Aunque quienes se definen como libertarios en Estados Unidos prefirieren por amplia mayoría votar por candidatos republicanos, esa mayoría se redujo cuando Donald Trump buscó la reelección.
Dado que Trump incrementó en forma dramática el gasto y la regulación pública para afrontar la pandemia del Covid-19, el periodista Peter Nicholas publicó un artículo en la revista The Atlantic titulado “No hay libertarios en una epidemia”. Entonces personas pertenecientes a ese movimiento alegaron que el gobierno de Trump no era libertario.
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Eric Boehm, por ejemplo, respondió lo siguiente: “El mismo gobierno que erige barreras al libre comercio, que hace más difícil para las personas ingresar a los Estados Unidos, que salva a industrias a las que favorece por razones políticas, (…), que trata de regular la libertad de expresión en internet, que demanda a medios de prensa en un intento por vulnerar la Primera Enmienda de la Constitución, (…). ¿Ese gobierno?, ¿ese es el gobierno libertario?”.
La paradoja es que los libertarios latinoamericanos sí parecieron cerrar filas tras la candidatura de Trump. Y para justificarlo, defendieron su conducta política con argumentos inverosímiles. El argentino Javier Milei, por ejemplo, negó que la política comercial de Trump fuese proteccionista, alegando que sólo buscaba corregir las distorsiones provocadas por el proteccionismo de otros Estados.
Aunque ese proteccionismo existe, Trump siempre dejó en claro que sus objetivos iban más allá de un mero intento por eliminar las distorsiones que él mismo provocaba en el comercio internacional. Por ejemplo, cuando declaró que “Los Estados Unidos tienen un déficit comercial anual de 800 mil millones de dólares por nuestros estúpidos acuerdos y políticas. (…) lo que queremos es tener de vuelta esos 800 mil millones”. Es decir, los déficits comerciales son una pérdida para la propia economía, y el objetivo de la política comercial debe ser eliminarlos. Si, como sostiene Milei, el único objetivo de Trump hubiese sido forzar a sus socios comerciales a abandonar prácticas proteccionistas, se habría limitado a buscar que estos aceptasen reglas de juego equitativas, sin prejuzgar el resultado que esas reglas debieran producir.
Pero, como vimos, la prioridad de Trump no era buscar que todos los Estados comercien bajo las mismas reglas, sino cambiar los resultados de su relación comercial. Demuestran eso no sólo que su objetivo declarado fuese eliminar el déficit comercial, sino además que, por ejemplo, en su acuerdo preliminar con China le exigiese comprar montos prestablecidos de bienes específicos que ese país importa de los Estados Unidos. Si su objetivo se hubiese limitado a forzar a otros Estados a respetar reglas que fomenten el libre comercio, no habría impedido, en 2017, la adopción de una declaración final en la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), ni habría bloqueado la renovación de los jueces que integran el órgano de apelaciones de la OMC (entidad que vela por el cumplimiento de esas reglas).
En materia de propiedad intelectual, es cierto que el artículo 7 de la ley china de inteligencia establece que “Toda organización o ciudadano deberá respaldar, asistir y cooperar con el trabajo de inteligencia del Estado”: esa fue una razón que alegó Trump para exigir a sus aliados que excluyan a Huawei del tendido de su red 5G (es decir, la quinta generación de la tecnología en telecomunicaciones). Pero el propio Trump dejó en claro que ese no era su único objetivo, al declarar que “no podemos permitir que ningún país supere a los Estados Unidos en esta poderosa industria del futuro”. Es decir, nuevamente, lo fundamental era el resultado del juego, y no que sus reglas fueran equitativas.
Por si hiciera falta evidencia anecdótica, ¿realmente cree que Trump elevó los aranceles a las importaciones de aluminio procedentes de Canadá (uno de los principales aliados estadounidenses en el mundo), por razones de “seguridad nacional”?
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