El 22 de noviembre de 2005, Angela Merkel hizo historia como primera mujer y ciudadana del este que alcanzaba la Cancillería alemana. Quince años después es la política mejor valorada por sus compatriotas, aunque no siempre se la identifique con esos dos hitos ni con el conservadurismo clásico de su partido.
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La última página del liderazgo de Merkel está por escribir; ha dejado claro que dejará el poder cuando termine esta legislatura -es decir, en un año-. Pero su gestión en la crisis del coronavirus la ha revalidado y se disipó el término de la “Merkeldämmerung” -crepúsculo de Merkel- que planeaba sobre su fase final en el poder.
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El día de 2005 en que fue elegida canciller por 397 votos del total de 611 del Bundestag (Parlamento) se colocó al frente de su primera gran coalición. Tres testigos de su asunción al cargo -el presidente del Bundestag, su vicepresidente y un icono del feminismo alemán- analizan el ayer y el hoy de la líder de referencia.
A VUELTAS CON EL CONSERVADURISMO
Para Norbert Lammert, de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y presidente del Bundestag entre 2005 y 2017, con la elección de Merkel se abrió un “proceso innovador para la historia alemana”.
“En 2005 no habría apostado fuerte, de hecho nunca lo hago, a que permanecería en el poder 16 años como Helmut Kohl. Pero sí estaba seguro de que no sería una Cancillería de transición. Su largo periodo en el poder no me sorprende. O por lo menos no mucho”, explica Lammert a Efe.
Merkel llevaba cinco años en la presidencia de la CDU, a la que llegó tras llamar al partido a “emanciparse” de Kohl, hundido en un escándalo de cuentas secretas del partido bajo su liderazgo.
La nueva líder asumió la tarea de renovar el partido desde una posición más centrista que sus grandes patriarcas -Konrad Adenauer y Kohl-, calificada incluso de “socialdemocratizante” por algunos.
“Hay un interesante estudio de la Fundación Konrad Adenauer, que compara las expectativas de los afiliados a la CDU y las de sus electores. Ahí se confirma nuestra hipótesis de trabajo, según la cual las expectativas medias de nuestros militantes son harto distintas de las de nuestros electores”, apunta Lammert, actual presidente de dicha Fundación.
“Algo de lo que nuestros militantes echan de menos en Angela Merkel es al mismo tiempo la razón por la que nuestros electores la votan. Si Angela Merkel, como presidenta del partido, se hubiera posicionado como esperaban muchos de sus militantes, posiblemente la CDU no habría logrado sus éxitos electorales”, pronostica Lammert.
Las cifras de Destatis -Oficina Federal de Estadística- muestran la muy delgada línea entre el éxito y el fracaso electoral. Del 35,2 % con que Merkel llegó al poder en 2005 bajó al 33,8 % en 2009, se disparó al 41,5 % en 2013 y cayó al 32,9 % en 2017.
Frente a esa debilidad en su última elección, los sondeos colocan ahora a Merkel en la cumbre de la valoración de sus compatriotas. Un 86 % considera que “hace un buen trabajo”, según la infografía de Destatis en ocasión de sus 15 años en el poder.
“Si Helmut Kohl, como hizo Angela Merkel, hubiera dicho un año antes de la elecciones de 1998 bueno, esto se acabó”, se habría ganado muchas simpatías”, opina Lammert. A Kohl le apartó del poder su derrota frente al socialdemócrata Gerhard Schröder; Merkel se retirará imbatida. “Cuanto más cercano está el anunciado fin de su mandato, mayor es el respeto hacia su liderazgo político y hasta aparecen quienes meditan sobre si no sería bueno que siquiera”.
LA CIUDADANA DEL ESTE SIN IDENTIDAD GERMANO-ORIENTAL
“Perdone, pero el primer alemán del este al frente de un órgano constitucional de alto rango fui yo”, protesta el socialdemócrata Wolfgang Thierse, presidente del Bundestag entre 1998 y 2005. Hace quince años era vicepresidente de la cámara, mientras Merkel se colocaba en el poder frente de su primera gran coalición, con el Partido Socialdemócrata (SPD) como socio.
No había razón entonces, en lo personal, para sentirse “orgulloso” de que una ciudadana del este llegase a la Cancillería, afirma Thierse a Efe. Las elecciones del 18 de septiembre habían infligido al SPD de Schröder “una gran derrota”, admite.
“Una mayoría de los alemanes del este nunca ha sentido que Merkel les representara”, afirma este veterano, quien se despidió del Bundestag en 2013, tras 28 años en ejercicio.
Merkel, crecida en una pequeña parroquia del este del país, no entró en política hasta 1990, año en que se selló la extinción de la República Democrática Alemana (RDA). Ascendió en la CDU, afirma Thierse, a base de “ignorar” su identidad como ciudadana del este y “presentarse como una política tan poco germano-oriental como fuera posible”, en un partido volcado al mundo occidental.
“No recuerdo ni una sola encuesta de entonces en que, a la pregunta de qué figura política les representaba, la respuesta mayoritaria fuera la señora Merkel”, argumenta alguien a quien, dentro y fuera del SPD, sí se identificó como germano-oriental.
Una parte de los ciudadanos del este “la detesta aún”, prosigue Thierse. Desde sus inicios, Merkel se ha visto perseguida por los abucheos en el este. Primero, desde las filas del postcomunista Partido del Socialismo Democrático (PDS); desde 2015, por la mucho más ruidosa ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
Si a Merkel se le reconocen ahora sus méritos no es por un factor identificador que nunca funcionó, explica Thierse. Se le reconoce “como una política pragmática, sólida y de fiar”, las bases de su credibilidad como líder, admite este socialdemócrata.
EL FACTOR DE GÉNERO
“Ese día estaba en el Reichstag, fue realmente emocionante. 86 años después de que las mujeres alemanas alcanzaran el derecho de voto, por fin teníamos una mujer en la cúpula”, afirma Alice Schwarzer, directora de la revista “Emma” e histórica del feminismo, cuyo último libro -“Lebenswerk”- dedica un capítulo a Merkel.
“Merkel es un símbolo con su estilo propio de persona discreta, concentrada en lo que cuenta y descuidada”, opina; alguien que ha “manejado ya muchas crisis”, aunque, en su opinión no ha sabido resolver lo que denomina “el islam político”, sino que ha dejado prevalecer el precepto de la libertad religiosa.
La sumisión de la mujer en los sectores reaccionarios del mundo musulmán centra ahora la campaña de Schwarzer, militante a favor de la prohibición de la burka y demás velos integrales.
No es el único reproche que, desde el feminismo, se le ha hecho a Merkel. La misma infografía de Destatis destaca cómo sus 15 años en el poder no han revertido en una paridad de género.
La brecha salarial en Alemania se sitúa en un 20 %, apenas un 15 % de los puestos de mando en las juntas directivas en las empresas están a cargo de mujeres; un 31,2 % de los escaños del Bundestag están ocupados por diputados -en 2005 era un 31,8%-.
Schwarzer valora, sin embargo, el aval que para el feminismo es Merkel. Alguien que, partiendo de una posición de desventaja en política -mujer, del este, doctora en Física- logró “desembarazarse de sus enemigos”, principalmente masculinos.
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