Durante años, Elizabeth Holmes fue la niña mimada de Silicon Valley, una mujer que no podía equivocarse.
La start-up que fundó, Theranos, atrajo cientos de millones de dólares en inversiones.
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Sin embargo, la empresa que había construido se basaba en ciencia de fantasía.
La tecnología que estaba produciendo Theranos, para supuestamente detectar cientos de enfermedades con un pinchazo de sangre, parecía increíble. Y lo fue.
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Se desperdiciaron millones de dólares y algunos de los que utilizaron las pruebas de la compañía, incluido un paciente con cáncer, dicen que recibieron diagnósticos erróneos.
Este lunes, años después del colapso de Theranos, Holmes fue declarada culpable de fraude electrónico y conspiración para defraudar, en un juicio en California.
Para alguien ajeno a Silicon Valley, la historia suena absurda. ¿Cómo cayó tanta gente?
Sin embargo, en Silicon Valley, muchos creen que Theranos, lejos de ser una aberración, habla de problemas sistémicos con la cultura de las empresas emergentes.
En Silicon Valley, promocionar un producto demasiado prometedor no es inusual, y Holmes claramente era muy buena en eso.
Retirada de la Universidad de Stanford, era, según todos los informes, articulada, segura y buena al presentar una visión —una misión, como ella la describió—, para revolucionar los diagnósticos de enfermedades.
Los expertos escépticos le dijeron que su idea era solo eso, una idea, y que no funcionaría.
Pero proyectó una confianza inquebrantable en que su tecnología cambiaría el mundo.
“Está integrado en la cultura”, dijo Margaret O'Mara, autora de The Code: Silicon Valley and the Remaking of America.
“Si usted tiene una empresa joven en desarrollo, con un producto que apenas existe, se espera y se alienta cierta cantidad de arrogancia”, dijo también.
Particularmente en una etapa temprana, cuando una empresa está en su infancia, los inversores suelen fijarse en las personas e ideas en lugar de buscar una tecnología sólida.
La sabiduría general sostiene que la tecnología vendrá con el concepto correcto y las personas adecuadas para que funcione.
Holmes fue brillante vendiendo ese sueño, ejerciendo una práctica muy de Silicon Valley: “finge hasta que lo logres”.
Su problema era que no podía lograr que funcione. Sus abogados han argumentado que Holmes era simplemente una mujer de negocios que fracasó, pero no una estafadora.
El problema en Silicon Valley es que la línea entre el fraude y simplemente jugar con la cultura de fingir es muy delgada.
“Theranos fue una advertencia temprana de un cambio cultural en Silicon Valley que ha permitido prosperar a promotores y sinvergüenzas”, dijo el inversionista Roger McNamee, que es crítico con la gran tecnología y que no invirtió en Theranos.
Él cree que la cultura de secretos y mentiras en Silicon Valley, una cultura que permitió que la tecnología de Theranos no fuera analizada, es “absolutamente endémica”.
La ambición puede ser buena. Prometiendo un futuro mejor y luego tratando de hacer realidad esa visión, surgieron las computadoras y los teléfonos inteligentes.
Pero para los inversores, tratar de separar a los charlatanes de los revolucionarios es un desafío en constante evolución.
En agosto, Manish Lachwani, director ejecutivo y fundador de la aplicación HeadSpin, fue arrestado por presuntamente defraudar a los inversores. Para las personas que arriesgan dinero, hay grandes fortunas que hacer y perder.
En Silicon Valley, la propiedad intelectual está muy protegida. La “receta de la coca cola”, la salsa secreta, es a menudo lo que le da valor a una empresa, y las empresas de nuevas tecnologías son particularmente sensibles a que se copien o roben sus ideas.
El secretismo es importante para que estas empresas tengan éxito, pero esa cultura del secretismo también se puede utilizar como una cortina de humo, especialmente cuando incluso los empleados e inversores no comprenden o no tienen acceso a la tecnología en sí.
Esto es lo que pasó en Theranos. A los periodistas, inversores, políticos, lo que sea, se les dijo que la ciencia estaba ahí. Sin embargo, cuando hacían preguntas, se les decía que la tecnología era tan secreta que no podía explicarse, analizarse o probarse por completo.
Walgreens, un cliente importante de Theranos, se exasperó con la falta de información proporcionada por la empresa sobre cómo funcionaba el sistema.
Hay muchas empresas de Silicon Valley sobre las que he informado que no explican completamente cómo funciona realmente su tecnología. Afirman tener sistemas “patentados” que aún no pueden ser revelados o revisados por pares.
El sistema se basa en la confianza, pero está fundamentalmente en contradicción con la cultura de “fingir” y crea el entorno perfecto para los escándalos del tipo de Theranos, donde las afirmaciones que no son ciertas no se cuestionan.
Un sistema que pone tanto énfasis en el secreto necesita muchos abogados. Las empresas no quieren que sus empleados se vayan con sus ideas. Los acuerdos de no divulgación (NDA) son endémicos en el mundo de las empresas emergentes, y de ninguna manera se limitan a la tecnología.
Pero la cultura del secreto de Silicon Valley es especialmente difícil para los denunciantes.
Después del colapso de la empresa, los exempleados de Theranos hablaron de una intensa presión para retirar los comentarios públicos negativos o permanecer callados por completo. La empresa contrató abogados agresivos, costosos y muy activos para proteger la reputación de Theranos.
Esto no es raro en Silicon Valley, dice Cori Crider de Foxglove, un grupo que ayuda a los denunciantes a hablar.
“Pasé más de una década trabajando en seguridad nacional y muy a menudo siento que la gente de Silicon Valley juega con el manual de la CIA en estas cosas”, dijo.
“Han logrado asustar a la gente y hacerles pensar que no tienen derecho a plantear cuestiones legítimas”, señaló.
Si los fundadores y directores ejecutivos no son honestos, los empleados deben sentirse cómodos dando la alarma. Con demasiada frecuencia no lo hacen.
En medio del revuelo, puede ser fácil olvidar que muchos inversores miraron a Theranos y pasaron de largo, especialmente aquellos con conocimientos de salud.
En cambio, entre los inversores notables se encontraban personas y grupos sin experiencia en salud, como el magnate de los medios Rupert Murdoch.
Para estos inversores con capital, su decisión de apostar suele basarse en la suposición de que los financistas más pequeños ya investigaron sobre la tecnología en la que invierten.
“Están tomando la validación de terceros”, dijo O'Mara.
Una vez más, es un sistema basado en la confianza: los inversores confían en que los anteriores a ellos saben lo que están haciendo. El problema aquí es que, con tanto dinero dando vueltas, eso no es un hecho.
Al final, atraparon a Theranos. Como empresa de tecnología de la salud que realiza diagnósticos en la vida real, los resultados y los reguladores eventualmente probarían que era real o falso.
Pero con muchas empresas de Silicon Valley que venden lo supuestamente nuevo y de vanguardia en campos mucho menos estrictamente regulados, el escrutinio es más laxo.
Hoy en día, la cultura de “fingir hasta que lo logras” sigue viva, al igual que la cultura represiva del secreto y el uso agresivo de los NDA para los empleados. Es un modelo que tiene sus ventajas y ayuda a producir empresas extremadamente valiosas y, a veces, innovadoras.
Pero también significa que los ingredientes todavía están en su lugar para otro escándalo del tipo de Theranos.
* Esta nota fue publicada originalmente el 13 de septiembre de 2021 y actualizada el 3 de enero de 2022 con el veredicto de culpabilidad contra Elizabeth Holmes
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