? ¿Y por qué mantener la mentira durante tanto tiempo?
Schofield siguió buscando.
Cuando Briggs llegó al barrio históricamente negro de Harlem, en Nueva York, en 1917, se encontró con un hervidero de creatividad y energía, donde músicos afroestadounidenses estaban dando forma al naciente género del jazz.
Briggs rápidamente se sumergió en la escena musical de la ciudad, tocando con figuras icónicas como Sidney Bechet, Will Marion Cook y James Reese Europe.
Viendo las oportunidades que se podían presentar afuera, Briggs se enroló en el ejército, solo para poder tocar con la orquesta sincopada del sur, una banda integrada por miembros de un regimiento militar segregado.
La orquesta sincopada del sur llegó a tocar incluso en el Palacio de Buckingham, en Reino Unido.
Y aunque el estilo que tocaban no era del todo jazz todavía, se empezaban a oír tintes de lo que vendría después.
Para el momento en el que Briggs llegó a Europa (1919), el jazz aún no existía en el continente, por lo que se dedicó a oír la música nueva que llegaba de EE.UU. y a tocar en cualquier sitio donde hubiera personas que quisieran bailar.
Travis Atria, biógrafo de Briggs, resalta cómo los viajes de este pionero del jazz durante los inicios de los años 20 por las diferentes ciudades del Viejo Continente fueron claves para extender el concepto de jazz, particularmente como un elemento disruptor de las reglas tradicionales de la música europea:
“Estaba viajando a todos estos sitios y es increíble las personas con las que se cruzó. Estaba yendo a Viena, donde inventaron el vals, diciendo: 'Aquí hay un ritmo completamente distinto que no se pueden imaginar, y no lo van a reconocer aún como música. Pero solo escúchenla…'”.
El historiador del jazz Lotz, además, resalta su virtuosismo con el instrumento: “No se puede subestimar su importancia [como trompetista], y seguramente era el mejor trompetista de Francia en ese momento, tenía un oído muy agudo, era muy buen improvisador y tenía una gran técnica, que aprendió de los trompetistas clásicos”.
La grabación de Briggs en poder de la Universidad Rutgers trae además uno de los incidentes que mejor ilustra el caos de la posguerra en Europa tras la Primera Guerra Mundial. y cómo él se encontraba siempre en el medio.
Fue cuando estuvieron en Estambul, Turquía.
En la grabación, el mismo Briggs cuenta cómo un oficial turco los amenazó con no permitirles salir del país si no hacían una presentación en la capital, Ankara.
La orquesta de Briggs accedió, y la noche siguiente se estaba preparando cuando le llegó la orden de empezar a tocar al sonido de un silbato.
De lo que se enteraron después fue que el silbato representaba el momento en el que habían colgado en público a opositores del presidente Atatürk, acusados de intentar un golpe de Estado.
Briggs cuenta que habían sido ellos quienes habían puesto la música para la “celebración”.
Hacia fines de los años 20, Briggs ya tenía una reputación establecida y se había trasladado de lleno a Berlín, una ciudad en pleno apogeo.
Incluso grabó junto a Marlene Dietrich, una de las divas de Hollywood de la época dorada del cine, en el único disco de jazz que grabó.
Pero la sombra del nazismo persiguió a Briggs hasta París, donde finalmente fue arrestado e internado en el campo de concentración de Saint Denis en octubre de 1940.
Ahí pasó 4 años, durante los cuales se reportaron tres de los cuatro inviernos más fríos del siglo XX en Europa, cuenta Atria.
El sobrino-nieto del músico, James Briggs Murray, le contó a Schofield que pudo conocer a Briggs personalmente, y hablar con él, durante un viaje de cuatro días a París y le insistió que prefería no hablar sobre los momentos duros que tuvo que pasar en el campo de concentración.
“Quería concentrarse en las cosas positivas”, le cuenta Briggs Murray a Schofield. “Las pocas veces que hablamos sobre el tema, siempre me dijo que juzgaba a los hombres como hombres”.
Briggs Murray además, le dio más información a Schofield sobre la razón por la cual Briggs se habría ido de Granada en 1917
“La historia real es que en 1917, mi abuela estaba en Granada. Pappy Briggs, el padre de Arthur, acababa de fallecer y Arthur decidió ver si podía hacer algo de dinero en EE.UU. para poder enviar a casa”, cuenta.
“Y empezó a tocar con estos músicos de jazz, y el jazz estaba naciendo en este momento. Y cuando le llegó la oportunidad de irse a Europa, a donde no puedes ir sin pasaporte, fabricaron una historia para que pudiera irse con ellos”.
Y aunque los detalles de esa historia inventada se perdieron con sus protagonistas, para el mundo quedó como si Briggs hubiera sido originario de Harlem.
Al terminarse la ocupación, Briggs reconstruyó su vida en París. Se casó y, a los 60 años, tuvo una hija, Barbara.
Barbara, quien aún vive en París -en el mismo apartamento de su papá- habló con Schofield sobre la cercana relación que tenían.
“Mi mamá trabajaba todo el día y mi papá me cuidaba. Era una especie de acuerdo entre ellos”, cuenta Barbara, diciendo que para cuando ella llegó, su papá ya no estaba tocando jazz.
Aunque sí guarda dos de sus trompetas y algo que confirma lo que se sospechaba de la vida de su padre: un pasaporte británico con el nombre de Briggs y una tarjeta de identificación que demostraban que el músico, a diferencia de lo que se creía, no había nacido en Harlem ni en Carolina del Sur, sino en Granada, la pequeña isla del Caribe.
“Siempre estábamos juntos. Pasábamos todo el tiempo juntos, me recogía del colegio, me llevaba a restaurantes. Éramos muy cercanos...”, cuenta Barbara con nostalgia por la niñez.
Pero Briggs nunca dejó la música del todo. Durante una época, se dedicó a enseñar música en una escuela cercana al sitio del campo de concentración donde había pasado tanto dolor.
Uno de sus exalumnos lo recuerda aún: “Era un hombre tan dulce. Y lo que nos enseñaba no era técnica, de cómo tocar notas rápido y eso”.
“Solo fue el amor a la música. Nos hizo amar la música”.
“Es una idea sobrecogedora”, dice Schofield: “que casi 100 años después, su música viva a través de sus pupilos”.
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